El miedo no cambió de lado, el caso Pelicot
«Para muchas feministas, los monstruos, como ya sabía Aristóteles, no son más que hombres comunes sin máscaras»
La casualidad causal, ese invento de los periodistas perezosos, no tuvo nada que ver. Fue la estupidez de un aparente viejo verde la que destapó el horror cotidiano que se escondía tras la fachada de normalidad burguesa de los Pelicot. Un jubilado pillado in fraganti fotografiando bajos de señoras en el supermercado. Patético; y un punto previsible su vida. Lo que nadie esperaba era el contenido de su disco duro: más de 200 vídeos meticulosamente catalogados de Gisèle Pelicot, su esposa, siendo violada por decenas de hombres mientras yacía inconsciente. Gisèle Pelicot, enseguida convertida en símbolo feminista, porque decidió (e hizo bien) que su caso no se pudriría a puerta cerrada en el anonimato judicial. «El miedo debe cambiar de campo», proclamaban sus defensoras. El problema es que ya había cambiado de campo, desde metoo, justos por pecadores.
Dominique Pelicot, el marido anodino, resultó ser un violador reincidente con un pasado turbio. Hasta planea un asesinato sin resolver hace décadas en su haber. Su modus operandi era simple: drogar a su mujer y ofrecerla como un pedazo de carne a desconocidos reclutados en una app de parafilias sexuales. Esas cosas que dan repelús, pero que tienen su público.
Eran tantos los violadores, y de tan distinta condición, que el sintagma «todo hombre es un violador (en potencia)» caía por su propio peso… El feminismo radical había encontrado su santo grial: 51 hombres «normales» en el banquillo. Padres de familia, solteros, jóvenes, viejos, ricos y pobres. Todos compartiendo la misma certeza: que el consentimiento de una mujer puede ser usurpado por su marido. A la musulmana (y que Alá me perdone). Ninguno vio un problema moral en violar a una mujer inconsciente. O algunos pensaron que ella estaba en el ajo, como les aseguraba el marido. La mayoría sigue proclamándose inocentes. Pero la sentencia, entre 3 y 15 años para los acusados y 20 para Dominique Pelicot, parece (habrá que leerla) que pone a cada cual en su sitio. No es una condena al «patriarcado», ese comodín ideológico. Es la constatación de que la justicia sigue considerando a las personas y sus acciones de uno en uno. Algo tan elemental como fundamental.
Pero para muchas feministas, los monstruos, como ya sabía Aristóteles, no son más que hombres comunes sin máscaras. Y esas máscaras siguen firmemente en su lugar en demasiados rostros. El verdadero juicio, el de la sociedad que permitió que esto ocurriera, aún está pendiente para ellas.
Gracias a Dios, el miedo, de momento, puede esperar en el campo de nadie.
Coda 1) Swinging Junts. Como un mal sueño que insiste en repetirse, Carles Puigdemont vuelve a colocarse en el centro del escenario político español. No es tanto un regreso como una permanencia: la sombra persistente de un episodio que el país se niega a resolver. Ahora, el expresident juega a los equilibrios imposibles: por un lado, pretende forzar una cuestión de confianza a Pedro Sánchez, sabiendo perfectamente que el voto de los suyos sería afirmativo; por otro, se alinea con el PP y Vox en la votación de ciertas leyes económicas. La paradoja es tan burda como eficaz: mantener al Gobierno en la cuerda floja mientras se refuerza su propia posición de árbitro. Todo esto, claro está, es un interludio. Un compás de espera hasta que el Tribunal Supremo y el Constitucional decidan si ratifican la amnistía, ese artefacto jurídico que Gonzalo Boye y el poco diligente Bolaños —el chico de los recados del Ejecutivo— han elaborado con torpeza memorable. La maniobra es tan rudimentaria que recuerda más a un chantaje que a una negociación, y sin embargo, ahí sigue, empujando al país hacia un horizonte cada vez más sombrío.
Coda 2) Súplicas. Con la inminente concesión del suplicatorio (¡probablemente el único consenso del curso!) que solicita el Tribunal Supremo al Congreso, se acerca la hora de la verdad para José Luis Ábalos y, por extensión, para Pedro Sánchez y el PSOE. Porque, en este país, la judicialización de la política no es ya una anomalía: es el único idioma que entienden los partidos y la opinión pública. Un idioma tosco, pero eficaz, que traduce la disputa ideológica en procesos penales y titulares rotundos. Si Ábalos es finalmente condenado por tanta corrupción como la que le señala, el golpe será doble: no solo se tratará de un exministro de peso, sino también del antiguo número dos de un partido socialista que, pese a su largo historial judicial, insiste en adornar sus discursos con una ética de papel maché. Lo de la única oveja negra, no colará. La imagen de Sánchez, esa creación cuidadosamente escenográfica, difícilmente sobrevivirá al peso de un veredicto que, como todas las tragedias bien contadas, será tanto personal como colectiva. Faltan dos años y medio para que acabe la legislatura. Del Supremo depende que el plazo se pueda acortar.
Cuestionario maldito a Arcadi Espada:
1) Usted que sostiene que el sexo es negocio apenas ha tratado el caso Pelicot, ¿por qué?
-Sí lo he hecho y, de hecho, lo acabo de hacer. Pero es que además el caso Pelicot nada tiene que ver con el negocio. Por otro lado, es un asunto ciertamente muy llamativo, como el del hombre que muerde al perro, pero en realidad poco importante.
2) Las feministas radicales sostienen que, vista la representación sociológica y de edad de los acusados, «todos» los hombres son, por tanto, potencialmente esos clientes violadores. ¿qué opina?
-Qué voy a opinar. Es lo mismo que cuando los nacionalistas dicen que todos los españoles son potencialmente fascistas. ¡La señora Pelicot ha contribuido un poco a eso diciendo que esperaba que ¡a partir de ahora hombres y mujeres vivieran en paz!
3) Le ha sorprendido que las penas sean tan variables, ¿hay tantos grados en la violación?
–No conozco en detalle el código francés. Pero por supuesto que hay grados en las agresiones sexuales y la violación entendida a la antigua usanza es uno de ellos.
4) La hija dice ahora que su padre la violaba, pero no hay pruebas, y se ha desestimado. ¿Existe la presunción de culpabilidad?
-Claro, la del hombre.
5) ¿»Viven en paz hombres y mujeres» en medio mundo? (El mundo musulmán le da a la mujer un estatus casi de objeto…).
– Yo solo conozco nuestro mundo, y hay paz y la habrá.