Vox frente al Rey
«Si la dirección del partido no está de acuerdo con la monarquía, que lo diga. En la España monárquica se puede ser republicano, pero no se debe ser irresponsable»
Los dirigentes de Vox no son contrarios a Felipe VI. Al menos, Santiago Abascal. Sin embargo, dejan que entre sus filas haya un antimonarquismo chabacano dedicado a insultar al Rey. Esto es un clásico de las organizaciones, que necesitan una militancia cuya exaltación asegure el trabajo gratis de propaganda y proselitismo. Ocurre en Vox, pero también en el PSOE, por ejemplo.
El desprecio al Rey entre los voxeros más echados al monte se debe a factores internos, de carácter institucional, y externos relacionados con la política internacional. Vamos con los primeros. Estos militantes de Vox exigen a Felipe VI que actúe como un político más, llegando a donde no alcanzan el PP o el mismo partido de Abascal. Lo imaginan como una institución capaz de enmendar a Pedro Sánchez, de criticarlo abiertamente, en las Cortes, o ante los micrófonos de televisión. Creen que el Rey es fiscalizador de la gobernanza sanchista, y que como político puede negar su sanción a las medidas del Gobierno.
Nada de esto se encuentra entre las facultades constitucionales del Rey, ni en el espíritu que las anima. Alguno dirá que Juan Carlos I echó a Suárez, sí, pero luego llegó un confuso intento de golpe de Estado. Moraleja: es conveniente no meterse entre los partidos. Ese es el ejemplo de la monarquía británica. Esto es una democracia, lo dijo Felipe VI en Paiporta, por cierto, lo que significa que el pueblo tiene el Gobierno que vota. Quien debe asumir la responsabilidad de su elección es la gente. El Rey no está para limpiar la casa después de la fiesta. No obstante, al no oponerse a Sánchez, Felipe VI se convierte para estos en «Felpudo VI».
Los voxeros más extremos dicen que el Rey debería asumir más competencias, tener más voz y peso, siempre en favor de lo que ellos piensan, que consideran lo justo y bueno para España. Pero, ¿y si el Rey hiciera suyas las ideas de Podemos, qué dirían? Una Jefatura del Estado politizada es lo menos conveniente para un país polarizado como el nuestro si se desea la continuidad de la democracia. El papel del monarca es otro. No es el Tribunal Supremo, ni el Constitucional o las Cortes, ni el plan B de la oposición. El Rey es el recordatorio constante del bien común, del cual son responsables los políticos que elige la ciudadanía, tanto como la ciudadanía que elige a esos políticos. Un pueblo maduro no espera constantemente a un salvador, a un cirujano de hierro visionario capaz de poner orden en un sentido político, pero aquí hay mucho infantilismo.
Quizá esta idea de Rey-político sea inoperante para un militante extremo de Vox. Es una consideración muy legítima. En ese mismo camino están los partidos de la extrema izquierda, que consideran que la monarquía parlamentaria es un obstáculo en la transición a un colectivismo que sería más fácil en un proceso constituyente con una República indeterminada. También transitan la misma idea los independentistas, que piensan que el Rey simboliza justo lo que quieren destruir: la unidad de España para el bien común. Cada uno elige sus compañeros de viaje.
«La necesidad de tener visibilidad y de acogotar al PP lleva a los dirigentes de Vox a la exageración en sus mensajes»
Todos estos coinciden en su desprecio al «régimen del 78»; esto es, a la partitocracia y al Estado de las Autonomías, que habrían creado una falsa democracia. Así, la monarquía y su titular, Felipe VI, forman parte de ese entramado institucional para el dominio de una oligarquía en contra de los verdaderos intereses del pueblo. Con esta premisa, cualquier dificultad que surja en el desarrollo de la vida política es achacable también a la figura del Rey. Ya vivimos esto con Isabel II, Amadeo I y Alfonso XIII; esto es, los reyes como culpables por acción u omisión de las tropelías y negligencias de los políticos en el régimen en el que reinan. Frente a la realidad, se pone el típico idealismo que lleva siempre al desastre.
Aquí hay un matiz importante entre los militantes extremistas de Vox. Me refiero a la simpatía hacia Franco, en gran parte como reacción al ataque de la izquierda al dictador muerto. El franquismo sería la imagen de la buena España en orden gracias al centralismo, a la búsqueda del interés nacional y patriótico, y a la ausencia de partidismo. Para esto, por ejemplo, comparan la construcción de viviendas, hospitales y carreteras antes y después de 1975. Es conveniente advertir aquí que cualquier idealización se aleja de la verdadera historia. A pesar de esto está calando porque ahora la historia solo cuenta como relato mágico.
El otro motivo de que los extremistas de Vox desprecien a Felipe VI es la Agenda 2030. Consideran que el Rey es una pieza más de ese proyecto transformador impulsado por la coalición de populares, socialistas y verdes en Europa. Si dicha Agenda es una traición a todas las naciones europeas, como dicen, Felipe VI sería un traidor más. Cualquier cosa que tenga que ver con el ecologismo y la igualdad de género, el transhumanismo y la recopilación de datos personales, es para beneficiar a los ricos y las élites, dicen, no para la clase media y los trabajadores. En conclusión, Felipe VI sería un instrumento consciente de ese engaño al pueblo español.
No es que no tengan razón en parte en su denuncia del carácter totalitario y de ingeniería social de la Agenda 2030. El problema es que la crítica de los dirigentes se hace sin matices ni explicaciones con una demagogia hiperventilada, útil para la movilización, pero que arrastra todo a su paso. La necesidad de tener visibilidad y de acogotar al PP con el que compiten lleva a los dirigentes de Vox a la exageración en sus mensajes. Esta desmesura es aumentada por la militancia extremista, como es visible en las redes sociales, y cargan contra el Rey.
Vox debería decantarse. Si la dirección del partido está con la figura constitucional del Rey, con su simbología y sentido, debe ser consecuente y cortar cualquier ataque que se produzca a Felipe VI desde sus filas o sus redes. No tiene sentido que por mantener caliente a la militancia se ponga en riesgo la institución con más prestigio en España y que mejor funciona. Si la dirección no está de acuerdo con el Rey o con la monarquía, que lo diga. En la España monárquica se puede ser republicano. Lo que no se debe ser es irresponsable.