Jetas
«Cuando la tele se convierte en una tertulia, las radios abren delegación en Youtube y el periodismo se rinde a las redes, no queda en pie un solo velo»
Cuando empecé a leer periódicos era infrecuente conocer el aspecto físico de los firmantes de los artículos, excepción hecha de quienes, además, publicaban libros; de quienes eran, para entendernos, famosillos. Yo sabía qué cara tenía Juan Luis Cebrián por alguna aparición televisiva (recuerdo un coloquio en La clave sobre la libertad de la información en que, junto a él, participaban Calvo Serer y… ¡el director del Pravda!), pero a Pilar Bonet, Enric González, Mauricio Vicent o Anatxu Zabalbeascoa no los habría reconocido. Estaba convencido de que Anatxu era una mujer bellísima y no me equivoqué, mas en general solía ir errado. Llegué a considerar la posibilidad, por ejemplo, de que Jacinto Antón fuera mulato, probablemente de origen guineano, y ‘mi’ Ramón Besa compartía, no sé si inopinadamente, bastantes rasgos con Joan Barril.
Sea como sea, el desconocimiento de aquellos rostros imponía un distanciamiento que tendía a enaltecer las noticias, las columnas y el oficio mismo. Como si el aura de misterio que desprendían aquellas letras obligara a leerlas con una deferencia que en algunos casos mutaba en reverencia.
Los primeros debates en programas, digamos, de entretenimiento, empezaron a desvelarnos quiénes se ocultaban tras los textos, y no siempre para mal, pues a menudo los autores eran más ocurrentes y joviales que en mis fabulaciones, y no faltaban los que afinaban el verbo hasta tal punto que parecían estar leyendo lo que decían en algún rincón de su cabeza.
Lo corriente, sin embargo, era llevarse un chasco, siquiera por haber idealizado a quienes venía profesando admiración. Demasiado feo, demasiado borde, demasiado gilipollas.
Hoy, cuando la programación televisiva se ha convertido en una tertulia ininterrumpida, las radios han abierto delegación en Youtube y el periodismo se ha rendido a las redes sociales, no queda en pie un solo velo; también, por cierto, en lo que atañe al intelecto. Columnistas dignos de atención se revelan en Twitter como verdaderos cretinos, como chistosos sin gracia ninguna, como solemnes ignorantes.
«La sobreexposición ha llegado a tales niveles que hay periódicos que parecen una rave pijamera»
El periodista Manuel Trallero decía, para ilustrar la trama confianzuda en que se dirimía el poder, incluido el cuarto, que en Barcelona ya nos habíamos visto todos en pijama alguna vez. Bien, la sobreexposición ha llegado a tales niveles que hay periódicos que parecen una rave pijamera.
No hay día, y lo digo con auténtico pesar, en que El Mundo no traiga cinco o seis fotos de su director, Joaquín Manso, a propósito de algún premio tipo Forocoches que, como es de rigor, congrega al todo Madrid. Bien es cierto que el álbum familiar empezó con Rosell, que debió de cogerle gusto a la omnipresencia y llegó a posar con solvencia de figurante. Ay, si hubiera sabido que un grupo de periodistas llevábamos un malicioso contador de las treinta o cuarenta citas que solía incrustar en sus artículos, a cuál más irrelevante, y que añadimos al choteo un ranking del número de estampitas que imprimía a diario, quizás habría meditado abandonar el show business y ejercer de lo suyo. No fue el caso. Como tampoco es el caso de su heredero, quien, lejos de recular, ha ampliado la sección «El Director», dando aire a bisagras presuntamente importantes de los que apenas se sabe nada, más allá del cargo que ocupan.
Las tornas han cambiado. Antes no conocías la jeta; lo que ahora no se sabe, es la obra.