Madre España
«Puede durar tres días, tres meses o tres años sometido a las burlas y desplantes de sus socios. Pero el sanchismo es ya un fracaso personal, político y nacional»
Antes de que el rebaño gubernamental y el aullar de sus aliados mediáticos estallen, recordaré que tan patriótico titular como he escrito no proviene de la fachosfera. Su autor fue Miguel Hernández, en su libro El hombre al acecho, cuya primera edición sucumbió, todavía no encuadernada, a los desastres de la guerra en la derrota final de las tropas republicanas. Tan empeñados andan quienes nos desgobiernan en resucitar el guerracivilismo de España, «piedra estoica que se abrió en dos pedazos» al decir del poeta, que una vez desalojado Franco de su primera tumba nos anuncian su resurrección para fusilarle, por fin, después de haber muerto en su cama.
El título de este artículo viene a cuento de la ausencia en el Gobierno de un proyecto político definido, una cierta idea de España, por remedar la célebre frase del general De Gaulle sobre su país. Para el ordeno y mando del peronismo a lo Sánchez y sus serviles colaboradores la permanencia en el poder es ya la única justificación de las decisiones que toman y las tonterías que dicen. Puterío y juergas pagadas al contado y en efectivo forman parte de las españoladas.
Pero cuando se investiga una presunta defraudación fiscal de más de 200 millones protagonizada por un colaborador del Estado condecorado militarmente por sus servicios, presente en fiestas y reuniones de los dirigentes del partido gobernante, gentil e inesperado interlocutor de la vicepresidenta del tirano de Venezuela en el aeropuerto de Barajas, y también de la esposa de nuestro presidente en lejanas tierras, merece la pena preguntarse qué habremos hecho mal los españoles para que esto suceda. ¿En qué habremos pecado para sufrir la penitencia de que un puñado de idiotas se apodere del futuro, y se permita reinventar el pasado de un país con cinco siglos de historia cuya piedra estoica amenaza arruinarse no ya en dos pedazos sino en añicos varios.
Los humanos conocemos desde la cuna que la corrupción es algo inherente al poder, cualquier tipo de poder. Este, en su engreimiento, muchas veces no solo no la oculta, sino que presume de ella. Juan Benet, eximio escritor y brillante ingeniero, contaba miles de anécdotas de cómo se las tenía que arreglar uno con los ministerios de la dictadura para obtener licencias, permisos y encargos de obra pública. Durante el franquismo, cuando éramos un país pobre, había que dar propinas (astillas, se llamaban), en los juzgados, ayuntamientos, ministerios, y hasta en el registro civil, para conseguir favores y privilegios.
Con la libertad, que no llegó con la muerte de Franco sino con el pacto del Partido Comunista de España y la Monarquía Parlamentaria frente a la abstención presuntuosa del PSOE, la corrupción se instaló a partir de entonces en los partidos políticos. El caso Naseiro y la Gurtel del PP, Filesa y los ERE del PSOE, Jordi Pujol con su familia, y tantos otros mangantes de los que no se libraron tampoco los sindicatos, son precedentes bastantes para pedir más humildad y respeto a los representantes de la ciudadanía cuando se debate sobre el robo a los contribuyentes.
«Trump y Sánchez, acosados por la acción de la justicia, mienten, insultan y amenazan a los jueces»
El espectáculo de las peleas, insultos y desplantes que tantos diputados (y diputadas) ofrecen semanalmente en las Cortes es una vergüenza nacional y un despilfarro democrático, una auténtica lepra intelectual. La enfermedad, contagiosa, se ha transmitido a las redes sociales, a las tertulias televisadas y radiofónicas, en donde cada día es más difícil celebrar y apoyar la independencia de opinión. En la Restauración y en la República, también en la Transición, gozamos de eminentes plumas como las de Azorín, Francisco Ayala o Luis Carandell, que firmaban crónicas parlamentarias. Se trata de un género hoy casi extinguido, incapaces muchos buenos periodistas de hacer literatura a base de comentar silencios ominosos y no pocos rebuznos que protagonizan la batalla política.
Lo único que nos faltaba es la incorporación de los métodos del trumpismo a la táctica (sin ninguna estrategia) del aprendiz de autócrata de la Moncloa. Trump y Sánchez, acosados por la acción de la justicia, mienten, insultan y amenazan a los jueces. Por supuesto que habrá entre estos algunos indecentes o cuando menos incompetentes, como en todas las profesiones. Pero atacar abiertamente su independencia desde el Poder Ejecutivo, una vez que se ha logrado someter la independencia de voto de los propios diputados socialistas, es una seria amenaza para la libertad de los españoles.
Es tal el caos generado en nuestra Madre España por la ambición personal de Sánchez que ya no sabe uno donde mirar. Todavía esperamos explicaciones sobre los lazos que anudan el comportamiento servil del expresidente Rodriguez Zapatero al tirano banderas venezolano; las razones por las que fulminó el presidente a su cómplice político más fiel, verdadero número dos del partido socialista, señor Abalos; o las que justifican que el introductor de Koldo en el partido, guardián nocturno lo mismo de un puticlub que de los avales electorales del propio Sánchez, sea hoy el secretario de organización del PSOE.
Para no hablar de la situación judicial de la esposa del presidente y del hermano del mismo; de la imputación del fiscal general; del comportamiento del ministro de Exteriores, que regatea sus obligaciones frente a la Casa Real mientras se dedica a buscarle empleo a la cuñada japonesa del presidente, llamando incluso a legaciones diplomáticas; o de un ministro de Cultura al que el Estado paga por proteger al circo, atacar a la fiesta nacional, y menospreciar al presidente de la República francesa.
«Recuperemos la machadiana España de la rabia y de la idea, traicionada ahora por la incompetencia y avidez de un petimetre»
Podríamos seguir con los detalles: un ministro del Interior que no se hace responsable de la corrupción de los jefes policiales encargados de luchar contra el narcotráfico; una vicepresidenta primera que miente y gesticula a troche y moche desde su escaño parlamentario; o un coro de voces ministeriales que recitan cada día la lección impartida por centenares de asesores pagados con cargo al erario público, y entonan el cántico del bulo y la máquina del fango. Para fango el de Valencia, pero ya se ha cuidado el presidente de no ensuciarse con él, no le vayan a estropear la foto.
La verdad es que repasando este memorial de estupideces y ofensas a los españoles, a cuyo servicio se debe el equipo gubernamental, comienzo a pensar que sí merecería el Parlamento la presencia de nuestra mejores plumas. Estamos asistiendo en vivo y en directo al otoño del patriarca: como siempre en estos casos está desnudo, pero él mismo no lo sabe. Puede durar tres días, tres meses o tres años sometido a las burlas y desplantes de sus ocasionales socios. Pero el sanchismo es ya un fracaso personal, político y nacional. Puede seguir protegiendo a un prófugo de la justicia y permitir que su secretario de organización continúe despachando los secretos del partido en el bar de enfrente de su sede; o garantizar la lealtad a su persona a base de paguitas, sobresueldos y canonjías. Dará lo mismo. Su lugar en la Historia está ya determinado y él mismo lo explicitó en sus escritos ante el juez: es Pedro el Inescindible. Inseparable compañero de Aldama, de Koldo, de Ábalos, de Cerdán. Rehén en su ambición de conseguidores, separatistas y antiguos partidarios del terrorismo.
Recuperemos ante la desunión y el fraude a que estamos sometidos la España que despertó en Paiporta; la machadiana España de la rabia y de la idea; la que Miguel Hernández describió como España del toro, que respira la luz, que rezuma la sombra y que ilumina el fuego. Reivindiquemos su nombre, su lengua y su victoria sobre la incomprensión, la estupidez y la avaricia de quienes pretenden hacer de la democracia un negocio y de su ignorancia escuela. La España de Picasso, de Alberti y Federico, recuperada al fin por un esfuerzo solidario, traicionada ahora por la incompetencia y avidez de un petimetre y sus acólitos, protagonistas de la sanchoesfera.