THE OBJECTIVE
Jose María Calvo-Sotelo

La COP29 y la maldición de Babel

«Las emisiones de CO2 de Asia acumuladas a lo largo de la historia superan hoy las de Europa y América. La idea del Occidente culpable se desmorona poco a poco»

Opinión
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La COP29 y la maldición de Babel

Ilustración de Alejandra Svriz.

«No es verdad que haya un acuerdo global sobre cómo afrontar el reto del cambio climático». Con esta afirmación lapidaria cerraba su intervención el profesor Nick Butler del King’s College de Londres, en la edición 17 de los encuentros Energy Prospectives. Organizados por el IESE en su campus de Madrid, estos encuentros se celebraron el pasado 27 de noviembre en la estela de la victoria de Trump y pocos días después del cierre de la COP29, la XXIX conferencia anual de Naciones Unidas sobre cambio climático de Bakú (Azerbaiyán). Hasta allí se trasladaron decenas de miles de representantes entre delegaciones nacionales, instituciones académicas, grandes empresas y organizaciones sin ánimo -y con ánimo- de lucro. El profesor Butler concluía que Europa debe repensar su papel en todo esto, porque el peso de la solución ya no recae sobre lo que hagamos aquí (la UE emite menos CO2 que la India y cinco veces menos que China), sino sobre lo que hagamos en Asia.

La COP29 de Bakú ha concentrado sus esfuerzos en cómo comprometer a los países desarrollados en la financiación de la transición energética de los países en desarrollo, que carecen de recursos para hacerlo en solitario. La petición de partida de estos últimos alcanzaba la cifra ¡anual! De 1,3 billones (trillones americanos) de dólares, como objetivo a cumplir progresivamente de aquí al 2035. La cifra final se ha quedado en 300.000 millones, para grandísimo enfado de los peticionarios, si bien esta cantidad es tres veces superior al compromiso de las COP anteriores. La cifra «trillonaria» se ha mantenido en el texto, sin embargo, pero ya solo como un objetivo ideal a cumplir por «todas las partes». Porque es importante recordar que China o los países ricos de Oriente Medio no forman parte de los «países desarrollados» según la definición de Naciones Unidas, y no tienen ninguna obligación en este frente de la financiación climática. La mayoría de estos fondos tendrían por tanto que ser aportados entre los países europeos, Japón y EEUU.

Recordemos que, a día de hoy, la deuda pública de los países grandes de la UE, con la sola excepción de Alemania, está por encima del 100% de su PIB, al igual que las de EEUU y Japón. Recordemos también la presión que pesa sobre los países europeos de la Alianza Atlántica para aumentar su gasto en defensa hasta el 2% de su PIB de manera sostenida, poniendo aún más tensión sobre sus balanzas fiscales. ¿Qué probabilidades hay entonces de que las promesas de los representantes de la Unión Europea se cumplan? Muy pocas, la verdad. Y sobre la probabilidad de que se cumplan los compromisos norteamericanos, solo necesitamos saber que Trump ha reiterado su intención de abandonar el Acuerdo de París, con lo que a día de hoy esos compromisos son papel mojado.

Lo cierto es que cuando en estas cumbres anuales se habla de dinero salen a superficie todas las diferencias entre las partes. El lenguaje común de la lucha contra el calentamiento global se confunde, como en el Babel bíblico, y pasamos a hablar en lenguas distintas y no nos entendemos. Los países en desarrollo invocan las obligaciones de financiación que el artículo 9 de los Acuerdos de París impone a los países ricos, mientras éstos recuerdan que el artículo 2 también llama a «todas las fuentes financieras públicas y privadas» y a «todos los países» firmantes a contribuir con su esfuerzo.

En palabras del demócrata John Kerry, último enviado especial para el clima del presidente Biden, los Estados ricos no pueden movilizar en solitario tales cantidades de dinero – «we don’t have the money«. A mayores, los países en desarrollo consiguieron añadir el año pasado un nuevo tipo de financiación climática, la que les resarciría de los daños efectivamente sufridos («loss and damage«) por fenómenos extremos consecuencia directa del cambio climático. Este nuevo negociado es el hijo predilecto de la mal llamada «ciencia climática de atribución», que identifica día a día si un fenómeno extremo es culpa del cambio climático.

«No se puede afirmar que estemos presenciando mayor frecuencia de fenómenos extremos por culpa del cambio climático»

Esta incipiente práctica, que no ciencia, goza de gran prestigio en los medios de comunicación, a pesar de que el referente mundial en ciencia del clima, el famoso IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), dice en su último informe (AR6 WG1, capítulo 12, tabla 12.12) que no se puede afirmar con un nivel alto de confianza que estemos presenciando ni una mayor frecuencia ni una mayor intensidad en fenómenos extremos como, por ejemplo, huracanes, sequías o incendios por culpa del cambio climático.

La primera COP de la historia tuvo lugar en Berlín en 1995. De aquella conferencia nacieron dos premisas que marcaron las dinámicas negociadoras de los 20 años siguientes: 1) el tratamiento diferencial entre los países desarrollados (responsables de la mayoría de las emisiones históricas) y los países en desarrollo (los más vulnerables frente al cambio climático); y 2) el empeño en alcanzar acuerdos legalmente vinculantes para todas las naciones firmantes. Vingt ans après, en la famosa conferencia de París de 2015, y tras dos décadas de desencuentros, se decidió inteligentemente no insistir más en la vinculación legal de los acuerdos, a cambio de llegar más lejos en los objetivos (voluntarios) a alcanzar y en los mecanismos para llegar a esos objetivos.

Pero el tratamiento diferencial entre países en desarrollo y desarrollados, basado en el concepto tan altisonante como poco claro de la «justicia climática», sigue siendo un muro contra el que chocan, una tras otra, todas las COP. La justicia climática se derivaba del hecho de que los países ricos de Occidente eran los culpables de la gran mayoría de emisiones de CO2 vertidas a la atmósfera en los últimos 200 años, y como responsables debían pagar la factura de la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, las emisiones históricas acumuladas de Asia (600.000 millones de toneladas) superan ya a día de hoy (datos para 2023 de Our World in Data) las de Europa sin Rusia (430.000 millones) o las de todo el continente americano (540.000 millones). El paradigma del Occidente como el solo culpable y responsable económicamente se desmorona poco a poco. Busquemos un nuevo idioma en el que todos nos podamos entender.

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