The Objective
Francesc de Carreras

¿Los militantes son el partido?

«Si los militantes son los únicos que mandan en un partido, el ciudadano no sabrá a quién votar, optará por abstenerse o por apoyar a formaciones populistas»

Opinión
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¿Los militantes son el partido?

Ilustración de Alejandra Svriz.

El reciente congreso del PSOE puede servir para plantearnos cuál es la función actual de los partidos políticos en las democracias liberales europeas y, en concreto, en el actual sistema político español. Y no me refiero sólo al partido socialista, sino también a todos los demás. 

Podemos estar de acuerdo con la idea de que sin partidos no hay democracia posible porque el pluralismo político es -junto con la participación, el principio de legalidad, la separación de poderes y la garantía de los derechos- un elemento esencial de las democracias representativas. Pero, a continuación, deberíamos añadir que sólo con los partidos no se garantiza la democracia e, incluso, según como los partidos actúen y se conformen, pueden ser la causa de su destrucción. Quizás estamos hoy bordeando este límite, tanto en España como en otros muchos países. 

Pero no seamos alarmistas. Al menos todavía. Veamos.

¿Cuál es la función de los partidos? ¿Para qué sirven? El primer inciso del art. 6 de nuestra Constitución da una respuesta bastante satisfactoria a estas preguntas. Dice así: «Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental  para la participación política»

En definitiva, los partidos no son un fin en sí mismos, sino un medio fundamental para expresar la diversidad de ideas e intereses políticos -el pluralismo es uno de los cuatro valores superiores del ordenamiento jurídico, según el art. 1 CE- y canalizar la voluntad de los ciudadanos para que los poderes públicos tomen decisiones de acuerdo con ella. 

«Tampoco en las democracias europeas los partidos han sido siempre iguales»

No en todos los países democráticos los partidos se conforman de la misma manera, sólo hay que ver cómo en EEUU los partidos son muy distintos a los europeos, y ello se comprueba en el papel que ejercen en la elección del presidente. Y tampoco en las democracias europeas los partidos han sido siempre iguales. 

En el siglo XIX, y hasta el final de la guerra europea, se limitaban a ser partidos de diputados, producto del voto censitario y el sistema mayoritario, generadores obvios de un clientelismo caciquil. A este tipo de formaciones se les suele denominar partidos de notables y en realidad se formaban en los Parlamentos debido a la afinidad de ideas e intereses entre los distintos diputados: conservadores, progresistas, liberales, moderados, etc., denominaciones que variaban según épocas y países. 

Distintos fueron los partidos de masas (o de militantes), cuya fuerza se basaba en el número de afiliados, con ideologías cerradas y una organización interna muy jerarquizada. Su prototipo fueron los partidos socialdemócratas y democristianos de la etapa de entreguerras del siglo pasado, que se fueron transformando hacia un tercer modelo a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial para dar paso a la fase en que todavía estamos. 

Este tercer modelo, lo que podríamos denominar partido de votantes, se debe sustancialmente a dos cambios principales: el surgimiento de una poderosa clase media que atenúa los enfrentamientos sociales y la revolución que suponen los nuevos medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión. Ello hace que las ideologías de este tipo de partidos no sean cerradas, sino más bien difusas y el número de afiliados no sea expresión de su fuerza, pues los nuevos instrumentos comunicativos suplen la necesidad de que sean los militantes quiénes contribuyan a la propaganda de sus mensajes.

«La situación actual es de transición y el paso de un partido de militantes (de masas) a uno de votantes ha sido ya significativo»

Desde hace unos pocos años, las redes sociales están transformando este panorama comunicativo y todavía no está claro en qué medida ello repercutirá en los partidos y en la democracia misma, pero es seguro que nos aproximamos a un nuevo modelo hoy todavía por definir. 

En todo caso, la situación actual es de transición y el paso de un partido de militantes (de masas) a uno de votantes ha sido ya significativo y ha influido poderosamente en la calidad de la democracia como forma de participación. Pero esta transición implica considerables contradicciones.

Por un lado, al disminuir la importancia de la definición ideológica (liberales, democristianos, socialistas, comunistas, etc.) y aumentar el valor del triunfo electoral, con el consiguiente reforzamiento del voto útil, los programas con los que muchas formaciones se presentan a las elecciones son parecidos, el enfrentamiento ideológico es menor y la tendencia es que los partidos evolucionen hacia posiciones primordialmente centristas, dejando en los extremos otras más radicales, dogmáticas y minoritarias.

Por otro lado, como hemos visto, los medios de comunicación de masas han ahorrado la necesidad de militantes y con las redes sociales -aparte de otras consecuencias- esta tendencia irá en aumento. Ello hará disminuir considerablemente el número de militantes y afiliados. Aquellos que se queden en los partidos tendrán como motivación principal desempeñar un cargo público y su interés será solo el de ganar las elecciones, sean estatales, autonómicas, locales o europeas, no motivos ideológicos o en defensa del interés general de los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto.

«Los militantes se están transformando en profesionales de la política»

Por tanto, el militante se está transformando en político, asesor del político, funcionario interino o aspirante a todas estas categorías. En definitiva, personas que ya son, o pretenden ser, profesionales de la política.  Si estos son los que mandan en los partidos, éstos ya no representan a los ciudadanos, no canalizarán sus deseos, ideas y objetivos a través de los partidos porque consideran que no les representan al perseguir sólo los intereses particulares de los militantes. Y como hemos dicho al principio, no hay democracia sin partidos, los partidos de antes, aquellos que deben cumplir con las funciones constitucionalmente encomendadas. 

En definitiva, si los militantes, sólo los militantes y precisamente ese tipo de militantes, son los únicos que mandan en un partido, el ciudadano se quedará sin saber a quién votar, en buena parte optará por abstenerse o, mucho peor todavía, por apoyar electoralmente formaciones populistas, demagógicas y antipolíticas  que prometen el cielo en la tierra sin fundamento ni base alguna, pero ganan las siguientes elecciones debido a los apoyos de votantes  políticamente incultos, mal informados o directamente desinformados.

Ese el gran peligro de nuestra democracia: los partidos no funcionan como tales. La solución debe encontrarse en el reforzamiento de las instituciones de la sociedad civil y en los órganos de control -judiciales y de otro tipo-, así como en los medios de comunicación que, mediante informaciones objetivas y opiniones que defiendan la democracia, hagan tomar consciencia los ciudadanos de los peligros a los que se enfrenta. 

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