THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

Todo pasa

«Quiero creer que el pueblo tendrá memoria. Que el desconsuelo mantendrá firmes los recuerdos. Que pagarán los que no estuvieron a la altura»

Opinión
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Todo pasa

Un señor napolitano con el lema «'tutto passa'» tatuado sobre su pecho. | © Ciro Pipoli

«Tutto passa» tatuado sobre el pecho bronceado de un señor con gorra y gafas de sol. Sobre su cabeza, un altar a Diego Armando Maradona, engalanado con flores de plástico. La pared pintada y enmohecida. La vida es todo lo que queda detrás de esa fotografía del napolitano Ciro Pipoli. Detrás de esa tinta sólo puede haber lucha, dolor y esperanza. Debajo de esa calma sólo es posible una tormenta. Toda catedral fue alguna vez barro.

Todo pasa, me digo a veces. Y no hay engaño más dulce. Soy un hombre melancólico y vengativo con un solo problema: mi mala memoria. O la devuelvo de inmediato o se me olvida. No confío en la bondad, sólo confío en el tiempo. Por eso sé que todo pasa. O por ser más preciso: ser rencoroso exige demasiada dedicación. Y no me da la vida.

Escribo esta columna en la churrería de Paquito en Paiporta. En la barra, el dueño habla con algunos parroquianos. Ríen porque uno ha pedido una tapita de oreja y cuentan algo de que un colega pilló un empacho y se puso tan malo que no había vuelto a probarla. Estoy aquí con el equipo de Herrera en COPE. He hablado con algunos vecinos. Una señora me ha dicho: «Estamos saliendo poco a poco pero aquí no perdonamos». Le pregunto que a quiénes no perdonan. «Tú lo sabes», me dice. Y arrastra el carrito de la compra con teatralidad mientras murmura algo que ya no escucho.

Me pregunto si la política también es una gestión de la memoria. Saber qué perdura y qué se diluye en la cabeza de tus posibles votantes. Si Carlos Mazón, por ejemplo, tiene esa expectativa, la de que los días vayan clareando y que, no sé, dentro de un par de años, su responsabilidad sea como el resto ceniciento de una candela. Hubo fuego, pero ya nada hiere al tacto.

O que la concatenación de escándalos de Pedro Sánchez, como estratos antediluvianos, vayan escondiendo capa a capa las miserias, las mentiras y la falta de decoro. Quizá todo consista en eso, en especular con el olvido. En confiar en estos tiempos acelerados, inquietos, de percepciones fugaces. Ya no es, desde luego, la política de antes. La que perduraba. La que sobrevivía a generaciones. La de los discursos hondos. La que tenía cierto compromiso con el mañana.

«Recorriendo las calles de Paiporta veo el dolor mezclado con la esperanza. Pero el tiempo aquí pasa más lento»

Ya no. Ya todo dura lo que duran los gofres con forma de polla, lo que duran las canciones de Shakira o lo que duran las series coreanas. Hasta el oprobio prescribe. Recorriendo las calles de Paiporta veo el dolor mezclado con la esperanza. Cierta turbiedad. Y un entusiasmo que va rompiendo el duro cascarón de la tragedia. Pero el tiempo aquí pasa más lento. La memoria me resulta marmórea, permanente, incontestable. Está escrito en el rostro de estas mujeres y de estos hombres.

El olvido es indefensión. Estar sometidos al azar y a los vientos. A las opiniones vagas. A una cosa y la contraria. Pero hay quien no permite que las rutinas sepulten las mentiras y las excusas. No tener piedad. No tener piedad cívica. No tener piedad política. Que lo dicho permanezca. Que las promesas incumplidas pesen.

Todo pasa. Pasa la pena y pasa la alegría. Pasa la indignación, o se suaviza. Pasa el miedo si encendemos la luz. Pasan los nombres. Pasan las ciudades. Pasan hasta las ilusiones. Pero algo queda al final, en una habitación cerrada. He pisado las calles de Paiporta y he visto la tristeza y he visto la ilusión, como si fueran dos hermanas enfadadas a las que su madre obliga a ir de la mano. Y también hay un brillo en la mirada de las personas con las que he hablado, como una lucecita penetrante, una llama que tiembla a lo lejos, en el fondo de la pupila, como en otra estancia. 

Y quiero creer que es una claridad futura. Como si el olvido ahí no llegara. Como si no pudiera cavar tan profundo. Como una de esas cuevas pintadas en la prehistoria, selladas y ajenas al tiempo y al clima y a la mano terrible del ser humano y de su caótico progreso.

Quiero creer que el pueblo tendrá memoria. Que el desconsuelo mantendrá firmes los recuerdos. Que pagarán los que no estuvieron a la altura. Allí donde pagan los servidores públicos, que es en las urnas. Y que ya entonces, ya llegado ese momento… ahí sí, todo pasará. Como en aquella foto napolitana. Con el sol mediterráneo cegando la mirada y la tinta en el pectoral oscuro.

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