The Objective
Javier Benegas

Saltos de fe del progresismo

«España es un país paralizado, atrapado por una confrontación política sin salida que no atiende a las ideas, sino que explota las creencias»

Opinión
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Saltos de fe del progresismo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Me recordaba mi buen amigo José Luis González Quirós la distinción entre ideas y creencias de Ortega y Gasset. El ilustre filósofo español expresó esta diferencia de forma tan simple como certera: las ideas se tienen y en las creencias se está. A propósito de esta distinción podrían explicarse muchas de nuestras vicisitudes, entre ellas la propia polarización cuya principal amenaza no es tanto un enfrentamiento civil como la parálisis en la que los españoles estamos sumidos desde hace al menos dos décadas.

España es un país paralizado, atrapado por una confrontación política sin salida que no atiende a las ideas, sino que explota las creencias.

Mientras el mundo cambia a gran velocidad, empujado por movimientos geopolíticos, saltos tecnológicos y cambios económicos de enorme magnitud, la clase política española se dedica a mirarse el ombligo y a competir por el control de un Estado paquidérmico cuya principal función ha degenerado en detraer rentas para luego malgastarlas.

No hace falta ser un avispado analista para concluir que poco o nada de lo que ocupa el interés de nuestros políticos tiene que ver con los desafíos que afrontamos. Para ellos todo se reduce a vótame a mí… si no quieres que gobierne la derecha o la izquierda.

Presa de la vehemencia de sus propios intereses, la clase política se desentiende así de ese vertiginoso devenir global que tarde o temprano nos colocará en el disparadero. Sólo nos permiten elegir entre unos u otros para evitar el mal mayor. Escoger entre derogar el sanchismo o mantener en pie el muro de progreso, lo que quiera que realmente signifiquen estas llamadas al combate y a la resistencia. No importa lo que hagan, defiendan o argumenten. Debes creer en ellos simplemente porque los otros son el enemigo.

«El progresista actual es por encima de todo un hombre de fe que no debe formularse preguntas incómodas»

Esta estrecha visión afecta tanto a la izquierda como a la derecha. Sin embargo, primero con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero y después de Pedro Sánchez, la izquierda la ha llevado a su máxima expresión.

El progresista actual es por encima de todo un hombre de fe que no debe formularse preguntas incómodas. Por ejemplo, no debe platearse por qué la nobilísima lucha que Pedro Sánchez mantiene contra la derecha desde hace seis años, en vez de traducirse en un mayor bienestar, ha supuesto una pérdida acumulada de poder adquisitivo para clase baja del 12 al 15%; para la clase media-baja y media, del 8 al 10%; y para la clase media-alta y alta, del 3 al 5%. No debe preguntarse por qué, si los más ricos iban a pagar la parte del león de las 82 subidas de impuestos acometidas desde 2018, éstas han mermado gravemente la renta disponible de todos, muy especialmente de los que no son los más ricos.

El progresista tampoco debe preguntarse por qué la Ley de Amnistía, que supuestamente serviría para pasar página y restablecer la concordia entre españoles, lo que ha traído consigo, además de la quiebra del principio de legalidad, son nuevas amenazas y despiadadas exigencias nacionalistas, como el reconocimiento del déficit fiscal catalán que, de concederse, supondrá una subida del 30% del impuesto sobre la renta de las personas físicas para el resto de españoles.

El progresista debe creer que la corrupción galopante que emana de este Gobierno es una ficción alimentada por los bulos de los medios de información de la derecha, porque nada que provenga de los otros puede ser cierto por el simple hecho de que no son los nuestros. Son el enemigo. Y el enemigo es el mal.

«Debe creer que la corrupción de Ábalos y Koldo fue por propia iniciativa, sin cooperación de ningún miembro del Gobierno»

Debe creer que «el uno» que aparece en los whatsapp de Aldama no existe. Que la corrupción de Ábalos y Koldo fue por propia iniciativa, sin apadrinamiento de nadie ni cooperación de ningún miembro del gobierno. Que en ellos empieza y se extingue cualquier responsabilidad.

Debe creer que las 56 escalas (que sepamos) en República Dominicana de aviones de uso exclusivo del Gobierno no tienen nada de anormal, a pesar de que el Gobierno se niegue a facilitar los motivos de este sorprendente puente aéreo.

Debe creer que el máster que la mujer del presidente tenía concertado con la Universidad Complutense de Madrid, a pesar de no tener titulación universitaria, y que habría puesto en marcha usando recursos del Estado y presionando a determinadas empresas del Ibex, era una iniciativa gratia et amore o, a lo sumo, la aspiración legítima de una mujer empoderada.

Debe creer que si en el móvil del fiscal general del Estado desaparecen casualmente los mensajes de tres días clave no es porque los haya borrado o porque haya cambiado astutamente de dispositivo, sino porque es inocente. Y que si esos mensajes inexistentes aparecen luego en los dispositivos de sus destinatarios será por alguna torticera manipulación, porque los tentáculos de la derecha llegan a todas partes.

«El progresista debe ignorar cualquier evidencia. Debe sobrevolarlas mediante el salto de la fe. La fe del nosotros contra ellos»

Precisamente, animado por este último argumento de fe, el progresista también debe creer que todos los jueces que instruyen los sumarios de los numerosos casos de corrupción relacionados con el Gobierno son fascistas, por más que algunos de ellos sean considerados por los propios socialistas como jueces progresistas, como es el caso del juez Juan Carlos Peinado, al que el ministro y secretario general del PSOE de Madrid, Óscar López, ha acusado de prevaricar; literalmente, «haber mentido en sede judicial».

El progresista debe ignorar cualquier evidencia, cualquier prueba por palmaria que sea. Debe sobrevolarlas mediante el salto de la fe. La fe del nosotros contra ellos. Es más, ni siquiera debe preguntarse cómo es posible no ya que los adversarios no digan una verdad ni siquiera cuando se contradicen, sino por qué razón los políticos progresistas de otras latitudes dimiten, como la viceprimera ministra sueca Mona Sahlin, por el pueril motivo de utilizar una tarjeta de crédito que poseen los altos cargos políticos suecos para comprar dos chocolatinas Toblerone, mientras que aquí la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas sigue en su puesto tras derrochar casi un millón de euros del presupuesto en comprar obras de arte.

Más allá de no preguntarse por el sentido de esta estricta ética que los progresistas de otras latitudes han interiorizado, los nuestros tampoco se preguntan por qué sus homólogos extranjeros son incluso capaces de rectificar políticas que se demuestran perjudiciales para sus países, aun cuando estas políticas tengan la vitola progresista.

«En otras latitudes, los progresistas descienden del cielo de la fe al suelo de la razón»

La explicación a todo esto es muy sencilla. A pesar de que la visión del mundo de esos otros progresistas se asienta en convicciones y creencias en buena medida opuestas a las de los conservadores, su fe no nubla por completo su buen juicio. Al final, aunque sea porque a la fuerza ahorcan, son las ideas y sus resultados lo que les decanta.

Así, mientras nuestro progresismo contribuye decisivamente al enfrentamiento y la parálisis que enfrentan a españoles contra españoles y dejan el país peligrosamente inerme ante las corrientes transformadoras que agitan al mundo, en otras latitudes, cuando se trata de asuntos cruciales, los progresistas descienden del cielo de la fe al suelo de la razón conscientes de que las ideas tienen consecuencias. Y, aunque no todas las decisiones éticas pueden resolverse únicamente con razonamientos lógicos, especialmente en situaciones donde hay conflictos de valores, aún mantienen el equilibrio entre la ética de la razón, los intereses y las emociones. Algo que, dicho sea de paso, tampoco estaría de más que asimilara nuestra derecha.

Le deseo, querido lector, un feliz Año Nuevo.

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