'The Economist' entiende poco de Economía
«El periódico británico confunde la ciencia económica con la contabilidad pública y los porcentajes numéricos extraídos directa o indirectamente de ella»
Esa mezcla a partes iguales de alelado deslumbramiento provinciano y muy acomplejada subordinación cultural, las dos actitudes que los españoles contemporáneos muestran por norma frente a cualquier cosa que proceda del mundo anglosajón, igual se trate de la última moda musical, de la nueva ideología política de turno o de cualquier producto de la industria del entretenimiento procedente de ese ámbito, ha vuelto a manifestarse de modo patético estos días tras los elogios en el último número de The Economist a la trayectoria empresarial de nuestro país en 2024. Y es que ese semanario londinense, desde siempre la Biblia oficiosa del pensamiento ortodoxo que emana del establishment británico, nos ha elevado nada menos que hasta la cumbre del podium en cuanto a brillantez económica entre todos los Estados miembros de la OCDE.
Así, de creer a The Economist, la siempre prosaica e ineficiente estructura económica de España viene acreditando en los últimos tiempos una capacidad para lo que un marxista de los de antes llamaría el desarrollo de las fuerzas productivas, sin ir más lejos, superior a la propia de los Estados Unidos. La pregunta pertinente, en consecuencia, sería la de si el actual modelo productivo español, ese del turismo de sol y playa complementado con el recurrente auxilio del ladrillo, resulta más deseable y prometedor a medio y largo plazo que el de la Norteamérica del Silicon Valley, las multinacionales del gran consumo y la constante innovación financiera de Wall Street.
Porque se supone que a eso es a lo que se está refiriendo en el fondo The Economist al priorizar a España frente al resto. Aunque si lo que acabo de enunciar hasta esta frase le suena al lector a disparate, sépase que ello sólo obedece a una única razón, a saber: que efectivamente se trata de un disparate, de un soberano disparate. Al cabo, basta para certificar la definitiva insolvencia intelectual de ese análisis a cuenta de las imaginarias virtudes de nuestra especialización productiva con fijarse en qué indicadores numéricos se asienta la opinión de The Economist.
¿A dónde dirigieron sus miradas los autores del informe para llegar a semejante oclusión? Bueno, según el propio periódico inglés confiesa, fueron cinco las fuentes de datos que priorizaron para ordenar su lista de naciones: la inflación, el crecimiento del PIB, la evolución del desempleo, la senda del déficit público y la efervescencia del mercado bursátil local. Porque, como siempre suele ocurrir con los malos economistas, The Economist también confunde la ciencia económica con la contabilidad pública y los porcentajes numéricos extraídos directa o indirectamente de ella.
«Adam Smith, John Stuart Mill y David Ricardo se tienen que estar revolviendo presos de atónito asombro en sus tumbas»
A ese respecto, el de confundir la Economía con la vulgar contabilidad, yo me pregunto qué lugar hubiera ocupado en ese mismo ránking un país imaginario, uno al que podríamos llamar ‘Burbujilandia’, que presentase el siguiente cuadro macroeconómico: una tasa de paro de apenas el 8,3% de la población activa; una inflación muy óptima que se situase en el 2,7%; que lejos de tener déficit público alguno, luciera en sus cuentas estatales un espectacular superávit del 2,12% del PIB; que el parquet autóctono donde se desarrollasen las operaciones cotidianas de compra y venta de acciones semejase una pista de baile durante la fiesta de fin de año.
Y que, en fin, la expansión anual de su PIB rozase el 4% (un 3,9% para ser precisos), crecimiento significativamente superior a ese del que ahora mismo se vanagloria en Ejecutivo de Pedro Sánchez. En buena lógica, y ante semejante panorama estadístico, nuestro país inventado, ‘Burbujilandia’, hubiese desplazado al Reino de España en el primer puesto de la Superliga de las Estrellas patrocinada por The Economist. Por lo demás, y como supongo personas inteligentes a mis lectores, huelga decir que el alias de ‘Burbujilandia’ no remite a otro espacio físico real y tangible que aquella alegre y ciega España del año 2006, cuando el país entero estaba a menos de un cuarto de hora de derrumbarse a plomo sobre sus cimientos en la que sería su mayor crisis sistémica en más de un siglo. Pues todo era humo. Adam Smith, John Stuart Mill y David Ricardo se tienen que estar revolviendo presos de atónito asombro en sus tumbas.