Resurrecciones del 27
«Aleixandre se convirtió con el Nobel en la voz simbólica de la nueva democracia española. Pero no como víctima del pasado y no creo que le gustara el término»
La Generación del 27, como el París de Hemingway, no se acaba nunca y ahora resulta que a Miguel Hernández lo asesinaron –lo dijo el ministro del ramo– y que Vicente Aleixandre fue una víctima del franquismo, siempre según el parecer del Gobierno. Como decía un cura teatino que conocí, gran experto en arte medieval del Mediterráneo: «No sssaaben». Lo decía –y lo reproduce a la perfección mi amigo el historiador Antonio Planas– con esa «ese» silabeante y ofídica y se refería a universitarios criados entre el marxismo y el nacionalismo (y ahora wokismo). «No sssaaben». O sea que hay veces en que ciertas cosas no se dicen por mala fe, o por mentir, sino por pura ignorancia, nada más. Convendría recordar que la ignorancia es peligrosa pero también a la hora de descalificar al que no piensa como nosotros no olvidar que tal vez sea que «no sssaabe».
A Miguel Hernández no lo asesinaron. Nadie lo fusiló ni le pegó un tiro, pero al acabar la guerra fue condenado a muerte, pena que se le conmutó con la de cárcel, que padeció y donde enfermó y fue apagándose hasta morir. ¿Habría muerto de no estar encarcelado? No lo sabremos nunca –es probable que no– aunque la España de la inmediata postguerra no era muy confortable para los enfermos y tampoco para los sanos: un país arruinado. Lo que no quita, repito, que a Miguel Hernández no lo asesinaron, como sí hicieron con Lorca y tantos otros, de un bando o de otro.
Vicente Aleixandre también ha resurgido inesperadamente al ser incluido en un acto de Presidencia del Gobierno como «víctima del franquismo». Pero en su caso, tal consideración favorece el equívoco porque víctima stricto sensu no lo fue y en cambio sí pudo haber sido –lo buscaron y tuvo que esconderse: querían matarlo– víctima de los milicianos del otro bando en el Madrid de la guerra. Hay cosas que deben contarse como nos las contaban nuestros abuelos con el fin de que su tiempo no se desvaneciera del todo.
Pues bien: no cuesta nada contar las cosas como fueron, con su catálogo de matices, para evitar no sólo la desmemoria, sino el maniqueísmo que tantas veces conduce a la incomodidad, la tensión o la violencia, según el grado de infiltración en la sociedad. Ni Miguel Hernández fue un pobre pastor de ovejas –otro mito interesado– ni Vicente Aleixandre una víctima del franquismo, apelativo que suena a lo que en absoluto fue. A lo mejor convendría definir el término víctima cuando se refiere a un régimen político.
«Oímos víctimas del franquismo y pensamos en presos, fusilados o exiliados. A Aleixandre no puede incluírsele en estas categorías»
Porque otra cosa es que cuando se vive en una dictadura, la mayoría de ciudadanos son súbditos –y algo de víctima puede haber en ese estado– y no personas con todos los derechos. Hasta ahí se podría considerar a Vicente Aleixandre como tal, pero sólo y exclusivamente hasta ahí. Oímos víctimas del franquismo y pensamos en presos, fusilados, exiliados o desaparecidos. A Vicente Aleixandre no puede incluírsele en ninguna de estas categorías. Sus ideas no eran de izquierdas –era hijo de un republicanismo burgués, entre Ayala y Serrano sus casas familiares y luego en el chalet de Wellingtonia– y pudo vivir su homosexualidad como su conciencia se lo permitía, cosa que también ocurría en la Inglaterra o Francia de la época, democracias libres de franquismo donde los homosexuales solían esconderse.
Aleixandre fue un señorito de la República, amigo de la elitista Residencia de Estudiantes, y miembro del mejor grupo poético y más formidable escuela de propaganda de sí mismos que haya dado –o había dado hasta entonces– la literatura española: la Generación del 27 y todos sus logros, que fueron muchos, antes y después de la guerra. Se guardó muy mucho de alzar la voz contra el Régimen y este no le molestó. Y en 1950 –pleno franquismo– entró con todos los honores –y por supuesto, merecimientos– en la RAE.
Otra cosa, por no salir del 27, sería Cernuda, exiliado. O Lorca, asesinado. O Guillén, exiliado primero e intermitentemente de vuelta luego. O María Zambrano, exiliada. Como Rosa Chacel. Pero Aleixandre, no. Y una vez muerto Franco, Vicente Aleixandre y su poesía fueron premiados con el Nobel de Literatura de 1977 por la Academia Sueca. Así Aleixandre se convirtió en la voz simbólica de la nueva democracia española. Pero no como víctima del pasado y no creo que, a él, por respeto a las víctimas que sí lo fueron, le complaciera el término.