THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

El último hombre en la Tierra

«La idea de progreso ha sido secuestrada para llevar a cabo un proyecto de ingeniería social como jamás en la Historia: el transhumanismo»

Opinión
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El último hombre en la Tierra

Fotograma de 'El último hombre sobre la tierra' (1964), de Ubaldo Ragona y Sidney Salkow.

Antes, el último hombre en la Tierra hacía referencia a la versión cinematográfica de la novela de Richard Matheson. Ya saben, el tipo que se queda solo en un mundo apocalíptico. Ahora, esa expresión puede servir para describir el sueño del ecofeminismo transhumanista proporcionado por la religión progresista. Parece un chiste, pero no lo es. Tampoco es una conspiranoia. Es una proyección del futuro posible, presente en la ensayística filosófica de las tres últimas décadas.  

En este sentido, el libro de Miklós Lukács de Perény titulado Neo entes. Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI (Homo Legens, 2024) es esclarecedor. Impresiona su capacidad para encadenar ideas, hechos y nombres que concluyen en una tragedia: una Humanidad sin humanos, y preferiblemente sin varones. La sucesión es la siguiente.

Lukács cuenta que la agenda ecologista se asienta sobre el principio de que el ser humano es el culpable del cambio climático, y que las personas sobran de este planeta. Somos una plaga, dicen, que extermina la vida natural. Hay demasiada gente que consume demasiados recursos que agotan a la Naturaleza. 

El feminismo, escribe Lukács, añade a esta aseveración que la contaminación y la explotación son masculinas porque el hombre, como sexo hegemónico, ha dominado la Tierra durante siglos. Su solución pasa por controlar la natalidad y favorecer la eutanasia, al tiempo que se reeduca al varón. Con la mujer como sexo hegemónico sería otra cosa, dicen las feministas, porque sus tendencias naturales son el cuidado y la paz en conexión con el medio natural. 

El transhumanismo de la biotecnología remata la oferta ecologista y feminista para cerrar la agenda progresista. Lukács alerta de la evolución desviada de la edición genética, idéntica a la eugenesia de los episodios más oscuros del siglo XX para crear un Hombre Nuevo. Ya lo señaló el llorado maestro Dalmacio Negro: el transhumanismo es una bioideología que pretende liberar al ser humano de sus límites naturales a través de la ciencia, romper con el Homo Sapiens y jugar a ser Dios. Los transhumanistas alegan que se trata de crear «personas positivas»; esto es, físicamente superiores y con valores buenos, como las mujeres, todo ello sin necesidad de intervención del varón. 

«La referencia al progreso es la coartada que se usa para el autoritarismo ecologista y las exageraciones feministas»

Esta agenda supuestamente progresista no es una elucubración paranoica. Ya ocurre. Nació en las páginas de los libros, y hoy se lleva a la práctica. Particularmente creo en el vínculo entre las ideas y la acción política, en que las primeras marcan el camino a las segundas, sobre las que se asienta la nueva generación de ideas. Solo cuando está forjada la mentalidad general es posible llevar a cabo cualquier tipo de política que en otro momento parecería extraña. George Lakoff señaló bien la pauta: primero controlar el lenguaje, luego forjar el marco mental para explicar el mundo, y luego realizar la política para transformarlo. 

En este sentido, Lukács asegura que el ser humano vive bajo la presión de dos principios extremos. Por un lado, el materialista, que habla del imperio de los datos, y por otro, el posmodernista relativista, que dice que todo es subjetivo y opinable porque la ciencia o la razón son marcos de dominación que merecen desaparecer para que las personas sean libres. Más claro: el autor afirma que las personas viven entre la idea de que solo el dato es verdadero y la creencia de que los sentimientos son más fuertes que la evidencia científica. Un ejemplo es la autopercepción sexual. En esa tensión, concluye Lukács, se difumina la diferencia entre la realidad y la ficción. 

El causante de esta distorsión es la religión del progreso, o mejor dicho, su manipulación. En el pasado el progresismo era el apoyo a la ciencia, a la tecnología e incluso a la moral. Hoy, escribe Lukács, la idea de progreso se ha secuestrado para llevar a cabo un proyecto de ingeniería social como jamás en la Historia: el cambio antropológico, el transhumanismo, que deja la responsabilidad de la reproducción humana a la tecnología. La referencia al progreso es la coartada que se usa para el autoritarismo ecologista, las exageraciones feministas -por ejemplo, considerar que todo hombre es un violador natural en potencia-, y la eugenesia del transhumanismo, de ese darwinismo artificial. 

El varón es prescindible en ese proyecto, tanto como el ser humano en general. Por ejemplo, una IA podría decidir la creación de una persona a través de edición genética para un propósito determinado con una fecha de caducidad; esto es, programar la muerte biológica mediante un fallo multiorgánico tras cumplir el propósito de su creación. ¿Esto es posible? Sí, cuenta Lukács. De hecho, los espermatozoides se pueden obtener de células madres de mujeres, y ya existen los úteros artificiales. Ese proceso puede ser decidido por una IA ante una carencia, como cuando un frigorífico inteligente te dice que se acabó la leche. 

«Determinados movimientos feministas abogan por marginar al hombre del sexo, el matrimonio y la procreación»

No solo se jubila al hombre de la reproducción natural, sino también el embarazo completo a partir de las relaciones sexuales. Esto iría en consonancia con determinados movimientos feministas, como el 4B o de los cuatro noes, que aboga por marginar al hombre del sexo, el matrimonio y la procreación. En compensación, vía genética, cualquiera, sea hombre, mujer, trans o no binario, puede obtener un hijo seleccionado en un catálogo. 

El asunto es complejo, más allá de que desmonte el concepto de familia tradicional. Lo señaló Michael Sandel al decir que la edición genética de la reproducción cosifica al niño y condiciona el amor de sus padres a la «calidad del producto» saliente. Además, las personas creadas genéticamente, los «neo entes», serían distintas a las biológicas, por lo que, como señalaron Fukuyama y Habermas, acabaría con la doctrina de los derechos humanos. ¿Qué es un ser humano? Habría que plantearlo de nuevo. 

Yuval Noah Harari lo hace en Homo Deus (2016). El hombre puede y debe ser como Dios, dice este filósofo, y crear inteligencia y vida artificiales a través de la biotecnología y la robótica. Este «progreso» puede así jubilar al Homo Sapiens varón, generador de problemas como las guerras y la contaminación, tan ligadas al capitalismo y a lo masculino, y avanzar hacia el Homo Deus, que sería femenino, por supuesto. De esta manera, la raza humana continuaría viva eliminando su parte más molesta, el varón, como si fuera un apéndice o un forúnculo. Si la eugenesia consiste en hacer un ser humano más perfecto borrando lo imperfecto, y lo imperfecto es masculino, no queda más remedio que quitar al varón de en medio. Y todo era aras del progreso.

El resultado, apunta Lukács, es aterrador. La biotecnología solo estará al alcance de los ricos y de los gobiernos «progresistas». Las mejoras genéticas y la selección de laboratorio son ya una realidad. Solo queda saber cuándo se convertirá en rutina. ¿Qué le quedará al resto de seres humanos? Pues esperar como puedan la extinción; es decir, hacer realidad aquello del último hombre en la Tierra. 

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