Cebones y cebollas
«Nuestros fraycebollas blanden datos macroeconómicos a los que resultan inasequibles los ciudadanos, que ven mermar año tras año su poder adquisitivo»
Es uno de los cuentos más divertidos del Decamerón. Su protagonista, Fray Cebolla, es el típico farsante del Trecento que hacía negocio con las reliquias religiosas. Bocaccio podría haber denunciado con severidad el dinero que algunos pillos extraían de la venta de cabellos de mártir y brazos de santo, venidos en teoría de Tierra Santa, y hoy no sería más que un nombre solemne, rimbombante y aburrido como Bernardino de Siena. Afortunadamente, eligió el humor y su compañía sigue siendo de las más gratas.
El cuento es como sigue: Fray Cebolla promete enseñar a unos campesinos una pluma del ángel Gabriel, pero ignora que los interesados son unos bromistas que quieren tomarle el pelo. Sin que se entere, le cambian en la alforja la pluma por unos carbones. Al abrir y encontrárselos, el fraile responde sin dudar: ah, claro, ¡las parrillas con que asaron a san Lorenzo!
Tan acostumbrado a mentir está el bueno del frate que tiene una respuesta para cada contingencia. Bien mirado, ¿no recuerda a nuestras clerecías politológicas cuando subastan en almoneda milagros económicos? Embargadas de triunfalismo, arrojan con suficiencia datos de crecimiento interanual a un populacho descreído, ahogándolo en un mar de felicidad -Dostoievski dixit– para que afloren en la superficie las pompas de la bienaventuranza. Nuestros fraycebollas, cebones y bien cebaditos, blanden maravillosos datos macroeconómicos a los que, por alguna extraña razón, resultan inasequibles los testarudos ciudadanos, que ven mermar años tras año su poder adquisitivo. «Esta gente no se merece que me lea las gráficas del INE…»
Verbigracia, el profesor de Derecho Constitucional que ha resuelto el problema de la vivienda en un tuit memorable. A su juicio, una casita nueva vale lo mismo que un Audi, conque menos lloros. Salvo que se refiriera al precio de la entrada, todo indica que se armó un buen lío el profesor, que a su vez respondía a otro tuitero; este afirmaba que los chicos no se emancipan porque prefieren gastarse las perras en Netflix, HBO y el gym. ¡Acabáramos! Nada decía, curiosamente, acerca de los sueldos miserables que los españoles, en general, nos avenimos a recibir. O de que un piso sea un 40% más caro que hace un lustro. ¡Pero el néflix!
No hace falta ser adivino para dar por hecho que el problema de la vivienda seguirá siendo el más determinante el año próximo. ¿Habrá alguien con voluntad de resolverlo o nos seguirán pasando por el morro plumitas de ángel y carbones milagreros? Pase lo que pase, todo será interpretado en clave de triunfo. ¿Haz que pase? No pasa nada, y si pasa se le saluda. Como diría el pintor del refrán, si sale con barbas, san Antón; y, si no, la Purísima Concepción. Deseo, queridos lectores, que 2025 sea un buen año para todos. Y, si no lo es, nuestros fraycebollas se obstinarán en convencernos de que los sentidos nos engañan.