El tiovivo ideológico
«La aberración ideológica produce una percepción aberrante del mundo. Pero han depositado en ella su salvación personal. Y si les renta económicamente, mejor»
Como almodovariano me encantaba Marisa Paredes en las películas de Almodóvar: dentro de ellas. Y fuera, en sus aproximaciones a músicos brasileños que admiro, como Caetano Veloso o Adriana Calcanhotto. Fue en un concierto de esta última, el primero que dio en Madrid (en el bar de Fernando Trueba, Calle 54, en 2004), la única vez que he visto a Paredes en persona. Estaba entre el público, adorada por el séquito brasileñista, sobre todo por la pareja de Calcanhotto, Suzana de Moraes, hija de Vinicius, que ya murió.
Fuera de las películas y del brasileñismo me gustaba su aparatosidad estética, pasional, melodramática, de gran dama de la actuación; solo que abaratada, ay, por la ideología. La ideología: arruinadora de la estética; malversadora de la pasión. La combinación además no funcionaba. Le quedaba involuntariamente paródica.
La ideología se ha puesto de moda y hoy se exhibe como complemento del alma, que arruina el alma. Las retahílas que introduce son mortales. Y de una estupidez malamente camuflada en cierta retórica intelectual. Los peores papeles de Paredes fueron aquellos en que se enroscaba en los pronunciamientos ideológicos, de una ramplonería atroz. Naturalmente, estos han sido los celebrados por los políticos: no en vano, es lo único de ella que les interesó y les interesa. Rebañar de su figura. (Me temo que ella lo hubiera aprobado, enemiga de sí misma aquí.)
Me acuerdo de Almodóvar llorando el retiro falsísimo de Sánchez la pasada primavera: tal vez sus lágrimas fueron lo único veraz. El presidente ahora, en el velatorio de Paredes, no sabe decir ni una sola de sus películas. Todo el mundo cultural dorándole la píldora y él pasando de todo el mundo cultural. Jamás ha leído un libro, ni los que llevan su firma (tampoco su tesis). Y al cine solo consta que haya ido una vez, y convocó cámaras para que lo sacaran sacando el ticket. Era, cómo no, una película ideológica, la del autobús populista ese de Barcelona. Siempre a rebañar.
Lo ha dicho bien Jorge San Miguel, ante la inanidad de Sánchez en el velatorio (¡y qué gestualidad compungida, de un stanislavskismo estreñido!): «Como todo es de mentirijillas, y todo para darle vueltas al tiovivo ideológico, pues pasan estas cosas». Enlaza con el final del último artículo de Félix Ovejero: «Hemos conseguido alcanzar las más altas cotas de enfrentamiento ideológico. Sin que asome ni una sola idea».
«El valor de la ideología es pragmático: una simplificación para que no nos quedemos paralizados ante la complejidad de lo real»
Es todo cosmética, es todo salvación personal (o intento desesperado de). El valor de la ideología, ya sabemos, es de carácter pragmático: es una simplificación para la acción; una esquematización para que no nos quedemos paralizados ante la endiablada complejidad de lo real. Pero han hecho de ella una fe y le han entregado la vida. Lola Herrera acaba de declarar: «No entiendo que una mujer pueda ser de derechas. A mí ser de izquierdas me ha enseñado a ser libre y a vivir». Lo revelador de su frase está en el «no entiendo».
Las exhibiciones no cesan. El incalificable Barros escribe: «Bildu es más partido de Estado que el PP. Y de ahí no me bajo». Y el Carnedrudo: «Basta unir la línea de puntos para ver lo que pasa. Es un golpe de Estado judicial para derrocar al presidente y su Ejecutivo persiguiendo no solo a su partido, también a su familia, por todos los medios políticos, jurídicos y mediáticos».
La aberración ideológica produce una percepción aberrante del mundo. Pero ellos han depositado en ella su salvación personal. Y si encima les renta económicamente (y suele rentarles económicamente), mejor. Por eso siguen dando vueltas (¡hasta la náusea!) en el tiovivo ideológico.