THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Profecías y esperanzas

«Las máquinas pueden empezar a soñar con sus replicantes, pero confío, ciega y obstinadamente, en la esperanza del acorralado Lee Se-dol contra AlphaGo»

Opinión
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Profecías y esperanzas

El jugador de go Lee Se-dol. | Reuters

Maniac, de Banjamín Labatut, es una estupenda novela que discute los límites morales de la tecnología. La figura principal es la de John von Neumann, el matemático húngaro judío exiliado en Estados Unidos que está detrás de la arquitectura de todos los ordenadores personales, las ecuaciones de la teoría cuántica y cuyas aportaciones a la teoría de juegos, teoría de conjuntos y demás ramas de las matemáticas son esenciales. Neumann llegó a la lógica matemática que está detrás del funcionamiento de la vida antes de que Watson y Crick descubrieran el ADN y su estructura de doble hélice. También dejó establecidos los postulados básicos que rigen los avances de la inteligencia artificial, que se concretaron cincuenta años después de su muerte, por un cáncer de páncreas a los 53 años de edad, en 1956.

Pero este genio absoluto fue también el motor esencial del Proyecto Manhattan, el inventor la detonación de la bomba de plutonio que arrasó Nagasaki, el creador de la bomba de hidrógeno y de la política de destrucción mutua asegurada que rigió la entente de la Guerra Fría. Un heraldo negro que antes de morir abjuró de su ateísmo militante para convertirse al credo católico. Su lecho de muerte se lo disputaban su atribulada viuda, un sacerdote jesuita y los principales responsables del ejército de Estados Unidos, que querían seguir exprimiendo su portentosa mente hasta el último aliento. 

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A Von Neumann, que estudió ingeniería química por exigencia de su padre al tiempo que se doctoró en matemáticas, que podía bromear en griego clásico con seis años y que recordaba todo lo que había leído en su vida con una fidelidad absoluta, lo define Labatut especialmente con una anécdota. Invitado a Gotinga al famoso seminario matemático, cita anual de los cerebros más brillantes de Europa, David Hilbert, director del seminario, planteó el problema con el que trabajarían los asistentes durante la duración del encuentro académico. No tenía la esperanza de que pudiese ser resuelto, pero sí el ambicioso objetivo de lograr aportes, entre todos, que se fueran lentamente aproximando a una futura resolución. Von Neumann escuchó el problema, hizo un aparte menor y dio con la solución ahí mismo, en cuestión de minutos. En sus últimos años, Neumann estaba obsesionado con encontrar la fórmula matemática que definiera el pensamiento humano. Sabía que, alimentados con los patrones lógicos adecuados, el silicio era imbatible como fuerza bruta de cálculo. Lo que le interesaba era saber si un procesador podía ser creativo y pensar de manera autónoma, más allá de las reglas impuestas por el programador. El siguiente paso sería la adquisición de una suerte de conciencia de sí. Y, por lo tanto, con la voluntad de perpetuarse en el tiempo a través de réplicas exactas de sí mismo.

Estas ideas pertenecían a la ciencia ficción hasta que AlphaGo derrotó al coreano Lee Se-dol, maestro 9 dan y campeón del mundo indiscutido de go. Para muchos, fue durante este match a cinco partidas, ganado por la máquina por 4 a 1, que la inteligencia artificial demostró la capacidad de pensar de manera autónoma, más allá de las instrucciones recibidas. La primera de las tres barreras entre la mente humana y la mente artificial acababa de ser pulverizada. Todo esto está en Labatut, pero también en el irregular y discutible Nexus, de Yuval Noah Harari. 

«Este 2025 se abre paso entre temores fundados. La locura tecnológica que inició Neumann puede llevarnos al abismo. Rusia con su guerra abierta contra Ucrania e Irán pueden abrir las compuertas del Apocalipsis»

El go es un juego ancestral chino de gran popularidad en todo el lejano oriente. Es mucho más complejo que el ajedrez y está considerado, más que un juego de mesa, un arte y una ciencia que aúna el cálculo bruto y la intuición. La lógica y la imaginación. Durante la segunda partida del desafío entre la máquina y el hombre, con una expectativa en Oriente mayor que la que causó la derrota en el ajedrez de Kasparov contra Deep Blue en Occidente, AlphaGo realizó una jugada, la famosa jugada 37, que escapaba a todas certezas conocidas del juego. Una jugada que parecía un error infantil, que ningún jugador profesional haría, pero que conforme avanzó el juego demostró su profunda lógica, conduciendo inexorable a la victoria de la máquina. Al preguntarle su creador, Denis Hassabis, sobre cómo había programado su ordenador para ser capaz de crear esa jugada, dijo que le había quitado la base de datos inicial, con millones de partidas de seres humanos, y la había hecho jugar contra sí misma infinidad de veces. Esa jugada fue el anuncio de un pensamiento no humano. Una pragmática no lingüística. Una señal de un cambio de paradigma.

Menos se ha comentado la partida cuatro del mismo match, la única que ganó Lee Se-dol. En ella, en la jugada 78, Se-dol realizó una jugada análoga a la jugada 37 de AlphaGo de la segunda partida. Una jugada innovadora y estratégica. Pura creatividad humana, que sumió a AlphaGo en un extraño letargo metálico de oxidados lamentos. Sólo pudo responder con una jugada absurda y malísima. Luego su programador dijo que la máquina quedó en una suerte de bucle, y que la única escapatoria que tuvo fue, siguiendo mecánicamente su programa de emergencia, hacer una jugada al azar que, duramente replicada por Se-dol, con un brillante juego, le llevó a su única victoria, canto agónico del hombre ante el inicio de una nueva era.

Este 2025 se abre paso entre temores fundados. La locura tecnológica que inició Neumann puede llevarnos al abismo. Rusia con su guerra abierta contra Ucrania e Irán con su guerra encubierta contra Israel pueden abrir las compuertas del Apocalipsis. También las máquinas pueden empezar a soñar con sus replicantes. Pero confío, ciega y obstinadamente, que siempre nos quedará la esperanza del acorralado Lee Se-dol, al que un rapto de lucidez e imaginación, también de valentía, lo hicieron colocar su piedra blanca de tal forma en el goban que la lógica arquitectura de las piedras negras de AlphaGo se derrumbó como un castillo de naipes, puro irracional silicato.

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