La caricatura
«Pedro Sánchez viste la mascara extemporánea de un antifranquismo que no viene a cuento pero le sale a cuenta»
El día que murió Franco yo estaba en París, bebiendo ‘Beaujolais nouveau’ con un grupo de amigos españoles, la mayoría de los cuales habían salido del país de modo ‘semiclandestino’ y no podían regresar por miedo justificado a la policía franquista. La noticia de la muerte del dictador significaba un alivio para ellos, porque podía suponerse que la situación política iría poco a poco mejorando. De modo que el clima de nuestra pandilla era jubiloso y cuando nos reunimos a cenar en uno de nuestros modestos locales acostumbrados estábamos aún mas bulliciosos y risueños de lo habitual. El dueño también se había enterado de la gran noticia y nos ofreció una ronda de bebidas a cargo de la casa, lo que conociendo los usos nada rumbosos del gremio tenía su mérito. Alguien propuso brindar por la muerte del tirano y muchos lo aprobaron con alegres voces. Yo me negué: me puse en pie y dije que jamás bebería para celebrar la muerte de nadie, no por buenismo sino porque cada muerte, fuese de amigo o de enemigo, aumentaba estadísticamente la probabilidad de la mía. Quizá fuese una superstición pero estaba firmemente arraigada en mí. Se alzaron algunas voces de protesta entre carcajadas pero finalmente la mayoría se pasó a mi bando. Uno dijo alzando su vaso «¡por la vida y la libertad!» y todos aceptamos esa jaculatoria: nunca se debería beber por otra cosa. La noche siguiente tomé el tren nocturno a Madrid y pocas horas después de llegar un par de sociales guasones pero poco tranquilizadores me llevaron a los calabozos de la Puerta del Sol, donde ahora preside la Comunidad de Madrid mi amiga Isabel Díaz Ayuso. Así fue mi vuelta a la patria…
Los que vivimos entonces sabemos bien que la muerte del dictador no devolvió la libertad política a los españoles sino que sólo inició un periodo de incertidumbre y temor en el que los optimistas queríamos ver relámpagos de esperanza. La pelota azarosa de la democracia estaba en el alero y podía caer tanto del lado de los continuadores del franquismo, capaces incluso de empeorarlo, como de quienes querían un cambio radical que nos emparejase con nuestros vecino europeos. Hacía falta un empujón decisivo, una aportación de peso que inclinara la balanza y finalmente llegó desde donde muchos no la esperábamos: no desde los vociferantes revolucionarios ahora prudentemente callados ni desde las masas enfervorizadas ocupando las calles (lo mas parecido a esas demostraciones populares fueron las enormes colas de gente para despedir a Franco) ni tampoco por parte de los aún balbuceantes y poco coordinados partidos de la oposición. No, el remate efectivo lo dieron los procuradores en Cortes, Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez y el Rey Juan Carlos que confió en él, o sea los franquistas oficiales. Sin la colaboración mas o menos recelosa de los franquistas nunca hubiéramos logrado sacudirnos el yugo del franquismo. A ellos se unieron todos los antifranquistas que prefirieron la fragilidad prometedora de la democracia a la contundencia sanguinaria de la revancha. Los irreductibles que optaron por sublevarse con crímenes contra la reconciliación fueron pocos y pronto quedaron arrinconados. El derrotado no fue el franquismo sino la intransigencia salvaje que arrastrábamos desde la guerra civil. Fue una página serena que asombró a medio mundo y me alegro en lo mas íntimo de que la escribiésemos los españoles.
«En su excelente discurso en Roma, nuestro Rey ha dicho que hay un pasado que nunca debemos revivir, ni siquiera como caricatura»
Esta realidad vivificante es lo que quieren ocultar las celebraciones sectarias y ‘guerracivilistas’ que programa el indecente Sánchez para el año que viene. Encontrará sicarios que le ayuden aunque cualquier persona decente, demócrata y con un poco de memoria (no de la decretada por una ley torticera sino de la auténtica) secundará lo que bien se ha apresurado a decir Isabel Díaz Ayuso: con tu pan te lo comas, conmigo no cuentes. En su excelente discurso en Roma, nuestro Rey ha dicho que hay un pasado que nunca debemos revivir, ni siquiera como caricatura. Pues esa caricatura que mezcla las declamaciones vacuas antifranquistas con la imitación efectiva de los usos franquistas (bloqueo de los contrapesos del poder, saña contra los jueces independientes y los periodistas que no lamen la mano que los alimenta, soborno con miserables favores a los separatistas para comprar su apoyo al gobierno, etc…) es lo que se nos viene encima a partir de enero. Pedro Sánchez es la caricatura de Franco con la máscara extemporánea de un antifranquismo que no viene a cuento pero le sale a cuenta. Y algunos ya preparan el bombo y la zambomba para hacer la música de fondo. Fun, fun, fun…