Ni memoria, ni histórica
«Por paradójico que pueda parecer, no son pocos los que aprecian en Sánchez cierta envidia de algunas características del franquismo»
El presidente Sánchez amenaza con reconvertir su acción política, su sufrida y penalizada mayoría legislativa y su entorno judicial rodeado de tormentas corrupción, en un maratón de 100 actos por el próximo aniversario de la muerte de Franco, en la cama. Es quizás, el mejor momento para prepararnos para esta campaña bajo la que se va a intentar esconder todo el aluvión de escándalos y corrupciones que acosan a su gobierno, a su partido y a su familia, como si fueran culpa de Franco o el franquismo.
Se avecina una gran tormenta de agitación y propaganda preparada por un gobierno que no dudará en insinuar que si Franco murió en la cama el 20 de noviembre de 1975 es solo porque Pedro Sánchez no llegaba a los cuatro años, y por eso no le dio tiempo a derrocarlo. A nadie extrañará escuchar pronto que la decisión del gobierno de exhumar el cadáver de Francisco Franco del Valle de los Caídos en octubre de 2019 ha sido el gran hito de la resistencia, de la lucha, del triunfo contra el dictador. Ni la Constitución, ni la Transición, ni la entrada en Europa, nada será comparable para el NODO de La Moncloa, a la gesta de Pedro Sánchez con el cadáver del dictador.
Desgraciadamente, nuestro presidente, que siempre tiene la memoria histórica en la boca y alardea de ella, es, sin embargo, incapaz de tener el más mínimo gramo de memoria para hechos más cercanos en el tiempo. Un presidente frío, e incluso inhumano, que se niega a acudir a un acto de memoria y homenaje en Valencia por las más de doscientas víctimas de la DANA por miedo a los insultos y abucheos. El mismo presidente que desde hace años elude como agua hirviendo cualquier acto de memoria a las víctimas del terrorismo de ETA también por miedo al desprecio de las familias por su política «amiguista» con los votos de Bildu en el Congreso.
Este presidente es el mismo que regaló a los de Bildu, a los hijos políticos de ETA, el poder de manipular la historia para extender la aplicación de la Ley de la Memoria Democrática hasta finales de 1983. Es decir, para Sánchez, el PSOE, Bildu y todos los socios del presidente que votaron a favor, para todos ellos la dictadura franquista duró hasta cinco años después de la aprobación de la Constitución e incluso se extendió durante el primer año del gobierno socialista de Felipe González.
Esta es la memoria de Pedro Sánchez. La que olvida sus principios socialistas de solidaridad para favorecer financieramente a los que tienen los votos para mantenerle en el poder, aunque sean los más ricos y en detrimento de las comunidades más pobres. Para él, la memoria histórica consiste en que, cuando las cosas le van mal, agitar el fantasma del dictador que murió hace casi medio siglo en la cama para agrupar a todos sus fieles en esta batalla histórica.
«Sánchez hubiera preferido nombrar al ínclito Óscar López al frente de lo que Orwell llamaba en 1984 el ‘Ministerio de la Verdad’»
Como si fuera un vulgar dictador populista que cuando ve crecer los problemas, las críticas o la presión interna contra su poder personal inventa un enemigo exterior para focalizar los odios de los suyos y desviar el tiro de la atención, Sánchez viene haciendo lo mismo con el miedo a la extrema derecha que eleva a categoría histórica cuando recupera el fantasma de Franco cada vez que las cosas no le van o no las ve bien.
Por paradójico que pueda parecer, no son pocos los que aprecian en Sánchez cierta envidia de algunas características del franquismo. Esa «democracia orgánica» en la que nadie cuestionaba el poder del líder en las Cortes. O ese ministerio de Información que censuraba previamente cualquier noticia que pudiera criticar al régimen y que tenía la capacidad no ya de crear o financiar, sino incluso de cerrar y hasta de dinamitar las sedes de la prensa crítica. Él no puede porque los tiempos y las leyes han cambiado, pero puede maniatarlos, ahogarlos y favorecer a los amigos con millones de euros de ayudas. Tampoco dispone de un poder judicial sumiso a sus deseos, aunque haya conseguido erosionar con la Ley de Amnistía las bases del Estado de derecho, vulnerar la Constitución o destrozar un Código Penal.
Sánchez quiere celebrar el año que viene el 50 aniversario de una muerte. Lo que debería es aprovechar el 40 aniversario en el título de una novela: 1984. La novela de George Orwell, de la que se cumplen 75 años (para aviso a Núñez Feijóo), es todo un compendio de la importancia de la memoria histórica para una verdad del Gran Hermano que creíamos distópica y que se está quedando corta e ingenua. Escribió el inglés aquello tan repetido de que «Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado». Lo que se escribía como distopía es ya una realidad en este primer cuarto del siglo XXI.
Estoy convencido de que Sánchez hubiera preferido nombrar al ínclito Óscar López al frente de lo que Orwell llamaba en 1984 el «Ministerio de la Verdad» en el que se controlaba a los medios de comunicación, el entretenimiento, las bellas artes y los libros escolares con el único objetivo de volver a escribir la historia para cambiar así los hechos hasta que se adaptaban a las necesidades del Partido. Necesidades cambiantes, porque cambiante era también la ideología del partido, que no era otra que lo que pensara en cada momento el Gran Hermano. Sí, sé que les suena. (La vida es así, no la he inventado yo, que decía la canción). Orwell escribía que la Ignorancia es Fuerza, porque la ignorancia evita cualquier rebelión contra el Partido. Llamó Ingsoc (acrónimo de socialismo inglés) a la ideología del partido que canalizaba toda la angustia y frustración del pueblo hacia un odio irracional contra el enemigo y un amor equivalente al líder, al Gran Hermano. Cierto es que este líder no se tomaba descansos de cinco días para meditar sobre su futuro.
«Sánchez va a jugar también con el control de la publicidad institucional y con los más de cien millones de euros de ayudas a supuestas transformaciones digitales»
Las necesidades de Pedro Sánchez ante el cinturón de escándalos que le rodean pasan por intentar tener bajo control a una prensa crítica cuyos bulos siguen transformándose en hechos investigados por jueces y fuerzas de seguridad. Y en este terreno ha decidido luchar con sus propios medios. Nunca mejor dicho. Además de los amigos entusiastas privados, siempre primados con primicias y entrevistas exclusivas, Sánchez tiene ya sus propios medios. Los medios públicos ya son sus propios medios. Ya tiene armado el brazo de RTVE con un consejo hecho a su medida y nombrado con una urgencia indignante en el día después de la tragedia de la dana. Sánchez va a jugar también con el control de la publicidad institucional y con los más de cien millones de euros de ayudas a supuestas transformaciones digitales. Supuestas porque todos los medios son ya digitales, y porque muchos se temen que no serán para todos, sino solo para los medios amigos.
Más complicado lo tiene frente al poder judicial. Los casos a su esposa, a su hermano, a su fiscal general, al que fuera su número dos, a la mano derecha su número dos o al amigo comisionista de la mano derecha de su número dos, que está demostrando un control del tempo y de las pruebas que deben estar asustando a muchos, aprietan a Sánchez cada vez más.
La memoria histórica es un deber de toda sociedad democrática. Es necesaria y es obligada. Recuperar la historia es necesario. Una recuperación verdadera, completa y plural. No puede estar ideológicamente volcada, ni puede ser un arma con el que esconderse, ni ser usada como arma del presente por enfrentamientos del pasado. Si hay instituciones fundamentales para un buen uso de la memoria histórica esos son la independencia del poder judicial y las libertades de información y de opinión. Y para el corto plazo, no hay mejor memoria histórica que la de la UCO. Y contra ella no vale ni Franco.