Españoles, Franco no ha muerto
«Este año que empieza, será interesante ver la crítica que Pedro Sánchez hace del uso patrimonialista del poder por Franco y su séquito»
Sobre los planes del Gobierno de Pedro Sánchez de dedicar el 2025 a conmemorar el 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco han escrito con brillantez Carlos Granés, David Mejía y Fernando Savater, entre otros muchos, y ha sido motivo de todo tipo de escarnios, desde el más profundo, como Arcadi Espada en su indispensable Yira, yira, hasta el más superficial meme. Efectivamente, el 20 de noviembre de 1975 no nació la democracia española, sino que, en una cama de hospital y perfectamente atendido, murió el dictador. Murió, además, creyendo haber dejado «atado y bien atado» su poder piramidal, con un Gobierno de leales y un jefe del Estado educado bajo su estricta vigilancia. Lo más llamativo de ese año, si acaso, fueron las largas filas compungidas para despedirlo; algo, sin embargo, normal en regímenes autoritarios, en donde la soberanía popular es usurpada por una persona, cuya muerte genera una sensación de orfandad y miedo.
De lo que se ha escrito menos es de la permanencia del franquismo en muchos hábitos políticos, sociales y culturales de los españoles ya en democracia. Casi cuarenta años de dictadura dejaron su impronta, a veces reconocible a simple vista, otras veces enmascarada. Lo mismo sucedió en México con el porfiriato: muchos de rituales fueron mantenidos por los gobiernos revolucionarios, como celebrar el Grito de Dolores el 15 de septiembre por la noche, la deificación del último emperador mexica, Cuauhtémoc, o el ensalzamiento del héroe de las leyes de Reforma, Benito Juárez.
La cultura laboral de España, por ejemplo, es hija de las leyes proteccionistas (y paternalistas) del mundo sindical de matriz fascista. Leyes que protegen al trabajador en activo, pero inhiben la contratación, al encarecer enormemente el despido. También la aspiración de millones de españoles de ganar unas oposiciones. Sí, ya sé que la cultura de las oposiciones inició desde los Austrias y que le da continuidad a las labores del Estado, más allá del estropicio de los políticos de libre nombramiento, pero la obsesión con un trabajo «para toda la vida» es de clara raigambre franquista. Por no hablar de la picaresca del «enchufe» para «colocarse», el capitalismo de amigos con el poder, que dan concesiones a dedo y los indispensables contactos en los ministerios para conseguir un contrato o aliviar la abusiva carga procedimental. También la desconfianza hacia el capital privado y la inversión extranjera encuentra raíces en los postulados económicos, primero, de Ramiro de Ledesma y de José Antonio Primo de Rivera, después. De ahí también el recato a la hora de hablar de ingresos altos, dinero familiar y montos de la fortuna, de raíz católica, se exacerba con el franquismo.
La rivalidad futbolística, que va más allá del Real Madrid y el Barcelona, es un, para mí, obvio traslado del conflicto social prohibido al conflicto deportivo permitido e incluso alentado, como válvula de escape, desde el poder. Así, mientras se perseguía cualquier señal identitaria de la cultura catalana, se autorizaba y (alentaba) la construcción del Camp Nou, inaugurado en el ecuador del franquismo.
La retórica del 12 de octubre como fiesta nacional, el feriado laboral de muchos días del calendario ritual católico, de la Asunción de María al jueves de Corpus, la feria del libro en el Parque del Retiro, el premio Planeta, la cultura del verano y la segunda residencia, la transmisión televisiva del sorteo de lotería de Navidad, y un larguísimo etcétera. Sé que en esta lista mezclo sucesos que iniciaron en el franquismo con improntas culturales desarrolladas por el franquismo con lascas fascistas ritualizadas por el gobierno de Franco. No me importa hacer una correcta taxonomía, sino el número en bruto de hábitos heredados y que permanecen. Otras marcas, por suerte, han sido barridas por el vendaval de la democracia, como el recato (pura doble moral) con el cuerpo, el sexo y el placer. O el rol de tutela vertical del hombre sobre la mujer, del marido sobre la esposa, del padre sobre los hijos, del maestro sobre los alumnos, del jefe sobre los subordinados.
«La manera en que los nacionalismos tratan de imponer un modelo monolingüe a sus ciudadanos es pura trasposición del papel del español durante el franquismo»
Hay otros rasgos menos obvios. Gravitaciones traicioneras del pasado. La manera en que los nacionalismos periféricos con «lengua propia» tratan de imponer un modelo monolingüe a sus ciudadanos es pura trasposición mimética del papel hegemónico del español durante el franquismo y su imposición en la vida pública de España en todos los ámbitos, desde el escolar al judicial. También el hábito de estar a bien con el poderoso de turno, aplaudirle sus falsas gracias y permitirle todos los excesos.
Desde lo medios públicos y privados hasta la patronal, pasando por los supuestamente aguerridos sindicatos a los líderes culturales del país, la genuflexión es puro franquismo cultural.
Este año que empieza, en fin, será interesante ver la crítica que Pedro Sánchez hace del uso patrimonialista del poder por Franco y su séquito. También estaremos atentos a cómo rechaza la estrategia de Franco y sus secuaces por controlar el relato e imponer una versión a modo de los hechos en la conversación pública, y a cómo se critica el execrable apego del dictador por vivir en modo guerracivilista, aquella defensa a ultranza de uno solo de los dos bandos, siempre prístino, bueno y verdadero. Quizá al final de 2025, aflautada la voz y tachonado el pecho de medallas, Pedro Sánchez complete su metamorfosis.