La España de las orgías, la naftalina y el 'Interviú'
«Mucha batalla cultural, mucho relato, mucho tuit, mucha intervención cursi, mucho enfoque 360, pero aquí lo que sigue primando es la poca vergüenza»
Uno siempre alberga la esperanza de ver cómo las cosas mejoran. Que atrás se van quedando las miserias. Que somos nosotros, precisamente nosotros, los que construimos, paso a paso, un mundo mejor. Que desde nuestro nacimiento, que desde nuestro uso de la razón, la vida es un lugar más habitable. Que la sociedad, confiando en nuestro desfile firme, se dirige, al unísono, hacia su propia Arcadia. Que somos la generación de lo nuevo, de lo luminoso y de lo redentor.
Pero luego uno abre los periódicos y descubre, contrariado, que todo sigue oliendo a naftalina. A vicios viejos. A pisos de taquillón, frutero y cuadro de caza. A políticos haciendo el egipcio, a señoras mantenidas y a destilados sobre barra oscura y luz suave. Como si nada hubiera cambiado. Como si este país de pillos, de aprovechados y de trastiendas fuera exactamente el mismo que heredaron nuestros padres y que, inevitablemente, heredarán nuestros hijos.
El testimonio de Víctor de Aldama nos lleva a esa España del Interviú, de Luis Roldán en calzoncillos, de sus orgías, de Jesús Gil en el jacuzzi, de Nóos, Malaya, Púnica y los Pujol. Del trinque. Del hombre de paja. De los tontos útiles y de los listos empujando el carrito del helado. Una España llena de complejos, de pisos caros, de coches grandes, de vacaciones horteras y de amores fugaces.
Eso es José Luis Ábalos, eso es Koldo García, eso es Víctor de Aldama y eso son todos los voceros que los tapan. Porque el problema no es esencialmente el delincuente, sino la arquitectura que los ampara. El poder, con sus grietas, con sus pasiones y con sus oportunidades. Y esa complicidad silenciosa.
Es desolador comprobar que, tras tantos casos en nuestra historia reciente, en nuestro sistema se sigan colando los de siempre. Que los corruptores sean todos personajes dibujados con la misma mano y el mismo lápiz y que los corrompidos sigan estando amparados por sus siglas. Esa es la gran derrota colectiva: que todo siga siendo como antes. Que ni la vieja ni la nueva política sean capaces de configurar partidos limpios, de gestionar con transparencia y de garantizar al ciudadano que su dinero va a lo que va, y no a lo que finalmente está yendo.
«Ábalos, Koldo y compañía son como los despojos de viejos tiempos. Como si no hubiéramos aprendido nada»
El caso Aldama es el recordatorio de que España sigue siendo España. Con sus sombras y con sus atajos. Que los ricos quieren ser más ricos y que los tiesos jamás saldrán honradamente de su tiesura. Mucha batalla cultural, mucho relato, mucho tuit, mucha intervención cursi, mucho enfoque 360, pero aquí lo que sigue primando es la poca vergüenza, los mordiscos al dinero de todos y las excusas dentro de los propios partidos.
Trajes slim fit, Agenda 2030, bombo y risas en prime time, ChatGPT, corazones en todos los logos, gyozas, perrear hasta abajo y cañas a dos euros. Uno siempre alberga la esperanza de ver cómo las cosas mejoran; salvo que, quienes las empeoren, sean los nuestros. El Gobierno del PSOE cobijó a corruptores y corruptos. La respuesta ha sido, por este orden: el descrédito a los periodistas que destaparon el caso, la desconfianza en los jueces que lo instruyen, la ridiculización de los implicados, ataque a la oposición por el uso de la corrupción para cuestionar al Gobierno… y lo que queda.
Aquí es donde se clavan bien los populismos, en la carne blanda de los gobiernos frágiles, judicializados, comprometidos. Aquí es donde brotan los discursos antisistema, los de un lado y los del otro. Aquí es donde peligra la convivencia. El caso Aldama es carcoma que destruye las instituciones. Porque no hay democracia sin confianza. La gente está cansada de listos y de aprovechados. La gente está cansada de excusas, de eufemismos y de buenas caras.
Ábalos, Koldo y compañía son como los despojos de viejos tiempos. Como si no hubiéramos aprendido nada. Como si la política fuera tan chusca, tan poco fiable, tan endeble, como nos pareció siempre. Como si no hubiera otro camino. Con esa amenaza constante de vividores y criminales. Si no podemos creer en los partidos políticos, si no podemos creer en el sistema, sólo nos quedará girar en torno al tótem y rezar para que sean los dioses los que nos provean.