THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

«Soy hombre antes que francés»

«La idea de identidad sólo es real cuando se reduce al individuo: la idea que una persona tiene de ser ella misma y que la diferencia de las demás»

Opinión
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«Soy hombre antes que francés»

La bandera de España en una visual de los tejados de Madrid desde la Torre Colón. | Eduardo Parra (Europa Press)

Hace muchos años, estando en un país extranjero, dije que era español y un amigo me reprochó la respuesta ya que según él debía contestar que era catalán porque había nacido y vivía entonces en Barcelona. No me extrañaron sus palabras porque conocía sus ideas nacionalistas. Pero me pregunté a mí mismo: ¿soy español o soy catalán? Me di cuenta enseguida que la disyuntiva era una estupidez: yo era yo, una persona libre, nadie podía decidir cuál era mi identidad. Y acerté en la respuesta a mi amigo porque mi pasaporte indicaba que tenía la nacionalidad española, es decir, era ciudadano español, una posición jurídica que no determinaba mi identidad. Así pues, frente a su objeción, podía alegar este argumento. Pero también pensé que mi respuesta no era suficientemente convincente aunque me sirviera en aquel momento para evitar discusiones innecesarias.

Sinceramente, en aquellos tiempos no creía que la cuestión de la identidad llegara a suscitar tantos conflictos, pensaba que era una simple cuestión entre algunos catalanes empeñados en que no se les tildara de españoles por fanatismo identitario. No pensaba que las identidades, de muy variado tipo, alcanzarían el relieve que hoy tienen en todo el mundo no sólo desde el punto de vista nacional sino desde muchas otras perspectiva: culturas, razas, religiones, sexos, géneros, memorias históricas…

En aquellos tiempos, años 70, la división era primordialmente entre ricos y pobres, burgueses y proletarios, derechas e izquierdas, conservadores y progresistas. La identidad estaba en el meollo de ciertas mentalidades en Cataluña y otras zonas de España, así como también en áreas geográficas más alejadas, especialmente en Oriente Medio y adyacentes por causas religiosas. Sin embargo, pensaba, la tendencia general no era el enfrentamiento entre identidades sino que se evolucionaba hacia la laicidad: así por supuesto en Europa pero también en los países árabes (Nasser, Bourguiba, Gadafi, Assad, Sadam Hussein, el partido Baas en general). Pensemos también en la igualdad entre blancos y negros en EE UU con las reformas de fines de los cincuenta y primeros sesenta: en escuelas y hospitales convivían ambas razas, los grandes músicos de jazz negros ya podían alojarse en los hoteles y cenar en restaurants antes reservados sólo a los blancos.

Pero las ideas del postmodernismo francés fueron introduciéndose en cierta izquierda europea. Sus fuentes no estaban en Marx sino en Nietzche, el psicoanálisis y la escuela de Francfort. Esa ola de irracionalismo sentimental y antiilustrado, triunfadora en el mayo francés de 1968, lo cambió todo y tras el hundimiento final del comunismo soviético y el progresivo declive del italiano, fue cada vez más influyente en algunas de las más importantes universidades de Estados Unidos: Foucault, Lacan y Derrida formaron discípulos que pronto serían influyentes en todo el mundo. El racionalismo nacido de la Ilustración entró en una cierta decadencia y irracionalismo rebrotó con esta ola postmoderna.

La izquierda política, obsesionada en oponerse a la globalización y el neoliberalismo, se agarró a estas nuevas corrientes postmodernas y de ahí nacieron las políticas identitarias: nacionalismo, feminismo, indigenismo y diversidad cultural, hasta llegar recientemente al wokismo, el movimiento Me too y las políticas de cancelación. El sujeto transformador de la sociedad propugnado por la izquierda dejó de ser la clase social y pasó a ser la identidad colectiva. Lo poco que le quedaba de marxismo a la socialdemocracia ha sido borrado. Es el llamado populismo de izquierdas: de la idea de clase social hemos pasado a la de identidad. Véase en España a Podemos y Sumar, una mezcla de peronismo latinoamericano, trasnochado leninismo y nacionalismo identitario. Es el llamado populismo de izquierdas: demagogia más identidad colectiva.

«La identidad no la da el lugar en que has nacido, ni la religión, ni la pigmentación de la piel sino muchos otros factores»

Las identidades colectivas son el sustento de simples ideologías, la idea de identidad sólo es real cuando se reduce al individuo: la idea que una persona tiene de ser ella misma y que la diferencia de las demás. Para ello no se debe recurrir a naciones y razas, religiones y culturas. Como decía Amartya Sen, Nobel de Economía en 1998, seguramente tienen más en común un clarinetistas de jazz de Praga y de raza blanca y otro clarinetista de jazz negro que habita en Chicago, que cada uno de ellos con sus vecinos de rellano que no son ni clarinetistas ni les gusta la música y menos el jazz. La identidad, pues, no la da el lugar en que has nacido, ni la religión, ni la pigmentación de la piel sino muchos otros factores y cada persona, cada ser humano, la va conformando a su manera a lo largo de la vida.

Tenía razón, sobre todo razón moral, Montesquieu, uno de los grandes ilustrados, cuando aconsejaba: «Si yo supiera de algo beneficioso para mi nación que fuera ruinoso para otra, no se lo propondría a mi Príncipe, porque soy hombre antes que francés o, mejor dicho, porque soy necesariamente hombre y francés sólo por azar. Si supiera de algo beneficioso para mí y perjudicial para mi familia lo apartaría de mi mente. Si supiera de algo beneficioso para mi familia y perjudicial para mi patria, trataría de olvidarlo. Si supiera de algo beneficioso para mi patria y perjudicial para Europa o beneficioso para Europa y perjudicial para el género humano, lo vería como un crimen».

Me considero español antes que catalán y europeo antes que español pero sobre todo me considero hombre, es decir, sé que pertenezco al género humano.

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