¿Pedir perdón a «su» fiscal general?
«En su desesperación, Sánchez se equivoca de lleno. Sus enloquecidas palabras no le salvarán ni del peligro político ni en su caso del penal que sobre él se ciernen»
Acierta aunque se ha quedado corta Isabel Díaz Ayuso cuando, refiriéndose a lo declarado por Sánchez respecto al perdón que debía pedirse a García Ortiz, manifestó que Sánchez ha enloquecido. Y creo que se quedó corta porque siendo cierto que las palabras del inquilino de La Moncloa solo son propias de alguien que al menos transitoriamente ha perdido el juicio, también lo es que la dimensión de esta pérdida es tan grande que obliga a cuestionarse cómo ha podido llegar a semejante nivel de delirio.
Veamos, los españoles hemos conocido a través de un informe de la UCO que el fiscal general ha ocultado a la investigación judicial del caso en el que está siendo investigado los mensajes de móvil que podrían incriminarle a él e incriminar a otros -¿Sánchez entre ellos?- en el gravísimo delito de revelación de secretos. Es irrelevante que la ocultación haya sido mediante el borrado de los mensajes o lo sea por haber cambiado de terminal para entregar al juez otro que no los contuviera porque, en cualquiera de las dos opciones, resulta innegable que el fiscal general ha ocultado pruebas en un procedimiento judicial en el que se le está investigando a él mismo. Sánchez ¿Pedirle perdón por ello? ¡Tú estás loco Briones! No cabe ni mayor gravedad ni más carga indiciaria de culpa en la conducta del fiscal general de Sánchez. Tanta, que media España está ya convencida de la culpabilidad de García Ortiz y la otra media tiene cuando menos serias sospechas de que así sea.
Y, sin embargo, Sánchez sale manifestando que apoya más que nunca a «su» fiscal general para el que, además, viene a exigir que se le pida perdón. Es de locos, sí, completamente. Me recuerda a aquellos acusados por delito fiscal en los que una prueba acusatoria relevante consiste en el injustificado aumento de su patrimonio y que, intentando justificarlo, alegan que les han tocado grandes premios de la lotería un número inimaginable de veces. En efecto, el nivel de enloquecimiento de esta inconcebible defensa es similar al enloquecido intento de Sánchez por defender la indefendible conducta de «su» fiscal general ocultando las pruebas que ha ocultado.
Por eso acierta Ayuso cuando comenta que el presidente del Gobierno ha enloquecido. Sin duda. Pero tiene que haber algo más porque Sánchez no es imbécil y por mucho que esté absolutamente ebrio de poder y tenga ahora mismo un ego tan crecido que no quepa en el mapa de España, no puede llegar a pensar que los españoles seamos tan cándidos como para creerle en esta ocasión.
Y elucubrando sobre ese «algo más» que puede haber en las enloquecidas palabras de Sánchez, e intentando aplicar la máxima racionalidad posible, no se me ocurren más que dos hipótesis posibles. La primera consiste en que él ya sepa que «su» fiscal general es culpable, junto a varios altos cargos del Gobierno que él preside, del delito que está dirimiéndose judicialmente y sabiéndolo deduzca que, de conocerse públicamente, su posición política e institucional resultaría ya insostenible en España y en la Unión Europea. Siendo así, la locura de Sánchez escondería un movimiento de auténtica desesperación, una reacción de autodefensa política, pues parecería que piensa que solo embarullando la cuestión para que la sociedad española se embarulle puede salvar políticamente su pellejo. Debe pensar que, en otras ocasiones, el embarullamiento le ha funcionado y, aunque sea equivocándose, quizás piense erróneamente que esta vez podría volver a funcionarle.
«Estaríamos también en un erróneo movimiento a la desesperada de alguien que se percibe en un serio peligro»
La segunda hipótesis consiste en considerar que el propio Sánchez fuese uno de los que resultaría incriminado de conocerse judicialmente los mensajes que «su» fiscal general ha ocultado a la investigación judicial. De ser así, la locura de Sánchez implicaría una maniobra de autodefensa penal, un intento de evitar que el desarrollo del procedimiento acabe convirtiéndole en un investigado más y, en su caso, más adelante en un condenado más. En este supuesto, estaríamos también en un erróneo movimiento a la desesperada de alguien que se percibe en un serio peligro, de carácter penal en esta hipótesis.
Desesperación en uno de los supuestos contemplados, desesperación también en el otro. Ése puede ser el motivo que haya generado el enloquecimiento que se percibe en las manifestaciones de Sánchez que, repito, son en efecto las palabras de un enloquecido, pero de uno que lo está por encontrarse desesperado ante el peligro que sobre él se cierne. Así es como yo completaría lo declarado por Isabel Díaz Ayuso.
En cualquier caso, en su desesperación, Sánchez se equivoca de lleno. Sus enloquecidas palabras no le salvarán ni del peligro político ni en su caso del penal que sobre él se ciernen. Que uno u otro riesgo se concreten o no va a depender de la eficacia judicial en lograr encontrar las pruebas que el fiscal general ha ocultado y de lo que con ellas resulte acreditado. Para una y otra cuestión, las enloquecidas palabras de Sánchez y el intento de embarullar así a la opinión pública resultan absolutamente inocuas y, por ello, claramente equivocadas además de torpes. Pero es lógico este error de cálculo cometido por Sánchez porque cuando alguien está intensamente desesperado suele cometer equivocaciones de bulto tan evidentes como la que él ha cometido con sus enloquecidas, desesperadas, inútiles y más que torpes manifestaciones relativas al caso penal en el que está implicado «su» fiscal general.