Borrachera franquista
«Un presidente que desprecia las instituciones democráticas y no puede pisar la calle sin ser abucheado no parece el mejor antídoto contra el franquismo»
Comparto la preocupación expresada por algunos medios próximos al Gobierno respecto a un cierto revival de Franco, de un intento por parte de la extrema derecha de blanquear la dictadura y exagerar los aspectos positivos del franquismo, que algunos hubo, naturalmente, como es lógico en un régimen que duró cuarenta años. Me parece igualmente oportuno aprovechar el cincuenta aniversario de su muerte para contener esa tendencia, todavía muy leve, y aportar claridad sobre lo que significó la obra de Franco, su origen y sus consecuencias en la sociedad española.
Sin embargo, es muy importante hacerlo de la forma correcta, con criterio científico, objetividad histórica, voluntad esclarecedora y ecuanimidad política, pues, de no ser así, el propósito puede acabar consiguiendo un efecto contrario al buscado y estimular la seducción por el pasado franquista en lugar de disipar cualquier señal de apego con un sistema autoritario.
El anuncio del Gobierno sobre ese aniversario hace temer que su objetivo no es precisamente el de eliminar las posibles veleidades autoritarias de una parte de la población y conseguir una mayor cohesión social en torno a nuestra democracia. La trayectoria del Gobierno sobre este tema a lo largo de los últimos años permite anticipar más bien que de lo que se trata es de obtener rentabilidad electoral de un asunto tan delicado y establecer una división artificial entre una supuesta izquierda antifranquista y una supuesta derecha que sigue siendo leal al dictador.
La misma convocatoria hecha por el jefe del Ejecutivo es ya una transgresión del rigor histórico. No se pueden celebrar en 2025 el nacimiento de las libertades porque el régimen de Franco no fue abruptamente interrumpido por un movimiento revolucionario que trajo de inmediato la democracia -como ocurrió en Portugal-, sino que fue la consecuencia de un meritorio, pero dificilísimo pacto entre el propio sistema franquista y la oposición democrática, lo que exigió enormes concesiones por ambas partes. Los partidos entonces clandestinos tuvieron que renunciar a parte de sus propósitos y aceptar algunas de las condiciones que la dictadura les impuso -como la continuidad del sucesor elegido por Franco, el rey Juan Carlos I-, pero a cambio el régimen autoritario accedió a disolverse sin que hubiera que derramar ni una sola gota de sangre. Un pacto ejemplar que ha pasado a los anales de la política contemporánea. Pero no puede negarse que Franco murió de causas naturales, que ante su cadáver desfilaron miles de personas que le admiraban y que su Gobierno, aunque exánime, aún tuvo tiempo de extenderse durante casi dos años más.
Esto es lo primero que hay que decir a los españoles si se quiere aprovechar el año 2025 para repasar con honradez nuestra memoria histórica. Además, si esa fuera de verdad la intención, sería necesario cumplir con una serie de requisitos que hicieran de la conmemoración un acto de reflexión de la mayoría de la sociedad española y no un larguísimo mitin de un partido político. Habría que asegurar que el acontecimiento se aborda de forma bipartidista, contando en todo momento con el principal partido de la oposición, que, por lo demás, es el partido con mayor representación parlamentaria. El Gobierno debe mantenerse al margen de los actos que se organicen, con excepción del que le corresponda en su función institucional. Todo lo que se haga ha de ser bajo el consejo y guía de un grupo de historiadores e intelectuales de reconocido prestigio y capaces de representar de la forma más plural posible al conjunto del país.
Lo más importante de todo es desvincular el análisis del franquismo de cualquier acontecimiento político de la actualidad. En España no existe un partido franquista que intente devolvernos a ese pasado. No hay, por tanto, ninguna necesidad de combatir un peligro ya presente entre nosotros. Lo que se detecta, sobre todo entre los jóvenes, es una confusa añoranza de aquel tiempo que se produce más como rechazo a la política que han sufrido en los últimos años que como verdadero deseo de regresar a un sistema que desconocen por completo. Es el clima de polarización y el sectarismo insoportable de la política actual lo que aleja a muchos jóvenes de la democracia, y el Gobierno es en gran medida responsable de esa situación.
«Es el clima de polarización y el sectarismo insoportable de la política actual lo que aleja a muchos jóvenes de la democracia, y el Gobierno es en gran medida responsable de esa situación»
Un jefe del Gobierno que no puede pisar la calle sin ser abucheado no puede presentarse como el antídoto de Franco sin empujar a muchos a simpatizar con el dictador. Un presidente que ignora el control parlamentario, desprecia a los jueces y pacta con quien se levanta contra la Constitución no parece el mejor ejemplo sobre las virtudes de la democracia. El Gobierno tiene que mantenerse al margen de cualquier revisión seria de nuestro pasado. Si el Gobierno se empeña en someternos el año próximo a una borrachera franquista con más de 100 actos dedicados a dividir a la sociedad entre sanchistas y fascistas, todo lo que conseguirá es incrementar el número de estos últimos y elevar aún más el muro que ya separa a los españoles. No soy partidario de echar tierra sobre el pasado, mucho menos de un pasado que dejó una huella tan profunda y tan dolorosa. Pero una cosa es enterrar el pasado y otra muy diferente arrojárselo a la cabeza del rival como arma de destrucción masiva, que es exactamente la finalidad de la celebración anunciada.