Annus horribilis
«Sánchez se ha pasado el año construyendo, ladrillo a ladrillo, el muro que anunció en el debate de su investidura, con el que dividir a los españoles»
Hemos despedido ayer al 2024, año que no ha podido ser en España más horrible para la democracia liberal en el que Sánchez ha dado más que muestras de sus intenciones para liquidarla. Valga como ejemplo su manifestación pública y explícita de estar dispuesto a gobernar sin el concurso del Parlamento. ¿Cabe mayor sin dios de quien preside el Gobierno de una democracia parlamentaria?
Lamentablemente, y siendo extremadamente grave semejante afirmación, los gestos, los hechos y las decisiones de Sánchez van todavía más lejos. Los ataques al Poder Judicial que, encabezados por él mismo, perpetran casi a diario los suyos constituyen otra muesca en la culata del revólver con el que está dispuesto a asesinar a la democracia. Miembros de su Gobierno, dirigentes de su partido, sus periodistas de cámara, los abogados penalistas que defienden a sus familiares, todos participan del coro orquestado por el propio Sánchez que, no lo olvidemos, llegó a protagonizar una huelga de cinco días en protesta por una decisión judicial que afectaba a su mujer, de la que nos informó por escrito que estaba «profundamente enamorado» (gracias, Presidente, por compartir tus sentimientos).
Es evidente que a Sánchez le molestan sobremanera los dos Poderes que no detenta, el Legislativo y el Judicial. De ahí que ningunee al primero y dirija un acoso orquestado contra el segundo. Con todo, sus afrentas a la democracia van todavía más lejos. La libertad de expresión y la libertad de prensa están también en el punto de mira de la pistola de Sánchez porque no soporta ninguna voz que no baile al son que él toca, de manera que se ha inventado el discurso bulero para primero descalificar a cualquiera que se atreva a criticarle y después amordazarle con medidas autocráticas, muy maduras, a su gusto vaya. Todo esto simultáneamente a seguir regando profusamente con recursos públicos el jardín de los medios de comunicación que, como auténticos hooligans futbolísticos, le jalean a diario.
Ya puestos a acabar con todos los pilares de cualquier democracia, Sánchez se ha pasado el año construyendo, ladrillo a ladrillo, el muro que anunció en el debate de su investidura, muro con el que dividir y separar a los españoles que ese es su propósito, pues solo así puede seguir gobernando. De un lado, los que le acompañan en su proyecto autocrático, que aplauden la modificación del Código Penal a cambio de los votos en el Congreso de los beneficiados por la modificación, que están dispuestos a que se amnistíe a los autores de un golpe de Estado para contar con su apoyo parlamentario, que aceptan que se beneficie financieramente a una comunidad autónoma frente a catorce, que miran por la ventana mientras la corrupción se generaliza en el Gobierno, en el partido y en la familia de Sánchez… En el otro, los que, horrorizados por todo lo anterior, deseamos que España no se despeñe por la senda del autoritarismo populista.
«La sostenibilidad de nuestra economía no es precisamente una prioridad de Sánchez y de su Gobierno, preocupados exclusivamente por sobrevivir día a día»
Pretender que en este escenario de guerra diseñado, construido y alimentado por Sánchez y con la enorme debilidad parlamentaria con la que sobrevive su Gobierno, en España se gestionen adecuadamente las cosas del comer es ciencia ficción. Y así nos encontramos con que el modelo que caracteriza la evolución de nuestra economía es el de un crecimiento económico basado en buena parte en aumentar el gasto público que es financiado con un creciente endeudamiento. En efecto, ciñéndonos a 2023 por desconocerse aún los datos de 2014, puede comprobarse que nuestro PIB creció en 125.000 millones de euros, de los que 45.000 -casi un 40%- corresponde a aumento del gasto público que resultó íntegramente financiado con el recurso a un mayor endeudamiento dado que el crecimiento de la deuda pública ascendió a 71.000 millones de euros.
No es preciso ser un premio nobel de economía para concluir que un modelo como el expuesto no es sostenible en el tiempo, pero la sostenibilidad de nuestra economía no es precisamente una prioridad de Sánchez y de su Gobierno, preocupados como están, exclusivamente, por sobrevivir día a día.
Si nos vamos a la página de la fiscalidad, el panorama es aún si cabe más desalentador, pues las constantes subidas de los tributos ya existentes, la creación de múltiples figuras nuevas y, sobre todo, la criminal e ilegítima utilización de la inflación como impuesto están convirtiendo a España, si es que no está ya convertida, en un auténtico infierno fiscal en el que la exigencia a los que pagan impuestos es una de las más altas de entre los países de nuestro entorno. Basta con recordar que la recaudación de la Agencia Tributaria en 2024 va a ser próxima a los 300.000 millones de euros, cuando la obtenida en 2018 fue de 208.000 millones de euros. Cómo vemos, los españoles hemos sufrido que el importe de los ingresos detraídos por el Fisco aumente cerca de un 50%. La inversión y el emprendimiento están acusando significativamente este expolio, lo que no anticipa nada bueno para el futuro de la economía española.
Además, esta mayor exigencia del Fisco no ha servido para reducir el déficit público, dado que el de 2024 es del orden de 60.000 millones de euros, duplicando así el habido en 2018 -solo 30.943-. Tampoco para disminuir el importe de la deuda pública, que ha pasado de ser 1.209.000 millones de euros en 2018, a superar al fin de 2024 será la cifra 1.640.000. No, ni para una ni para otra cosa ha servido el aumento exponencial de lo que pagamos por impuestos. Pero sí ha servido, en cambio, para que Sánchez haya convertido a España en el gran zoco de las subvenciones, ayudas, subsidios, regalías y demás prebendas que se reparten por doquier con escasa o nula fundamentación en muchos casos y con escaso control en casi todos. De manera que, siguiendo la profecía de Milton Freedman, en España se exigen cada vez más impuestos a los que trabajan para regalar cada vez más dinero a los que no lo hacen. Y, encima, con todo eso, no siquiera ha logrado Sánchez reducir el porcentaje de la población en riesgo pobreza existente en nuestro país, pues los últimos datos indican que está creciendo, del 26% en 2023 al 26,5% en 2024.
«La estadística oficial del Gobierno de Sánchez es una ciencia exacta, pues le proporciona exactamente los datos que desea recibir»
Y junto a lo expuesto sobrevuela el injusto y anticonstitucional acuerdo suscrito entre Sánchez y los independentistas de ERC, coautores de un golpe de Estado contra la unidad de España, para conceder a la Generalitat un régimen fiscal de concierto, cuestión que privilegiará a Cataluña y menoscabará la dotación de recursos para la provisión de los servicios públicos básicos en las regiones menos favorecidas. Todo sea para hacer a Salvador Illa presidente del Gobierno regional catalán ¡Ave Sánchez!
Hemos visto también como en 2024 subsiste el asalto de Sánchez a las estadísticas oficiales, no vaya a ser que éstas le vayan a decir lo que él no quiere escuchar. Y así, junto al gran fraude oficial presente en los datos de empleo, coexisten otros menos descarados, pero también eficaces en el objetivo de falsear la realidad. Es el caso del cambio en el cálculo del IPC que permite determinar la inflación, cambio que exigió la salida del anterior presidente del INE -por negarse a realizarlo- y su sustitución por una presidenta más doméstica que se aviniera a cumplir las órdenes recibidas del Gobierno. Presidenta que se ha avenido también a las sucesivas modificaciones del incremento del PIB de cada año que, amén de su insuficiente justificación técnica, resultan inéditas por su frecuencia y dimensión entre los países que nos son comparables. Con todo ello, puede afirmarse que la estadística oficial del Gobierno de Sánchez es una ciencia exacta, pues le proporciona exactamente los datos que desea recibir.
Es obligado referirse también a la proyectada reforma de los sistemas de acceso a la Función Pública, especialmente en lo que se refiera a los cuerpos superiores, que ha empezado su andadura en el año que acaba de finalizar. Lo proyectado por Sánchez consiste en sustituir el actual modelo de selección basado en los principios de mérito y capacidad por otro mucho menos exigente y con elevadas dosis de subjetividad. Pretende de ese modo disponer en la Administración de una guardia pretoriana sumisa y obediente dispuesta a cumplir las órdenes políticas que reciba, fueran éstas las que fuesen y respeten o no el Ordenamiento jurídico.
Y finalmente, también nos ha dejado ver 2024 el anhelado deseo de Sánchez de hurtar a los para él incómodos jueces la función de instruir las causas judiciales para entregársela a los fiscales que, como se sabe, están sometidos al principio de jerarquía. En definitiva, Sánchez aspira a que la instrucción de toda causa judicial sea llevada a cabo por los fiscales dirigidos en última instancia por «su Fiscal General».
Horrible 2024, sí, pero bien se sabe que todo desastre es susceptible de ser superado. Y, aunque no quiero ser cenizo, creo firmemente que dentro de 365 días estaremos aún peor que hoy salvo, claro está, ¡Dios me oiga!, que, por una u otra causa, Sánchez se vea obligado a abandonar La Moncloa. No será como en Paiporta, pues en esta localidad fue el pánico lo que hizo huir. Pero quiera Dios que sea.