The Objective
Teresa Giménez-Barbat

¿Alguien ha puesto el culo en mi asiento?

«No simpatizar con el desnudo no solicitado no tiene nada que ver con los tabúes. El desnudo SÍ se vincula al sexo y SÍ tiene connotación sexual»

Opinión
¿Alguien ha puesto el culo en mi asiento?

Varias personas nudistas participan en los cines Gerona de Barcelona. | EFE

Hoy, día de las bromas e inocentadas, conmemoramos un episodio muy poco gracioso relacionado con el rey Herodes y su ocurrencia de matar a todos los niñitos menores de dos años por si entre ellos estaba Jesús. De alguna de esas tendrán noticia hoy en los medios. Pero igual no repararán mucho porque, ¿qué día en España no parece el 28 de diciembre? Entre mi anterior artículo y este que son tan amables de leer, se han producido un sinfín de noticias chocantes o directamente frikis. Una de ellas, que me encantó, fue esa de que varios cines españoles iban a abrir unos pases para el público nudista. Se trata de una iniciativa llamada Cine al natural que reúne a varias distribuidoras con diversas federaciones y asociaciones naturistas. 

Lo de ir en pelotas al cine, como dijo el presidente de la Asociación Naturista Valenciana, debe entenderse como «la normalización del nudismo como una filosofía de vida» para que sea «una parte más de la sociedad». Y yo, criatura educada, sentimental y formalmente en los setenta y ochenta, hubiera asentido calurosamente en aquellos tiempos. Estaba segura, como estos organizadores, que el estado «natural» del ser humano era el de una inocente desnudez. Pero décadas de lecturas me volvieron escéptica. Así que mi descreimiento no viene de los «prejuicios o el desconocimiento», como aseguran también. No simpatizar con el desnudo no solicitado no tiene nada que ver con los tabúes. Al contrario de lo que ellos afirman, el desnudo SÍ se vincula al sexo y SÍ tiene «connotación sexual».

«El cuerpo del hombre y de la mujer han sido moldeados por la selección natural y la sexual»

¿Es una reacción causada por el prejuicio o la superstición religiosa que nos desazone el cuerpo desnudo y la vecindad con los genitales de otro? Miren, no. Y no es de hoy. Todo viene de que hace centenares de miles de años dejamos de tener el «celo» o «estro». Como saben, los monos y la mayoría de los primates suelen aparearse cuando sus hembras lo experimentan. Este estado es publicitado con poco margen para la duda con una exhibición de señales olfativas y visuales, a veces alarmantemente llamativas. Pero a la hembra humana, el único primate del que sabemos que está siempre sexualmente receptivo (hay dudas también sobre los bonobos), no le pasa. No disponemos de medios de propaganda copulatoria tan espectaculares como esos intensos aromas y esas hinchazones y coloraciones. Y yo me alegro, que conste. Pero había que avisar.

¿Y qué inventaron los ancestros para mostrar disponibilidad? Resumiendo mucho: evolucionaron distintas señales y el cuerpo fue una de ellas. En nuestra historia evolutiva, una piel cada vez más libre de pelo podría haber sido una poderosa herramienta de seducción. El hecho de que tanto hombres como mujeres exhiban características sexuales más aparatosas que otros primates implica que tanto unos como otros han sufrido la presión de la elección discriminadora del otro sexo. Así, la desnudez no sería un estado neutro de tipo cándido y adánico, sino algo dotado de un fuerte potencial para despertar justamente las emociones que han necesitado nuestros genes para pasar de generación en generación. El cuerpo del hombre y de la mujer han sido moldeados por la selección natural y la sexual.

«Ni la desnudez ni las exhibiciones públicas de erotismo nos dejan indiferentes»

Ni la desnudez ni las exhibiciones públicas de erotismo nos dejan indiferentes. Ver a otra pareja copular es un acontecimiento que nos pone poderosamente tanto a nuestros hermanos primates como a nosotros. El ser humano reserva este acto para la intimidad en casi todas las culturas, justamente para que nadie más se sienta convocado. Y nos sentimos llamados, involucrados por la desnudez. Lo malo es que la invitación al sexo es muy bienvenida cuando es pertinente, pero genera sentimientos de fuerte rechazo cuando no lo es. «¡Sólo sí es sí!»

Como todo lo poderoso tiene dos caras. Cuando el reclamo sexual no viene a cuento, genera asco y aversión. Incluso sentimientos de afrenta. No hace falta apelar a la moral religiosa ni a ningún concepto retrógrado sobre la «modestia» para comprender el porqué de que no a todo el mundo le sea indiferente quién se ha sentado y cómo en su asiento del cine. Aunque los organizadores nos aseguren de que fue obligatorio el uso de toallas sobre las butacas. En un día como hoy nos sonaría a inocentada, ¿no?

Publicidad