THE OBJECTIVE
Laura Fàbregas

Jordi Pujol, ante el espejo de Sílvia Orriols

«A diferencia de Pedro Sánchez, el expresidente catalán siempre ha estado obsesionado con la posteridad y el recuerdo que quede de él»

Opinión
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Jordi Pujol, ante el espejo de Sílvia Orriols

Sílvia Orriols y Jordi Pujol. | Ilustración: Alejandra Svriz

Si Jordi Pujol era o no independentista ha sido uno de los debates eternos en la Cataluña previa al procés. En el oasis catalán que lideró durante 23 años, esta pregunta suscitaba largas discusiones de mesa entre amigos, adversarios políticos y, de forma más velada, en la prensa, como cuando el diario Abc le nombró ‘Español del año’ en 1984. 

El expresidente de la Generalitat siempre eludió deliberadamente esta cuestión. Sabía que no había una mayoría social-ni siquiera entre sus votantes- partidaria de la ruptura con España, además de ser consciente de lo difícil que era romper un estado democrático por las bravas.

Su obra de gobierno ya habló por él. Durante décadas puso las bases para que el apoyo a la secesión eclosionara ante una coyuntura propicia: desplegó un plan de nacionalización de masas, a través de la educación y los medios, que operó como una lluvia fina hasta desbordar en el torrente del procés

Quién sabe si fue por sus hijos, por el partido o por Artur Mas, que dio un paso al frente para apoyar la secesión y salvar los restos de una Convergencia salpicada por la corrupción. La huida hacia adelante de Mas necesitaba el aval del padre de la patria, para convencer a buena parte de su electorado. En especial a una generación, temerosa de los tanques, que había vivido la dictadura, y que nunca hubiera abrazado a la independencia sin un líder moral como Pujol que la secundara.

«Pujol ha vuelto para hacer un último servicio al espacio político que fundó, esperando que no sea demasiado tarde para salvarlo de la revolución que liquidó a Convergencia, devoró a sus propios hijos y ha engendrado a Sílvia Orriols como hija bastarda»

Tras su destierro por la confesión de evasión fiscal, y una vez superada la vorágine del procés, Junts volvió a recurrir a él en las elecciones del 12-M para que diera su apoyo a Puigdemont ante un Salvador Illa que no dudó en apropiarse de su legado en campaña electoral. Y por tercera y, muy probablemente, última vez, el partido se encomienda a él para que sus votantes vuelvan al carril autonomista.

Pujol ha dicho que la independencia no es posible. Y ha pedido negociar con el Estado, para «salvar» la lengua, la cultura y la nación. El mismo discurso que Sílvia Orriols -quien compite tanto con él como su difunta esposa en gran matriarca de la nación catalana-, pero con la receta opuesta. Orriols sostiene que solo se puede «salvar Cataluña» con la ruptura y se nutre de las contradicciones de Junts.

A diferencia de Pedro Sánchez, Pujol siempre ha estado obsesionado con la posteridad y el recuerdo colectivo que quede de él. Ha vuelto para hacer un último servicio al espacio político que fundó, esperando que no sea demasiado tarde para salvarlo de la revolución que liquidó a Convergencia, devoró a sus propios hijos y ha engendrado a Orriols como hija bastarda.

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