THE OBJECTIVE
Antonio Caño

El imperio de la mentira

«Sánchez ha impuesto desde el primer día un aparato de intoxicación en el que la verdad y los hechos carecen ya de valor»

Opinión
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El imperio de la mentira

Alejandra Svriz

Vivimos una gran farsa. El Gobierno ha creado una gigantesca burbuja de realidad alternativa, ha levantado una espesa columna de falsedades y engaños que hace imposible encontrar todo rastro de verdad, que permite al ruín confundirse con el honrado y que ha convertido la democracia rutinaria y previsible que un día fuimos en un escenario de enfrentamiento y desconfianza en el que cada día resulta más difícil respirar.

Entiendo que la mayor parte de la sociedad está al tanto de este juego siniestro, que sobrellevaba con resignación -como otros tantos males que hay que soportar de la política-, con la esperanza de que no haya mal que cien años dure. Actúan a favor, no obstante, un puñado de ultras y sectarios que, por oportunismo o fanatismo, no tienen inconveniente en cumplir el papel que tienen reservado en la farsa. Al fin y al cabo, la izquierda no socialdemócrata tiene una larga tradición de negar la realidad: desde la Unión Soviética a Cuba, pasando por la actual Venezuela, se han cerrado los ojos durante décadas a los desastres que eran evidentes. 

La gran mentira en la que el PSOE ha convertido su Gobierno comenzó desde el mismo día de su constitución, trocando en una mayoría progresista lo que no era más que un pacto de conveniencia del que formaban parte las fuerzas más reaccionarias del país: los que respaldaron a los pistoleros de ETA y los que intentaron derogar la Constitución en una parte del territorio español.

Esa mentira original obligó a muchas otras mentiras sucesivas: convertir la impunidad (ley de amnistía y eliminación del delito de sedición) en medidas de reconciliación, travestir la ruptura de la igualdad entre los españoles (pacto para la financiación singular de Cataluña) de reconocimiento de la diversidad, hacer pasar por diálogo lo que no es más que el humillante sometimiento de la agenda política del país a un prófugo (conversaciones de Waterloo y Ginebra), disfrazar de juego parlamentario la aprobación de leyes al precio de la constante disolución del Estado (retirada de la policía nacional y Guardia Civil, transferencia de la responsabilidad en materia migratoria, acercamiento de presos de ETA), llamar memoria histórica a lo que no es más que un intento de dividir al país, alertar del peligro de extrema derecha cuando lo que de verdad se pretende es impedir el sagrado principio democrático de la alternancia en el poder.

Con el hallazgo de indicios de malas prácticas y corrupción al más alto nivel del Gobierno y del PSOE y en el entorno más cercano al presidente del Gobierno, las mentiras alcanzaron una nueva dimensión: Pedro Sánchez engañó a la población con un supuesto periodo de reflexión que era, en realidad, el inicio de una campaña de desinformación contra jueces y periodistas. Con la excusa de combatir bulos, toda la acción del Ejecutivo se ha convertido en un enorme bulo con el que se trata de desacreditar la legítima investigación de las sospechas descubiertas por la Guardia Civil y publicadas por los medios de comunicación.

«Todo es coherente con la realidad alternativa impuesta desde el poder: una constante deformación de los hechos a fin de establecer una verdad oficial»

El asunto ha alcanzado su clímax estos días cuando el propio Sánchez ha exigido disculpas a quienes dudaron de la honestidad del fiscal general después de saberse que puede haber cometido no sólo el delito de revelación de secreto, del que ya está imputado, sino también los de obstrucción a la justicia y destrucción de pruebas. El mundo al revés: el marrullero al que se descubre borrando las huellas de su posible delito, convertido en un probo ciudadano a quien todos debemos veneración.

Una maniobra tan burda hubiera sido inmediatamente descubierta y castigada en cualquier otro tiempo y lugar. Basta remitirse como ejemplo al borrado de las cintas del Watergate, que resultó letal para Nixon. Pero en este imperio de la mentira que Sánchez ha construido en España, una actuación similar no sólo no merece sanción, sino que despierta el elogio de sus partidarios. Todo es coherente con la realidad alternativa impuesta desde el poder para tranquilidad de los suyos y desesperación de la mayoría de la población: una constante negación de los hechos y deformación de la verdad a fin de establecer una verdad oficial, como en cualquier sistema autoritario, una permanente reescritura de la historia para transformar al mayor perdedor de elecciones de la historia del PSOE en un líder político sin precedentes, para convertir el periodo más negro de nuestra democracia en un modelo de progreso que se estudiará en las universidades de todo el mundo, una insistente campaña de intoxicación y odio para alejar a los ciudadanos de la política y procurar su adocenamiento, como en cualquier dictadura.

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