THE OBJECTIVE
Marta Martín Llaguno

Renate, la flor y el destino

«Subestimamos la rapidez con la que se puede desmoronar todo aquello que creemos seguro: la vida… pero también la democracia»

Opinión
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Renate, la flor y el destino

Foto propagandística de Adolf Hitler con una niña.

Austria, 14 de marzo de 1938. Renate se levantó con la ilusión de celebrar el cumpleaños de su madre. Con 15 años, miraba feliz el mundo desde su apartamento de Leopoldstadt. Caminó hacia la floristería del barrio, con el encargo preciso de su padre: comprar una hortensia, la flor favorita de su «mutti», como llamaba a su progenitora. El aire era frío, pero en el ambiente flotaba una cálida euforia.

Anna, la florista, saludó a la niña tras el mostrador. La conocía de toda la vida. Eligió la mejor flor y se la entregó con una información. Le habían encargado las rosas que darían a Hitler en Heldenplatz, y en el Hofburg de Viena buscaban chicas fotogénicas para recibir al Führer al día siguiente. «Podrías ir tú», le dijo Anna.

Renate volvió a casa con una hortensia en una mano y la noticia en la cabeza. Al escucharla, su padre no ocultó su entusiasmo. «Tienes que ir», le dijo.

En una democracia decrépita y corrupta, y sumidos los austriacos en una gran depresión, Hitler, a quien le obsesionaba cómo pasaría a la historia (que lo ha ubicado como un demonio de la propaganda), se presentaba como el progreso. El Anschluss, la anexión, ya no era una posibilidad, sino una esperanza, y con él Austria abría, supuestamente, la puerta a la prosperidad y la evolución. Al menos, así lo vendían los medios.

Vestida con su abrigo nuevo, ofreciendo las flores hacia Adolf Hitler, bajo la mirada de miles de personas, la imagen de Renate se difundió por toda Europa y se convirtió en un símbolo del fervor austriaco hacia el dictador. La fotografía fue tomada en el instante perfecto: ese en el que la niña entregaba las rosas al hombre que, en cuestión de meses, arrasaría su vida.

«Las vidas ‘improductivas’ suponían una carga. En la familia de Renate, entusiasta inicial del nazismo, se supo meses después»

En mayo de ese año, el padre de Renate sufrió un ictus cerebral que le dejó hemipléjico. En aquella «nueva normalidad», no solo se señalaba al enemigo (gitanos, homosexuales, judíos… y discrepantes), también las vidas «improductivas» suponían una carga. En la familia de Renate, entusiasta inicial del nazismo, se supo meses después.

Una noche de frío otoño, un par de hombres con uniforme se presentaron en casa. Tenían órdenes de llevar a «vatti» (como llamaban a papá) a un hospital para «tratamiento especializado». No volvió. Semanas después, los admirados nazis de papá, entregaron a «mutti» un certificado de defunción por «encharcamiento pulmonar», la dolencia habitual entre los enfermos a los que aplicaban los programas de eugenesia.

El hermano de Renate, que se había alistado entusiasmado en las tropas ese verano, recibió la noticia en el frente oriental. Al enterarse, sospechando la verdadera causa de la muerte de su padre, decidió desertar. Nunca volvió a Viena. Austria ya no era su hogar.

Renate y su madre sufrieron una terrible guerra y vivieron con horror el holocausto. La historia que les he contado es real. Me la relató Lucas, el guía que nos ha enseñado estos días Viena. Renate era su abuela, y Lucas sigue viviendo en el piso de Leopoldstadt desde el que aquel día la niña partió.

«Una mañana de marzo la vida de una familia giraba alrededor de una hortensia y, en cuestión de meses, se desmoronó»

Una mañana de marzo la vida de una familia giraba alrededor de una hortensia y, en cuestión de meses, se desmoronó. Deprisa, sin darse apenas darse cuenta y sin poder reaccionar. Como lo hizo toda una democracia, todo un país y todo el orden mundial.

Hoy, 31 de diciembre, tocaba hacer balance. Podría haber escrito de muchos temas, pero esta lección me resuena y me preocupa.

Así es como cambian las cosas graves: sin avisar, y sin dar tiempo a comprender cómo llegamos de un punto al otro.

«Un acto sencillo puede convertirse en parte del engranaje de una tragedia»

Quiero cerrar el año poniendo de manifiesto dos cuestiones que he visto reflejadas en estos últimos meses.

La primera, un acto sencillo puede convertirse en parte del engranaje de una tragedia. Hoy no puedo dejar de acordarme de lo que ha ocurrido con la dana en mi tierra y de todos aquellos conciudadanos que una tarde del 24 de octubre salieron a mover un coche, a recoger a un hijo o pasear a un perro… y nunca volvieron. Un abrazo sincero a quienes se han sentido y se están sintiendo, con razón, abandonados.

La segunda, subestimamos la rapidez con la que se puede desmoronar todo aquello que creemos seguro: la vida… pero también la democracia. Ambas se quiebran de forma casi imperceptible.

Tomemos nota.

Feliz, democrático y libre 2025.

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