El Padrino en Siria
«En la película, Michael estaba al margen de los negocios de la ‘familia’ hasta que un atentado contra su padre le involucra. Igual le pasó al hijo de Hafez al-Assad»
Los últimos acontecimientos en Siria, aparte de convulsionar el mundo y pillar de sorpresa a unos cuantos servicios secretos (más a unos que a otros) ponen en evidencia hasta qué punto nos gusta dar por hechas muchas cosas que luego la realidad desmiente. Y sobre las cuales la propaganda miente.
La caída de Bashar al-Assad ha destapado bruscamente un nivel de represión y de horror que cuesta de creer que hasta ahora se desconociera. Israel bombardea los túneles de Hamás y los wokes salen a la calle en tromba a gritar «del río al mar». ¿Por qué no se manifestaron nunca contra lo que pasaba en la prisión siria de Sednaya? ¿Sólo porque el régimen de Damasco era amigo de Moscú y enemigo de Tel Aviv?
Por otro lado, contrasta tanta manga ancha con Bashar al-Assad todos estos años y tanta severidad ahora. Ciertamente el régimen inició una escalada de represión feroz coincidiendo con el estallido generalizado de las llamadas primaveras árabes. A las que sería más preciso llamar «inviernos nucleares». Allá donde las dichosas primaveras brotaron, una de dos: o se llevaron por delante malos gobiernos para poner otros peores, más teocráticos y más fanáticos, o, para frenar eso, valía todo.
No tengo la impresión de que en Europa comprendamos cabalmente, no ya la realidad, sino el día a día en Oriente Medio. «¿Aquí o matas o te matan?», se atrevió a preguntarle un famoso periodista catalán al presidente sirio. Temblando por si se lo tomaba a mal. Que no sólo no se lo tomó a mal, sino que le dio toda la razón, muy convencido.
Si repasamos la trayectoria personal y familiar de Bashar al-Assad, nos encontramos a un personaje muy parecido a Michael Corleone, el personaje de El Padrino interpretado por Al Pacino. Bashar era el hijo menor de Hafez al-Assad y el menos interesado en seguir sus pasos. Había estudiado Medicina. Era oftalmólogo en Londres, donde conoció a su mujer. Estaban ambos destinados a tener una vida muy distinta, lejos de Siria y de la guerra. Pero el hermano mayor de Bashar, Bassel -conocido como «el caballero dorado»-, se mató en un accidente de tráfico y todo cambió de la noche a la mañana. Igual que en la película de Coppola, Mike estaba al margen de los negocios de la «familia» hasta que un atentado contra su padre le involucra de lleno en los mismos, y acaba siendo él, contra todo pronóstico, el futuro Padrino. Eso mismo le vino a suceder al hijo menor de Hafez al-Assad.
No estamos dentro de su corazón ni de su cabeza. Desconocemos si después de tanto tiempo le habrá costado arrancarse el vicio del poder absoluto, o si una parte de él incluso agradece la inesperada liberación íntima que en el fondo puede suponer su derrocamiento. Su rauda y casi quirúrgica salida de Damasco no encaja para nada con la figura de un fanático dispuesto a morir antes de claudicar. Recordemos los finales de Sadam Hussein o del coronel Gadafi. Bashar al-Assad ha hecho otra cosa. ¿A lo mejor porque siempre quiso otra cosa, y sólo hizo la contraria por entender que se lo debía a su padre, como Michael a Vito Corleone? ¿Usted preferiría ser oculista en Londres o carnicero en Damasco?
«No es para nada imposible que Donald Trump y Vladímir Putin estén cambiando cromos. En Ucrania y en Oriente Medio»
Mencionábamos antes como de pasada los estrechos vínculos entre Damasco y Moscú. ¿A dónde iba a ir el presidente sirio si se exiliaba? Yo si fuera ruso no me preocuparía mucho por el futuro de mis bases militares en Siria. Está claro que este cambio de régimen ha sido cuidadosamente pactado y coreografiado. No es para nada imposible que Donald Trump y Vladímir Putin estén cambiando cromos. En Ucrania y en Oriente Medio. Si alguien puede garantizar que la OTAN no pase las líneas que Rusia considera rojas al este de Europa, ese es Trump. Si alguien puede garantizar el aislamiento de Irán y que se pueda retomar la senda de los Acuerdos de Abraham, ese es Putin.
Por cierto, atentos a un detalle histórico que quién sabe si acabará teniendo su importancia. En 1965 fue ahorcado en Damasco el espía israelí más famoso de todos los tiempos, Eli Cohen. Vivió años con identidad falsa en Siria, donde poco le faltó para ser nombrado viceministro de Defensa. Su nivel de confianza con el entonces presidente era tal que, de no ser pillado con las manos en la masa, transmitiendo información al Mossad, es posible que las acusaciones de espionaje contra él hubiesen decaído. Le pillaron gracias a los rusos, que fueron los que triangularon sus comunicaciones.
Nunca se han podido recuperar los restos de Eli Cohen. En todos estos años Damasco no los ha querido entregar. El Mossad sólo logró recuperar su reloj. Hay quien dice que ya nadie sabe dónde está el cuerpo. Hay quien dice que sí se sabe y que puede haber sorpresas el día que interese mandar un mensaje de buena voluntad y de ganas de entenderse con Israel. Una vez más, la propaganda está en la calle y la realidad y la vida (también la muerte) están en otra parte.