Mentiras y milagros del sanchismo
«’The Economist’ se hace eco de un espejismo económico, una falsa percepción de estabilidad económica que no corresponde a ninguna mejora estructural»
Lo ha dicho The Economist, la economía española se está comportando muy bien. Literalmente el semanario económico británico dice, a propósito de la economía europea, que «el repunte del Mediterráneo continúa por tercer año consecutivo, con España a la cabeza de la lista de este año». Rápidamente el Gobierno socialista y su aparato de opinión sincronizada se han hecho eco de este sorprendente milagro informativo.
The Economist fundamenta su análisis en tres únicos factores, el crecimiento del PIB real, el rendimiento bursátil y la inflación básica. Más allá de estas coordenadas, la revista británica no entra en mayores averiguaciones, si acaso relaciona el crecimiento del PIB español a la inmigración y el consiguiente incremento de mano de obra.
A muchos españoles las conclusiones de The Economist les han sorprendido, no porque sepan de economía más que los redactores de esa revista, sino porque lejos de apreciar alguna mejoría, cada vez les cuesta más llegar a final de mes. Para ellos las afirmaciones de The Economist quizá tengan algún sentido en un universo económico paralelo, pero desde luego no en el suyo.
Hay quienes se han llegado a plantear si este contenido de The Economist no habrá sido por encargo de un Gobierno acostumbrado a regar generosamente a los medios partidarios. Otros simplemente sospechan que el desvarío de la publicación británica es producto de su inclinación socialdemócrata. Y, la verdad, no me extraña tanto escepticismo.
No soy economista, pero sospecho que, si The Economist hubiera hecho un análisis más profundo, su visión sobre la economía española habría sido bastante menos complaciente y, por el contrario, manifestaría una preocupación fundamentada sobre el crecimiento económico actual de España y su sostenibilidad.
«Si bien los fondos Next Generation han contribuido al crecimiento del PIB, son un estímulo temporal»
Por más que el Gobierno dé palmas a cuenta del crecimiento del PIB y saque pecho con The Economist, si consideramos los factores que están impulsando este crecimiento y su naturaleza transitoria, poco o nada hay que celebrar. Más bien me temo que habrá mucho que lamentar.
El primer factor a tener en cuenta son los fondos Next Generation, que han supuesto una inyección significativa de recursos en la economía española. Pero, si bien estos fondos han contribuido al crecimiento del PIB, son un estímulo temporal que, al agotarse, podría tener un efecto negativo si no se han generado efectos multiplicadores sostenibles. De hecho, puesto que estos fondos se han gastado discrecionalmente en cualquier cosa menos en aquello para lo que estaban previstos, el Gobierno va a compensar su derroche de la forma acostumbrada: con un incremento de los impuestos.
El segundo es la recuperación del turismo. Una vez superado el impacto de la pandemia, el sector turístico ha experimentado un fuerte rebote de alrededor del 12% del PIB. Sin embargo, este crecimiento es principalmente un efecto de recuperación tras el parón, no necesariamente una expansión estructural.
El tercer y último factor es el aumento del gasto público. Buena parte del crecimiento del PIB se debe al incremento del gasto público que ha sido financiado no sólo por los fondos europeos sino también por el endeudamiento. Este gasto, si bien puede estimular la economía a corto plazo, sin reformas estructurales lo que va a generar son graves desequilibrios fiscales.
La mayor subida de impuestos de la historia
Mucho me temo que The Economist se hace eco de un espejismo económico, una falsa percepción de estabilidad económica que no corresponde a ninguna mejora estructural. En cuanto los estímulos desaparezcan sin que se hayan implementado reformas clave, la economía mostrará su verdadero rostro. De hecho, ya lo está mostrando para muchos españoles, aunque parece que todavía no en número suficiente o con suficiente intensidad. Pero todo se andará.
Por lo pronto, el Gobierno español se propone incrementar la recaudación fiscal en 60.000 millones de euros, un aumento de la presión fiscal de unos 4 puntos del PIB, la mayor de nuestra historia y exactamente el doble que la llevada a cabo por el Gobierno de Mariano Rajoy, que incrementó el IRPF, el IVA y otros tributos especiales, con un impacto aproximado de 30.000 millones de euros en los primeros años.
Sin embargo, mientras que el ajuste de Rajoy, ya entonces bastante discutible, fue impulsado por la urgencia de evitar el rescate financiero, el plan actual tiene como objetivo financiar un gasto público disparado que Sánchez no tiene ninguna intención de contener, más bien todo lo contrario, porque para Sánchez gastar es poder. Esto demuestra que el crecimiento económico español es un espejismo basado fundamentalmente en el despilfarro. Un despilfarro que no pagarán los ricos, porque en España los ricos de verdad son muy pocos, sino las depauperadas clases medias.
Sánchez justifica este brutal incremento de los impuestos alegando que nuestra presión fiscal es inferior a la media de la Unión Europea (no así a la de la OCDE, por cierto), pero ignora deliberadamente que los niveles de renta en España son también muy inferiores a los de países con una presión fiscal tan elevada.
«Dinamarca, Suecia o Alemania tienen una presión fiscal superior al 40% del PIB, pero cuentan con salarios mucho más altos»
Por ejemplo, países como Dinamarca, Suecia o Alemania tienen una presión fiscal superior al 40% del PIB, pero también cuentan con salarios mucho más altos y sistemas de bienestar más robustos. Así pues, la equiparación de la presión tributaria con estos países sin un incremento proporcional en los ingresos de los ciudadanos conllevará un mayor esfuerzo fiscal relativo para las clases medias y bajas españolas, lo que agravará la desigualdad en la renta disponible de los hogares españoles.
En España, el gasto improductivo, las subvenciones poco transparentes, las empresas públicas deficitarias y el impacto de la corrupción son problemas recurrentes que aumentan el gasto sin aportar ningún beneficio tangible a la ciudadanía. Eso tampoco lo dice The Economist.
Entretanto, parece que a lo máximo que podemos aspirar es a discutir sobre «políticas», soñar con la alternancia y con una gestión de la ruina algo más aseada. Pero el mal de fondo no está en unas políticas u otras, sino en las ideas. En España lo que necesitamos con urgencia son ideas distintas, no políticas supuestamente más razonables o promesas de mejor gestión.
Las ideas siempre tienen consecuencias. Y, a menudo, las ideas que prevalecen no son dictadas por la inteligencia o el análisis crítico, sino por intereses y creencias. Esto se aprecia con especial nitidez en la política, donde personajes sin escrúpulos, como Sánchez, aplican una y otra vez, por pura demagogia y conveniencia, ideas equivocadas con pésimos resultados. España es un caso paradigmático en lo que se refiere a la perseverancia en las malas ideas, por ejemplo, que el bienestar sólo es posible si el Estado acapara y derrocha la riqueza. Con Sánchez, esta pésima idea, que aquí casi nadie discute, tendrá consecuencias devastadoras, diga lo que diga The Economist.