THE OBJECTIVE
Alejo Schapire

Diez años después, ¿quién sigue siendo Charlie?

«La visión del mundo hoy conocida como ‘wokismo’ encontraba en el semanario de izquierdas un obstáculo intelectual inconveniente»

Opinión
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Diez años después, ¿quién sigue siendo Charlie?

Charlie Hebdo.

El 7 de enero de 2015, la Francia gobernada por François Hollande salía del paréntesis de la modorra calefaccionada de las fiestas de fin de año. La actualidad del debate intelectual estaba dominada por la salida ese día de Sumisión, la última novela de Michel Houellebecq. Su nueva ficción imaginaba una Francia bajo un gobierno islamista llegado al poder con la complicidad de la izquierda en su afán por evitar la victoria en las urnas de Marine Le Pen. Desde Plataforma, publicada una semana antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el autor vivía bajo amenazas de muerte y la prensa progre, ya que había podido leer anticipadamente Sumisión, volvía a acusarlo de incurrir en una nueva provocación «islamófoba» paranoica

La promoción del libro -hoy para muchos una novela de anticipación- se limitó a una entrevista en el noticiero la noche anterior del 6 de enero. Unas horas después, Houellebecq cancelaba precipitadamente la campaña de publicidad y anunciaba que abandonaba París bajo protección policial. La razón: Said y Chérif Kouachi, dos hermanos franceses hijos de padres argelinos, acababan de irrumpir con fusiles de asalto AK-47 en un edificio del noreste de París (cerca de donde habían nacido): la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo. En un minuto y 49 segundos, al grito de «Alá es [el] más grande», habían asesinado de 50 balazos a 12 personas, incluyendo al director Stéphane Charbonnier (‘Charb’) y a varios dibujantes conocidos por el común de los franceses: Cabu, Wolinski, Tignous y Honoré. También mataron a un policía que custodiaba al director, Ahmed Merabet, que, como sus verdugos, era francés de origen argelino y musulmán. Entre las víctimas mortales figuraba el economista y periodista Bernard Maris. Era amigo de Houellebecq quien, además, era portada del número de Charlie Hebdo que ese día llegaba a sus lectores.

Durante la masacre, los hermanos Kouachi reivindicaron el atentado en nombre de Al-Qaida en Yemen (otro nombre para Al Qaida en la Península Arábiga). Los terroristas eligieron atacar esa revista porque ocho años antes se había atrevido a publicar las caricaturas de Mahoma, aparecidas originalmente en el periódico danés Jyllands-Posten. Es importante recordar su origen. 

De un libro para niños a «Sharía Hebdo»

En 2005, el escritor danés Kåre Bluitgen se vio confrontado a dificultades para hallar ilustradores para su libro infantil sobre Mahoma: los artistas temían las posibles represalias de extremistas musulmanes. Fue entonces cuando, para sondear la libertad de expresión y la autocensura en país escandinavo, el diario lanzó una convocatoria para representar al Profeta. En respuesta, 12 artistas enviaron sus trabajos, publicados bajo el título Los rostros de Mahoma. Aunque varios dibujos pasaron desapercibidos, algunos, como el que mostraba a un hombre con una bomba en el turbante, desataron la furia de musulmanes. La comunidad islámica danesa denunció una «grave ofensa a sus creencias y a la figura de Mahoma», mientras se extendían por distintos países violentas protestas que dejaron diez muertos, así como la quema de embajadas. Le siguieron intentos de asesinato de los dibujantes. 

En solidaridad con la libertad de expresión, varias publicaciones europeas reprodujeron los dibujos, y casi cinco meses después Charlie Hebdo publicó las caricaturas junto con otras nuevas. La Gran Mezquita de París y la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia interpusieron una demanda, acusando a la revista de haber cometido un delito de «injurias públicas contra un grupo de personas en razón de su religión». La Justicia francesa absolvió a la revista. Pero no los fundamentalistas, que desde entonces se la tuvieron jurada. En 2011, tras la publicación de un especial Sharía Hebdo a raíz de la victoria de un partido islamista en Túnez, los locales de la revista fueron incendiados con un cóctel molotov. Y la incipiente izquierda identitaria, en particular la decolonial, ‘antirracista’ e indigenista, empezaba a movilizarse con ideólogos militantes como Houria Bouteldja, Rokhaya Diallo o el Colectivo Contra el Racismo y la Islamofobia, poniendo en duda que el autor del atentado fuese islámico, denunciando que se trataba de generar un lucrativo «ruido mediático antimusulmán» de blancos que daban lecciones de tolerancia a los musulmanes. Era una corriente de pensamiento que venía del mundo anglosajón -los periódicos ingleses y estadounidenses se habían mostrado reacios a publicar las caricaturas- que pronto vería su auge en su alianza entre el islam radical y la izquierda liderada por Jean-Luc Mélenchon, que traicionaba su histórico apego laicismo para volcarse de lleno en el clientelismo identitario islámico.

Esta visión del mundo, hoy conocida como wokismo, encontraba en Charlie Hebdo un obstáculo intelectual inconveniente. El semanario siempre tuvo un perfil anarquista y anticlerical, marcadamente de izquierdas. Los juicios que enfrentó históricamente la publicación venían esencialmente de la Iglesia y del Frente Nacional, diana predilecta de una revista punki que hacía bromas, muchas de veces de mal gusto, contra cualquier forma de autoridad. En Francia, que hizo de la separación de la Iglesia y del Estado una ley fundamental en 1905, país donde no existe el delito de blasfemia, la publicación hacía gamberradas para épater les bourgeois. Pero los tiempos habían cambiado, reírse de curas y de monjas en una Francia donde la mayoría de la población ya dice no creer en Dios y en donde las iglesias se han vaciado, había perdido gracia, era castigar a un caballo muerto. Sin embargo, de manera ecuménica, Charlie Hebdo, cada vez con menos lectores, se burlaba aún ecuménicamente de cristianos, judíos y musulmanes. La diferencia es que los dos primeros ya ni se molestaban en prestarle atención al asunto, mientras los años 2000 veían el ascenso del integrismo islámico en Europa.

La izquierda comecuras se vela

La demografía, y con ella la izquierda, centrada ahora en las identity politics, estaban cambiando. Desde la fetua de Jomeini a Salman Rushdie, la izquierda comecuras y que luchaba con la mojigatería reprimida era cada vez más la abanderada de la censura y la pacatería: atrás quedaba la rebeldía transgresora; ahora estaba hipersensible, alerta que nadie ofendiera a su nuevo electorado. Lejos quedaba, por ejemplo, la defensa por ejemplo Viridiana, de Luis Buñuel o La Ultima Tentación de Cristo, de Martin Scorsese. El chantaje a la ‘islamofobia’ («esa  palabra creada por fascistas y utilizada por cobardes para manipular a imbéciles») se mostró muy eficaz, aunque las víctimas mortales del fenómeno son quienes son acusadas de ella. Al edicto religioso contra Rushdie, finalmente alcanzado por una puñalada en el ojo, le siguió el asesinato de su traductor japonés, la decapitación del cineasta Theo Van Gogh en Ámsterdam, los intentos de asesinatos de los dibujantes daneses y noruegos que dibujaron a Mahoma. 

La salvajada de la matanza de la redacción de Charlie Hebdo fue un test para saber dónde se paraba la sociedad a la hora de defender la libertad de expresión, cuya historia está íntimamente ligada a la emancipación del poder religioso. La respuesta fue cuatro millones de franceses saliendo en solidaridad a la calle, un récord, para decir “Je suis Charlie” (Soy Charlie), entre ellos, el presidente Hollande, pero también los mandatarios o jefes de Estado como Angela Merkel, David Cameron, Mariano Rajoy, Benjamin Netanyahu o Mahmud Abás. En este consenso, pocas voces disonantes, empezando por el papa Francisco, que dijo que la libertad de expresión «tiene límites» y que «no se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás»,  añadiendo que si alguien insulta a su madre “puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!». Diez años después, hay que constatar que cada vez menos son Charlie. 

Francia fue nuevamente puesta a prueba en 2020. Un pakistaní atacó gravemente a dos personas ante los antiguos locales del semanario para castigar “la blasfemia”, y tres semanas después con la decapitación del profesor de geografía Samuel Paty. Un refugiado checheno de 18 años había decidido acabar en nombre de la misma fe y por los mismos motivos con el maestro de 47 que había osado mostrar a sus alumnos una caricatura de Mahoma en el contexto de una charla sobre libertad de expresión. El minuto de silencio en su honor el primer año fue boicoteado en 400 incidentes registrados en las escuelas. Después de la pandemia, en 2023, 605 altercados, dando lugar a 85 exclusiones definitivas de alumnos que se manifestaban contra el homenaje. Cifras de incidentes similares han dado lugar desde 2015 para recordar la matanza de Charlie Hebdo. 

En Francia, el 56% de los profesores de Instituto decían en 2022 haberse ya autocensurado en temas religiosos para evitar incidentes, frente al 36% de 2018, según un sondeo del Senado francés. El asesinato del profesor de Literatura, Dominique Bernard, tres años después del de Paty por un alumno islamista al que le reprochaba su «apego a la democracia» y los «derechos humanos», que calificó como «derechos infieles», son disuasorios para profesores que a la hora de evocar la libertad de expresión, el Holocausto o la teoría de la evolución. Saben que se exponen al peligro de que alguien se sienta “ofendido”. Cuestionado por el wokismo, amenazado por el islamismo, el “espíritu de Charlie” se desvanece.

Allí donde todo empezó, Dinamarca, el 7 de diciembre de 2023 países islámicos exigieron al Gobierno del país escandinavo que prohibiera la quema del Corán. Copenhague cedió argumentando que estos actos colocaban a Dinamarca «en una difícil situación en su política exterior” y que “aumentaban la amenaza terrorista contra el país”.

España vive en estos días una controversia protagonizada por David Broncano y Lalachus, luego de que en la transmisión de las campanadas de fin de año en RTVE, el 31 de diciembre, la actriz española mostrara una estampita del Sagrado Corazón de Jesús con la cabeza de una vaquilla del programa «Grand Prix». Las organizaciones Hazte Oír y Abogados Cristianos iniciaron acciones legales invocando el artículo 525 del Código Penal español, que castiga el escarnio de las creencias religiosas con el propósito de ofender. Es un milagro para el Gobierno, que ni lerdo ni perezoso respondió que impulsará una reforma del delito de ofensas religiosas para «garantizar la libertad de expresión y la creación». Así como le gusta fantasear que la lucha contra el franquismo es hoy prioritaria, puede añadir en sus combates de retaguardia uno contra el oscurantismo católico, que hace rato pasó de moda. Como el semanario satírico El Jueves, le gusta denunciar el poder de la religión, pero sólo si si se trata del cristianismo o el judaísmo, pero cuando fue lo de Charlie Hebdo reconocieron: «Íbamos a dibujar a Mahoma, ¡pero nos hemos cagao!». Son muy valientes a la hora de luchar sin riesgos y arremeter contra amenazas imaginarias, es gratis.

Mientras tanto, Charlie Hebdo, con su redacción que trabaja desde 2015 en la clandestinidad, sale este miércoles con un número Especial de 32 páginas titulado #ReírseDeDios, que incluirá caricaturas seleccionadas a través de un concurso internacional. Este número tiene como objetivo denunciar «la influencia de todas las religiones» en la sociedad.

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