El órdago (o farol) de Puigdemont
«El líder de Junts se dispone a echar una interminable partida de cartas marcadas con Sánchez. Ha lanzado un envite para demostrar que cuenta, que es alguien»
No recuerdo una época más pesada en la política española y europea que este 2024 que se acaba. Gobernados por los peores, perdemos nuestro tiempo intentando explicar las triviales decisiones, a corto, de personajes que se agarran al poder como si no hubiera un mañana. La última gracieta de Carles Puigdemont ha sido proponer una cuestión de confianza, que nace muerta, contra el Gobierno. El motivo aducido, que esconde debilidad y miedo al futuro incierto de Junts, es que Pedro Sánchez «no es de fiar». ¡Como si el huido fuera hombre de palabra! Los pactos suizos siempre han sido papel mojado. Sirven hasta que cambia el viento. El independentista, armado de súbita impaciencia, ha dicho basta ya… por ahora.
Los líderes indepes ven que, si no remenen l’olla (se convierten en importantes y mueven hilos, poniendo en vilo a España), dentro de nada el nacionalismo conservador -que ya pinta bien poco en la Generalitat- estará muerto. O habrá sido sustituido por el ultranacionalismo de Aliança Catalana y su apuesta clara contra la inmigración.
En la nueva pantomima del divino impaciente catalán tiene mucho que ver el ascenso de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat, que gobierna con los votos de Esquerra Republicana (el mayor contrincante de Junts) y los Comunes (podemitas plurinacionales). Los nuevos convergentes piensan que deben apretar o se verán sin butacas ni relevancia por los siglos de los siglos. Por el momento, además de lloriquear, ya andan intentando pactos con el PP.
Mientras, el socialista Illa va ocupando, a la chita callando, el espacio nacionalista. Ha conquistado a las empresas, también a la vieja burguesía (escasa y silenciosa, pero rica de verdad) y a muchos comerciantes o autónomos hartos de pagar impuestos exagerados por bien poco. Hace unos días supimos que Cementos Molins volvía a casa. Es la primera sociedad con verdadera raigambre catalana que toma la decisión de retornar al terruño, aunque siguen siendo miles (unas 8.000) las empresas que huyeron durante el procés.
Las buenas palabras del presidente de la Generalitat -quizás también alguna promesa- han sido más eficaces que la espúrea amenaza de Junts de imponer multas a las firmas que se negaran a volver. Si el líder del PSC consigue que La Caixa -un símbolo de país– devuelva a Barcelona su sede financiera (ahora, en Valencia) y la de su fundación (que sigue en Mallorca), muchos darían por liquidado el famoso procés.
«Ni Sánchez puede defender el Estado que gobierna, rehén del independentismo, ni Puigdemont convence al electorado catalán»
Viendo las orejas al lobo, Puigdemont ha creado un relato que suena a amenaza con ínfulas. Se trata de un «basta ya» o «hasta aquí hemos llegado». Hace un año que pactaron en Suiza con los enviados de Sánchez, pero poco ha sucedido luego. No se ha aplicado la amnistía, la financiación bilateral para Cataluña se ha convertido en un aguado café para todos (el que ya se bebieron en la Transición) y el catalán tampoco ha sido declarado lengua europea. «Ya no hay paciencia», dicen los siete diputados de Junts, haciéndose los enfadados.
Los relatos sustituyen a la política de hechos y programas. Escasean, en España y Europa, líderes capaces de responsabilizarse de sus propuestas, del resultado de las leyes que aprueban. Los objetivos son a corto y les asusta pensar en el mañana. Ni Sánchez puede defender el Estado que gobierna, rehén como está del chantaje del independentismo y de las ocurrencias de la izquierda radical, ni Puigdemont convence con sus charlotadas al electorado catalán.
La falta de líderes valientes, con currículum, instruidos y capaces de respetar la democracia parlamentaria ha llevado a The Economist a escoger Kakistocracia como palabra del año. Kakis, en griego, significa el peor, mientras que krakos se traduce como poder/gobierno. Nos gobiernan los peores. Así va Europa y los augurios no mejoran. Precisamente, Artur Mas, el delfín de Jordi Pujol, se presentó a las elecciones de 2010 con un eslogan que prometía «el Govern dels millors«. No lo fue. Su etapa fue prólogo del proceso independentista, de la decadencia convergente y de la creación de Junts pel Sí (a la independencia). Pujol lo dijo claramente hace poco: «Acabar con Convergència fue un error».
Aún me gusta más la expresión escogida en 2024 por la Oxford University para ilustrar el mundo en que vivimos: Brain rot. Literalmente, el término significa deterioro cerebral. La expresión, que ha tomado auge en la era digital, se usa para definir la podredumbre intelectual. Tik, tak, tik, tak. El reloj de la trivialidad, de los pequeños nacionalismos, del buenismo woke, de una socialdemocracia quemada por jefes chulescos y escasamente preparados, resuena en la sociedad del siglo XXI.
«Los afines a Puigdemont creen que sostener a Sánchez puede condenarlos a pasar la próxima década alejados del poder»
En vez de gobernar, la política española se entretiene disputando una interminable partida de dados, el más simple y aburrido de los juegos. No hay inteligentes jugadores de póquer o mus en la mesa, sólo militantes fieles que lo fían todo a la amenaza, a la resistencia a corto. Precisamente, los afines a Puigdemont creen que sostener al Gobierno de Sánchez en sus momentos más bajos puede condenarlos a pasar la próxima década alejados del poder. Las críticas aumentan desde el poco numeroso sector negocios de Junts (siempre sobrevalorado en Madrid) y pone nervioso al actual presidente ex convergente.
El líder de Junts se dispone a echar una interminable partida de cartas marcadas con Pedro Sánchez. Acorralado, condenado a esperar en el rincón, ha lanzado un envite simple para demostrar que cuenta, que es alguien. Los hombres asediados se vuelven peligrosos. El Gobierno de la supuesta izquierda, tras meses jugando al Risk, tendrá que enfrentarse el próximo año a constantes órdagos (o faroles) de Puigdemont.