Estados Unidos sobre la covid: un no a la demagogia
«El informe es muy útil para reflexionar y como base para abordar otros procesos de información en profundidad sobre la pandemia. En España, por ejemplo»
Hace unos días se ha hecho público el informe final de la (sub)comisión elegida por la Cámara de Representantes de los Estados Unidos para valorar la política seguida en el país frente a la pandemia provocada por la covid-19. Son más de 500 páginas, accesibles sin dificultad en la red, y que pese a reunir una montaña de datos, preguntas e incisos, resulta legible en sus aspectos de mayor importancia, constituyendo un material muy útil para la reflexión, así como sus autores indican, de cara a elaborar una hoja de ruta, tanto para las instituciones públicas como para el sector privado.
Lo que no supone en absoluto es una respuesta definitiva a la pregunta de qué pasó con el covid en los Estados Unidos, y menos un puñetazo sobre la mesa que invalida toda versión alternativa. Entre otras cosas, porque casi siempre el informe prefiere tomar nota de las distintas posibilidades y tiene la virtud de que si se inclina por una de ellas, ello es perceptible para el lector. Así, en los casos donde existen dudas sobre las preferencias entre el rigorismo sanitario y los intereses económicos, entre public health y business, si hay inseguridad en lo primero, se inclina hacia lo segundo.
Conviene tener en cuenta también que la de Representantes es una Cámara de mayoría republicana, y por ello aprovecha las ocasiones disponibles, y son muchas, dada la magnitud de la tragedia, para cargar contra la Administración Biden y de paso contra la tutela pública de los procesos sociales (y sanitarios). Pero el sesgo es transparente, siendo susceptible de aprovechamiento, incluso primario, arrimando el ascua a la propia sardina, cuando se da una afinidad ideológica con los redactores.
El interés del informe es en todo caso apreciable desde su extensa sección inicial, consagrada inevitablemente a los orígenes de la pandemia. Opta claramente por la fuga de laboratorio frente a la procedencia animal, y dado que sobre lo primero existían ya suficientes datos, se centra en reunir testimonios científicos de que hasta ahora la segunda hipótesis carecía de pruebas que la avalaran; una muestra del cuidado de la comisión cuando emite sus diagnósticos, no cerrando del todo el paso a que sigan buscando algo nuevo en el mercado de Wuhan.
En sentido contrario, desde junio, aun en curso los trabajos de la comisión, sí existían argumentos a favor de la fuga. Sin duda alguna, la pandemia había salido de la ciudad de Wuhan, donde se encontraba el más reputado laboratorio de investigación sobre los virus de tipo SARS, y sobre todo el Instituto Wuhan, el cual se había propuesto crear virus con definición SARS-CoV 2 y aquí sí su director, el Dr. Zenghi Shi, ordenó recoger muestras de murciélagos y estudiar la transmisión de los nuevos coronavirus, sin renunciar a experimentos arriesgadísimos y sin las condiciones de bioseguridad necesarias. Estaban dadas las condiciones para la transformación del cuento de ciencia-ficción neogótico, del monstruo creado por un científico, en tragedia universal. La seguridad de tal interpretación no es total, pero resulta lógico que la comisión del Congreso la prefiera abiertamente.
«China por razones políticas controló la información sobre la fase inicial del virus, vía OMS»
La otra cara de esta moneda es el interrogante sobre la colaboración y el conocimiento de instituciones científicas norteamericanas en el proyecto de Shi. Esto lleva de inmediato a preguntarse por las responsabilidades del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas, dirigido por el Dr. Anthony Fauci, y en particular de Eco-Health -importante ong norteamericana- y el Departamento de Epidemiología de la Universidad de Carolina del Norte, que se integraron con Shi en el Proyecto Difuse para crear nuevos virus con las características del que luego sería productor de la pandemia.
Por razones desconocidas, Wuhan dejó de transmitir datos de base en el otoño de 2019 y Washington nunca financió el proyecto, lo cual alivia la sospecha de una nueva conspiración judeo-masónica, esta vez chino-norteamericana, para crear un virus pandémico desde alianzas políticas inconfesables (*). El reproche de la comisión, que sí resulta incuestionable, es que China por razones políticas controló la información sobre la fase inicial del virus, vía OMS, con el consiguiente coste para la población del resto del mundo.
Buena parte del informe está consagrada a insistir sobre la respuesta defectuosa de las distintas instituciones públicas y sanitarias frente a la difusión de la pandemia, resultando difícil marcar la frontera entre lo que es lógica insuficiencia ante una invasión vírica de tales dimensiones y errores evitables. Hay una carga que cabía esperar sobre todo lo que toca a Biden, y en sentido adverso, positiva en lo referido a Trump, presidente hasta enero de 2021.
Así son elogiadas las restricciones sobre los desplazamientos internacionales y, por supuesto, la vacunación salvadora de miles y miles de vidas. En otro sentido, razonablemente son puestos en tela de juicio los pasaportes de vacunación por ignorar la posible nulidad de una vacuna dada frente a las mutaciones del virus, sin dejar tampoco de censurar la separación que provocan en los ciudadanos. Siguiendo esa línea, el informe critica la minusvaloración oficial de la inmunidad natural y sobre todo la vacunación obligatoria. Es una auténtica profesión de fe «liberal». El informe anuncia que, por mucho tiempo, perturbarán la vida de los ciudadanos, incluso su disposición militar y hacia la propia vacuna, atentaron contra las libertades individuales, ahondaron las divisiones políticas e incluso la relación médico-paciente.
«El Informe se opone de manera rotunda a los confinamientos por, a su juicio, los daños colaterales sobre la salud y la economía»
Son asimismo cuestionadas las medidas del presidente Biden, apenas asumido el cargo, imponiendo la obligatoriedad de uso de mascarillas y de observar una distancia mínima, que según el informe no tuvieron repercusiones positivas, y probaron carecer de soporte científico (aun cuando un profano puede creer en la obviedad de que acercarse al portador de un virus supone riesgo de contagio). Cuentan para el informe el distanciamiento interhumano, actuante en las relaciones comerciales y las repercusiones psicológicas negativas.
Más razón aún existe para que el informe se oponga de manera rotunda a los confinamientos, a su juicio portadores de una carga inmensa de daños colaterales sobre la salud y, en primer término, económicos. El defecto es claro en este punto del informe; no preguntarse por las vidas salvadas y olvidar que no solo existen los Estados Unidos en el mundo. Los redactores piensan que el coste es ante todo humano: «Los confinamientos» -nos dice el informe- «ocasionaron un daño increíble al pueblo americano; en vez de priorizar la protección de los más vulnerables, empujaron o forzaron a millones de americanos a postergar componentes esenciales de una vida saludable, feliz, productiva y plena». Pero lo peor, «la más severa consecuencia de los confinamientos por el covid-19, es el daño que causaron a la economía: negocios cerrados, trabajadores despedidos y una inflación disparada».
¿Para qué hablar de totalitarismo con tantos horrores a la vista, más el complemento de perturbaciones generalizadas de la salud mental? Estamos frente a un diagnóstico exagerado, sin duda, que llevaría a pensar que mejor muertos por el covid y felices. Y que por fortuna es una excepción militante en el tono mesurado del informe de la Cámara de Representantes, muy útil para reflexionar y como base para abordar otros procesos de información en profundidad sobre la pandemia. En España, por ejemplo.
No obstante, la experiencia aquí revisada hace aconsejable poner en acción un análisis interdisciplinario, de fuente política o pública, en cuanto a financiación y difusión posterior, pero no en la realización. De otro modo, los excesos de la politización originaria pueden generar un contagio tan extremo y dañino como el maldito virus que nos ocupa.
(*) En todo caso, ¿por qué producir un monstruo así? Para China, existe el antecedente de la aceptación por Mao de una catástrofe nuclear, cuyo resultado sería para los supervivientes una sociedad comunista.