Mangione-Thompson, una tragedia pop americana
«El crimen de Manhattan reúne la ira del justiciero solitario, las recompensas policiales, la fuga en un autobús de la Greyhound y la sonrisa del asesino»
Menudean en las calles de Nueva York carteles con el nombre y el cargo de CEO de grandes empresas, carteles que invitan a posibles «justicieros» a imitar a Luigi Mangione, el asesino de Brian Thompson, capo de UnitedHealthcare, la aseguradora médica en el centro de Manhattan. Y el abogado de Mangione está recibiendo cuantiosas donaciones anónimas para financiar la defensa de su cliente, que muchos ven como un héroe, un moderno Robin Hood.
Se trata aquí de un asesinato más, insignificante (salvo para el señor Thompson y su familia) si lo comparamos con las matanzas indiscriminadas de familias enteras, de poblaciones enteras, que están cometiéndose ahora mismo en las cuatro esquinas del mundo. No obstante, hay en esta pequeña tragedia elementos que la hace tan americana, tan pop, que tiene un atractivo irresistible, no es extraño que se hable tanto de ella.
El arma.- En primer lugar, el hecho mismo de la omnipresencia de las armas de fuego: un tipo enmascarado aparece, solo, en el centro de Manhattan, mata de unos tiros por la espalda a un señor que iba a entrar en el hotel, y se da a la fuga.
La salud.- En segundo lugar, que el crimen esté referido al sistema de la salud pública (UnitedHealthcare es una gran aseguradora médica), que en Estados Unidos es una catástrofe y la ruina de las familias. También hay un probable factor de salud mental deteriorada en el asesino, que padece graves dolores físicos y, según se dice, fue él mismo víctima de la codicia de esas grandes empresas que se enriquecen a costa de la miseria de sus clientes, denegándoles soporte con demasiada facilidad.
La recompensa.- En tercer lugar, el hecho de que primero la policía de Nueva York, y luego el FBI ofrecieran recompensas, la primera de 10.000 dólares, la segunda de 50.000, a cualquiera que aportase pistas para localizar al asesino, nos retrotrae a los tiempos del Far West y sus carteles de «Wanted, Dead or Alive«.
«Las recompensas contribuyeron poderosamente a aguzar la vista del camarero que identificó a Mangione»
Recompensas que, por cierto, seguro que contribuyeron poderosamente a aguzar la vista del camarero que identificó a Mangione mientras reponía fuerzas y consultaba su ordenador en un establecimiento de comida rápida a gran distancia de los hechos.
McDonald’s.- No deja de ser curioso que un joven como Mangione, de familia acomodada, con grandes propiedades inmobiliarias, entre ellas hoteles, haya «caído» en un McDonald’s, que es una cadena de comida rápida (o comida basura) para un público popular, o sea pobre, paradigmáticamente americana aunque extendida por todo el mundo. Qué caída tan vertiginosa: pretendes ser el Dios de la Justicia y al poco eres detenido como cualquier delincuente de medio pelo en un lugar tan sórdido, y cuyos menús tanto contribuyen a la pandemia de obesidad del país.
La sonrisa.– Estados Unidos cultiva el optimismo y la sonrisa. Bien está, pero es que es casi preceptiva. Recuerdo que una vez entré en la cocina de una residencia para artistas a servirme el desayuno. Viendo mi cara adusta de las ocho de la mañana, la cocinera me saludó espetándome, risueña: «Ignatius! Smile!», como si me hubiera yo olvidado algo importante, quizá cerrar la cremallera de mis tejanos.
Molesto, le respondí canturreando un verso de Dylan: «If my thought-dreams could be seen/ they’d probably put my head in a guillotine» (Si pudieran ver lo que pienso y sueño, seguro que me ponían la cabeza en la guillotina). La buena señora se asustó, claro. Es imperativo sonreír. Si no lo haces, quizá sea porque eres peligroso.
«Error fatal. Una sonrisa de más: le han cazado por ella»
En todas las fotos de Mangione antes de su crimen, tomadas en cenas con sus amigos y sus condiscípulos, o en excursiones por los montes, aparece sonriendo. Fue la víspera del crimen, para coquetear con la recepcionista del hostal, por lo que se bajó un momento la mascarilla: para mostrarle su encantadora sonrisa.
Error fatal. Talón de Aquiles. Una sonrisa de más: le han cazado por ella. Por cierto que en las fotos tomadas «después de los hechos», ya no sonríe. Hay que comprenderlo.
La fuga.– Un crimen perfecto, un plan cuidadosamente elaborado, sin fisuras (salvo la mencionada sonrisa), con el idiosincrático detalle de que el getaway car fuese… un autobús de la omnipresente compañía Greyhound, como el que se lleva a Dustin Hoffman y John Voight a California al final de Cowboy de medianoche.
Está la ira del justiciero solitario, harto de tanta corrupción, tipo Taxi Driver. Está la última tecnología –la pistola estaba impresa en 3-D, y él era un talento de la informática-… Permanezcan atentos a sus pantallas, pronto llegará el juicio, género cinematográfico americano por excelencia, y correrán más ríos de tinta. Voy cargando ya la pluma.