Esperando a Trump
«Por qué el retorno de Trump es una mala noticia para todos los demócratas del mundo, incluidos los que están contra Sánchez»
A reserva de las sorpresas que siempre nos depara el futuro, el año 2025 estará marcado por el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, lo que puede significar un empeoramiento de las crisis que hoy conocemos, así como la aparición de nuevos y peores malos. Siento chafarles la celebración de la Nochevieja, pero incluso el Trump más comedido y apacible es una mala noticia para el mundo, aunque solo sea porque su estilo chabacano y provocador, sus delirios de grandeza y su desprecio por las normas tradicionales del respeto y el entendimiento entre las personas y las naciones lo convierten en un peligro para el progreso y para la convivencia.
Hay quienes se remiten a su anterior mandato para quitarle gravedad al asunto, con el recuerdo de que, al margen de dos o tres bufidos y desplantes, nada especialmente trascendental sucedió. Suelen olvidar los que alimentan esa esperanza, los sucesos de 6 de enero de 2021, cuando una multitud empujada por el propio Trump ocupó el Congreso de Estados Unidos y a punto estuvo de obligar a revertir el resultado de las elecciones. Nos libramos por los pelos entonces -gracias, sobre todo, a la firme resistencia de un puñado de legisladores republicanos y a lealtad constitucional de los militares-, pero tal vez no tengamos tanta suerte en una segunda oportunidad.
Confían mis amigos de derechas en que el instinto liberal de Trump, reforzado con la energía avasalladora de un campeón del capitalismo como Elon Musk, prevalecerá sobre cualquier otro propósito y ayudará a impulsar un periodo de apertura de mercados y crecimiento económico. Olvidan que Trump se comporta, en realidad, como un proteccionista, que el lema del movimiento trumpista -no es un partido, es un movimiento- es Make America Great Again y que está dispuesto a que eso ocurra a cualquier precio y a costa de la grandeza de otros, entre ellos Europa.
En el contexto de polarización en el que vivimos, muchos bien intencionados aceptan a Trump porque será más firme contra Venezuela y Cuba, porque le parará los pies a China, porque apoyará sin reservas a Israel y combatirá sin límites al terrorismo, porque estimulará el surgimiento de figuras de éxito en la estela de Milei o Meloni, porque no se molestará en dar cuartel a farsantes como Sánchez o Trudeau… En definitiva, porque es mejor un cafre de los míos que cualquiera de los del bando contrario.
Las razones para justificar o respaldar a Trump son exactamente las mismas por las que la izquierda apoya a Sánchez en España. En ambos casos, la mentira, la división y el odio al rival son las señales de la identidad de sus proyectos políticos, y en ambos casos sus partidarios, aun los que son capaces de ver con claridad ese estado de cosas, apoyan a su líder por el simple hecho de que es de los suyos.
Esta triste realidad solo tenderá a agudizarse en el año que comienza. Con Trump en la Casa Blanca, la derecha va a tener la tentación de dejar al lado viejas recetas de moderación y consenso para apostar por la intransigencia del triunfante trumpismo. A su vez, una izquierda que vive únicamente de airear el fantasma de la extrema derecha va a sentirse más justificada que nunca para reclamar el cierre de filas contra este nuevo fascismo norteamericano.
«Con Trump en la Casa Blanca, la derecha va a tener la tentación de dejar al lado viejas recetas de moderación y consenso para apostar por la intransigencia del triunfante trumpismo»
Todo aquel que se esté frotando las manos con la esperanza de que la presidencia de Trump será un poderoso aliado para echar a Sánchez, es probable que se lleve una decepción, ya que la sombra de ese personaje en España ayudará más bien a agudizar la división silenciosa entre radicales y moderados en el Partido Popular, así como contribuirá a que los pecados del líder socialista pierdan importancia entre los suyos. En última instancia, si el sustituto de Sánchez va a tomar a Trump como fuente de inspiración, solo sería prolongar el mismo modelo actual con un distinto maquillaje ideológico, porque trumpismo, aunque travestido de izquierda, ya tenemos en nuestro país.
El daño causado por Trump tendrá un reflejo diferente pero relevante -y creo que negativo- en cada país del mundo, pero será aún mayor el impacto de su presidencia en el orden mundial. Ya antes de sentarse en el Despacho Oval ha amenazado con incorporar a la soberanía de Estados Unidos el canal de Panamá. Incluso si se trata de una fanfarronería, resulta muy indicativa de su forma de entender la relaciones y las leyes internacionales. Sin embargo, hay que contar con que no lo sea, o que lo sea en Panamá, pero no en algún otro escenario internacional. La catadura de una gran parte de quienes ha reunido como equipo de Gobierno hace temer lo peor. Quienes se refugian en el antecedente de que Trump no dio lugar a ninguna guerra durante su anterior mandato quizá deberían de reflexionar sobre el debilitamiento de la OTAN en ese periodo, así como sobre la posibilidad de que la peculiar política de appeasement con Rusia y Corea del Norte no contribuyeran a estimular el hambre expansionista de Putin.
En suma, no se puede anticipar por completo cuáles serán las consecuencias del retorno de Trump. Lo que sí puede garantizarse es que, aunque solo fuese por su conducta y su biografía, no se trata de un personaje ejemplar. Recuerdo que en mis años en Washington, cuando escuchaba en la radio del coche mencionar a Trump mientras llevaba a mis hijos al colegio, tomaba la precaución de bajar el volumen ante el riesgo elevadísimo de que el locutor se refiriera a algún oscuro asunto de contenido sexual del que prefería mantener ignorante a mis pequeños. El líder de la principal potencia mundial, de una potencia, además, tan influyente como Estados Unidos, tiene también la responsabilidad de representar valores básicos compartidos por todo el mundo libre. Trump es un atropello a esos valores.