¿Es posible otra derecha?
«Hace falta una organización que pesque en todas las derechas, con respeto mutuo, no que quiera parecer ‘progre’ para ganar al centro-izquierda moderado»
Hay algo que no convence en el PP actual, como tampoco en Vox. Ninguno de los dos parece capaz de desbancar al PSOE ni a la mayoría que ha conformado con extremistas y rupturistas. Tampoco se aventura viable una alianza estable de ambos partidos para formar un Gobierno o tener posturas comunes, como la realidad muestra en España y en Europa. Esta no es una impresión de analista, académica, alejada del mundanal ruido. Es la sensación que tiene la mayoría de electores de la derecha. La percepción negativa de la situación desanima, y no hay nada peor que desmotivar el voto.
La situación debería ser preocupante porque una democracia ha de tener siempre una alternativa viable que corrija la deriva de un mal Gobierno como el actual. Pensemos con perspectiva: tenemos un Ejecutivo que está destruyendo la convivencia y el orden constitucional y, además, está infectado de corrupción hasta las entrañas. Las condiciones son las propicias para un vuelco contundente en las urnas, pero esto no parece posible.
Los defectos del PP actual se están prolongando más de lo aconsejable. Esto no significa que no tenga cosas buenas, como ciertos parlamentarios y líderes regionales, ni que no progrese adecuadamente, sino que el conjunto resulta insuficiente. La fiscalización del Ejecutivo en el Congreso y el Senado, donde tiene mayoría, no da frutos que lleguen a la gente, y lo que llega es torpe porque el elector de la derecha no entiende que se pacte con Junts y el PNV. Además, el discurso que utilizan es por lo general bastante flojo y efímero. Nadie se acuerda de lo que dicen. No crea lenguaje, no tiene figuras retóricas perdurables, ni conceptos, ni obliga al PSOE a contestar.
La sensación general es que este PP se ha sentado a esperar el paso del cadáver político del PSOE sin haber creado una alternativa constructora. Hoy el votante de la derecha no quiere a un partido que venga a relevar al socialista, a ordenar el estropicio y esperar a que el PSOE vuelva a ganar. El elector quiere una opción transformadora que ponga a salvo la democracia y ponga las bases del progreso fundado en la libertad, no en el Estado paternalista. Hablo de un proyecto que vaya desde el blindaje de la separación de poderes a la reducción del Estado al mínimo deseable, con una bajada histórica de impuestos. Y que lo presente con un compromiso de verdad, no como en 2011. Los dirigentes de Génova deberían saber que, a diferencia de la izquierda, el votante de la derecha no ve a su partido como una iglesia, y que si no le convence, no sale de casa a votar.
Digo esto porque jugar a ganar el voto de centro-izquierda al PSOE es programar la derrota futura. Si el PP permite que la mentalidad dominante sea que lo natural es ser socialdemócrata, será siempre la leal oposición. Si no sienta las bases de un cambio de registro en los principios y valores hegemónicos, no servirá para nada importante. El PP actual ha renunciado a las ideas nuevas y arriesgadas, esas que comprometen y que llegan a su electorado. Solo trata de competir por el mismo mercado electoral que el PSOE, y ocupar los espacios que el socialista abandone. Incluso se acerca a sus socios, como Junts.
«¿Dónde están los liberales, los conservadores y los democristianos? En casa. Génova es un consejo de administración de una marca»
Quizá el PP debería plantearse volver a fórmulas organizativas del siglo XX, cuando los partidos eran el crisol de distintas corrientes ideológicas. Esto enriquecía el debate interno y, lo principal, reflejaba la realidad plural de la derecha. La confrontación de ideas es una demostración de fuerza si se resuelve con éxito. ¿Dónde están los liberales, los conservadores y los democristianos? En casa. Génova es un consejo de administración de una marca comercial que intenta obtener una buena cuota de mercado con un solo producto.
El miedo a la contundencia hace que la derecha pierda, por ejemplo, la frescura y el carácter rompedor del pensamiento conservador, que reacciona como nadie en todo Occidente frente a la dictadura del progresismo. Esta tendencia representa a una parte nada desdeñable de nuestra sociedad, con una categoría intelectual en todos los ámbitos que ya quisieran para sí los mindundis de Sumar y Podemos. Jovellanos fue el primero que vio la conveniencia de representar dichos intereses para impedir la posible deriva autoritaria en un sistema representativo volcado en la ingeniería social como el nuestro, y como nos está pasando ahora. Es triste despreciar a los conservadores, que defienden la familia y la libertad de conciencia sin ir más lejos, para no ser tildado de «facha» por quienes quieren que el PP nunca llegue al poder. Otro tanto podría decirse de la renuncia de los populares al liberalismo, salvo excepciones, como en Madrid.
Luego está Vox, que atesora otros problemas. Es una formación con un hiperliderazgo lejano, en el que manda un grupo muy cerrado de gente con graves carencias para la política. ¿A qué viene sacar a Franco en el Congreso en vísperas del 20-N? Juegan a llamar la atención sin tener detrás un verdadero proyecto. Se han forjado la vitola de ser la marca blanca española de una fórmula que se fabrica fuera. Han pasado de imitar a Trump a querer ser como Meloni o Milei, y ahora a estar a rebufo de Orbán y Putin. Ni siquiera dan ya la «batalla de las ideas» en la «guerra cultural».
En su quehacer diario, Vox muestra más inquina hacia el PP que al PSOE y a los socios extremistas y rupturistas que han tejido una línea roja a su alrededor. «Son lo mismo», dicen, despreciando así a millones de personas. Esto tendrá mucho sentido para sus dirigentes, pero es incomprensible para la mayor parte del electorado de la derecha. La aversión hacia los populares es tan tóxica que una mayoría de votantes del PP considera que Vox es el brazo auxiliar de Sánchez. De hecho, cuando han roto gobiernos locales con el PP, la opinión general es que beneficiaban al PSOE. Así de sencillo.
«Es necesario crear un discurso osado, propio, sin chascarrillos ni frivolidades, que la gente pueda recordar y repetir»
Su tarea es estéril. Tienen razón en algunas cosas, pero les pierde la exageración y el oportunismo, la falta de contención y la demagogia. Parecen siempre hiperventilados. Vean a Buxadé y Tertsch. Es difícil ser más antipolítico y sectario. Su sentido patrimonial del partido y las purgas son preocupantes. Han echado a los que valían, a los preparados. En lugar de sumar talentos, de ser un centro de atracción para intelectuales, los expulsan sin explicaciones convincentes, y hasta repudian a sus fundadores, como Vidal-Quadras. Ni tienen unos cuadros envidiables ni son un think tank de referencia. Tampoco atraen a más jóvenes que el PP o el PSOE.
Entonces, ¿es posible otra derecha? Sí. Hace falta una organización que pesque en todas las derechas, con respeto mutuo, no que quiera parecer «progre» para ganar al centro-izquierda moderado. Una que siembre para el futuro con ideas de las grandes corrientes de la derecha, que atraiga talentos y los trate bien. Es preciso que quiera transformar el país para garantizar la libertad y para que no sea el laboratorio de los ingenieros sociales de la izquierda. Es necesario crear un discurso osado, arriesgado, propio, sin chascarrillos ni frivolidades, que la gente pueda recordar y repetir. Es mucho pedir, lo sé. Serán las fechas.