Lo que no falla
«A Sánchez sólo le falta incluir sus desvaríos no ideológicos, sino oportunistas en la Constitución para convertirla en una ley de parte y no de todos»
Después del aquelarre de Sevilla de la semana pasada, con su bochornoso espectáculo cesarista, sus invocaciones a acabar con la derecha (es decir, con la democracia), sus ataques a la independencia judicial (uno de los bobos en servicio activo más distinguidos ha dicho que está escorada hacia la derecha, como la torre de Pisa) y contra los periodistas no afiliados al agit-prop gubernamental, parece que en España caben pocas esperanzas políticas. Es momento de recordar el dictum de Ortega: cómo será el futuro de nuestro país que las esperanzas hay que abrigarlas… Sin embargo, la desesperación es un desahogo pesimista que puede darnos cierto alivio momentáneo, pero no resuelve nada ni siquiera mejora nuestra comprensión de los problemas. Hay que encontrar algo sólido para hacer pie y remontarnos a la superficie, donde podamos de nuevo respirar. La verdad es que no tenemos mucho donde elegir. A mí sólo se me ocurre, dadas las fechas del año en que estamos, que nos encaramemos firmemente a la Constitución, tal como ese pirata negro de los tebeos de Astérix se sube a la cofa del mástil mientras el barco se hunde y los jefes chapotean inútilmente con el agua al cuello. Es lo que no falla cuando necesitamos asirnos a algo.
La Constitución no es perfecta y quizá eso debería tranquilizarnos, porque si nos pareciera inmejorable a unos querría decir que otros la consideran inaceptable. Que fastidie un poco o un mucho a todos demuestra que nadie la ha diseñado a su exclusivo gusto, que todos han tenido que ceder parte de su uniforme para vestir al complejo muñeco. Y eso creo yo que es lo más importante de nuestra carta magna, el ánimo con que fue acordada. Me atrevo a decir, espero que no se me malinterprete, que en su origen hay algo poco español porque parte de la renuncia a la intransigencia… que es el rasgo de carácter más español que hay. La Constitución no es una concesión a las fachas, como dicen los más tontos de la clase, ni tampoco una conquista de la izquierda, que consiguiéndola tomó su Palacio de Invierno. El texto nace, con sus sobresaltos y altibajos imaginables, de dos renuncias que yo casi me atrevería a calificar de sublimes: la renuncia de los franquistas al poder que ostentaban y del que nadie más que su propia voluntad les desposeyó (un suicidio político de los procuradores en Cortes que abrió la puerta a la democracia) y la renuncia de los opositores a la dictadura a una revancha con la que muchos soñaron durante los largos años de opresión. Más allá de los detalles concretos de su articulado, cuya importancia es tan obvia que no hace falta subrayarla, esas dos renuncias y el acuerdo que suponen es lo verdaderamente constitucional, lo que da a luz una nueva era política. Los únicos indeseables políticos que quedan fuera de lo constitucional por su capricho son quienes se niegan a compartir nuestro país con la alternativa ideológica opuesta: lo que representan quienes hoy se legitiman diciendo que hay que acabar con la derecha o los que llaman totalitarias a todas las propuestas sociales de signo izquierdista. Y por supuesto, apenas hay que decirlo, están fuera y deben estarlo aún más (y no formar parte de los apoyos del Gobierno, como desgraciadamente pasa ahora) los separatistas que atacan al país de todos y sólo creen en la identidad de su convento. Estos son los peores y, ay, los más peligrosos.
«La Constitución no es perfecta y quizá eso debería tranquilizarnos, porque, si nos pareciera inmejorable a unos, querría decir que otros la consideran inaceptable. Que fastidie un poco o un mucho a todos demuestra que nadie la ha diseñado a su exclusivo gusto»
Porque la Constitución está en peligro y nosotros con ella, claro. Como han remachado en la fiesta del 46 aniversario, Sánchez y su chica para todo Armengol están por reformarla, para defenderla mejor (como le dijo el lobo a Caperucita, que aunque era roja no votaba al PSOE)… de la derecha, claro. Con la amnistía, con la ley de género discriminadora, con sus nombramientos para cada cargo crucial a amiguetes fieles a Su Persona aunque no al país, con sus ataques ominosos a jueces y medios de comunicación, etc… Sánchez ya se ha puesto al pairo constitucional más que ningún otro presidente español. Ahora sólo falta que incluya sus desvaríos no ideológicos, sino simplemente oportunistas en el articulado de la carta magna para convertirla en una ley de parte y no de todos. Y ya de paso también los de sus indeseables apoyos parlamentarios. ¿Se imaginan como mejoraría la Constitución reformada por Ione Belarra y Gabriel Rufián? ¡Qué contento al día siguiente en las páginas de El País y en las tertulias de la SER!
Otro peligro, sin duda aún mayor, es la falta de una educación constitucionalista, sobre la esencia, el contenido, el origen conciliador y la necesidad ciudadana de nuestra regla prioritaria. ¿Qué sabe un adolescente español de la Constitución? En la mayoría de los casos, nadie le habrá hablado de ella más que quizá de pasada; en el peor, le habrán dicho que es un invento de los fachas para dominar a la clase obrera, un artilugio heteropatriarcal para acogotar a las feministas o un invento del centralismo españolista para privar de sus contrastados derechos nacionales a vascos, catalanes o gallegos. Es difícil que con esa formación y sin mejores mentores ideológicos que Ramoncín, el Gran Wyoming o Bob Pop vayamos a tener mañana muchos ciudadanos que sepan en qué consiste serlo.