THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

El Barça no es más que un club

«Me parece hasta mentira que, en esa España gris en la que nací (la de finales de los cincuenta), Cataluña consiguiera tirar adelante aquel proyecto gigantesco»

Opinión
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El Barça no es más que un club

El estadio Camp Nou retratado en 1959. | Archivo Europa Press

El abogado Narcís de Carreras, durante su toma de posesión como presidente del Fútbol Club Barcelona en el muy franquista 1968, dijo: «El Barça es algo más que un club. Es un espíritu, unos colores que amamos por encima de todo». Al año siguiente le sucedió Agustí Montal, que convirtió la frase en eslogan para su reelección de 1973. Durante el tardofranquismo, el més que un club tenía un significado de pertenencia, de deportividad, de amor por la tierra. Mucho de eso se ha perdido  entre comisiones,  asesorías arbitrales, deuda disparada y jugadores comprados por decenas de millones que no pueden jugar. Con Joan Laporta, que entró en el Camp Nou como un elefante, empezó la confusión. El corazón blaugrana se sustituyó por el bolsillo.  

El ansia de poder de algunos –en la política, en el deporte, en la empresa– lleva a los líderes a jugar a corto, a atrincherarse en sus feudos, a negarse a dimitir. Acaban colocando a sus fieles, por mediocres que sean, para seguir mandando por secula-seculorum. La impunidad se ha convertido en un signo de decadencia social. No respetar leyes e instituciones arrasa con el buen fútbol y, lo que es peor, hasta con la democracia parlamentaria.  

Algunos parecen haber olvidado la historia de España (Cataluña incluida), ajustando su memoria a lo que más les conviene. Por ejemplo, esta misma semana andamos festejando anticipadamente la llegada de la democracia durante el año que murió Franco (noviembre de 1975). Por eso, porque el juego de fechas y hechos no cesa, es importante recordar que la frase de amor culé no surge del fervor nacionalista, independentista o progresista. La inventaron e hicieron célebre, durante la dictadura, dos señores de Barcelona, dos conservadores liberales. 

Narcís de Carreras, un ilustrado jurista, fue secretario del político Francesc Cambó, presidente de la Lliga Regionalista. Tras la Guerra Civil, Carreras siguió ejerciendo. Era el abogado preferido del textil, de la empresa catalana, y ocupó diversos cargos, entre ellos la presidencia de La Caixa de 1972 a 1987. 

Agustí Montal pertenecía a una saga de industriales algodoneros; su padre (Montal Galobart) fue presidente del club en los cuarenta y cincuenta. Al hijo le debemos el fichaje en 1973 del holandés Johan Cruyff, entonces considerado el mejor jugador del mundo y emblema del fútbol total. Siempre he pensado que fue entonces cuando Barcelona empezó a estar en los mapas del turismo mundial. 

«Los hijos y descendientes de aquella productiva burguesía, ahora en franca desaparición, eran y son barcelonistas»

Esos señores de Barcelona hablaron siempre en su lengua materna, el catalán, como tantas otras familias (la mía incluída), antes, durante y después de la dictadura. Ya en democracia, Montal se acercó  al nacionalismo pujolista; quiso ser senador, sin conseguirlo. 

Los hijos y descendientes de aquella productiva burguesía, ahora en franca desaparición, eran y son barcelonistas. Leí hace poco que un joven de apellido Camprubí Montal, nieto y biznieto de anteriores presidentes ha declarado que «el Barça está en peligro de extinción».  

Los actuales aficionados y socios son de todas partes, clases e ideologías. Sus sentimientos no parecen muy distintos a los que tienen, respecto a su equipo, los madridistas, los zamoranos, los bilbaínos o los seguidores del Manchester United. A todos les gustan los goles. Si la pelota no entra (y el Barça vive un período de escasez), se enfadan.  

Para analizar el presente, hay que recordar el pasado. El Camp Nou, diseñado por el arquitecto Francesc Mitjans, se inauguró en 1957 –en plena dictadura– con una capacidad próxima a los 99.000 espectadores (ya era entonces mayor que el Bernabéu). Durante décadas, se consideró el estadio más moderno y funcional del mundo. 

«El actual presidente no para de anunciar novedades, que luego desmiente o altera para convencer y evitar una moción de censura»

Mientras escribo este artículo –contándoles lo que a mí me contó mi padre, jugador en los juveniles del viejo estadio de Les Corts– me parece hasta mentira que, en esa España gris en la que nací (la de finales de los cincuenta), Cataluña consiguiera tirar adelante aquel proyecto gigantesco. Tengo una explicación: la sociedad de entonces  era moderna, práctica, capaz de financiar empresas y equipos, de fichar a los mejores.

El admirado estadio de hierro y hormigón tenía muchos años y han querido hacer uno más actual, «más digital». Antes de abrir y mientras repartían oscuras comisiones, lo han bautizado como Spotify Camp Nou. «Pagando, hasta San Pedro canta», dice el muy nostrat refrán. El poco explicado mecenazgo de los suecos –calificado de «pionero» por Laporta– está en torno a los 60 millones anuales. 

El actual presidente no para de anunciar novedades, que luego desmiente o altera para convencer y evitar una moción de censura. Su estilo de presidencia es imaginativo, lleno de recursos, como dicen ahora; de trilero, se diría antes. Para el contrato con Nike, el de los 1.700 millones, el Club contrató a un comisionista inglés de familia noble y le pagaron (entre unos y otros) 50 kilos. Yo creía que con las multinacionales se hablaba de forma transparente y a través de directivos. ¿O ya no tienen?

Ahora están vendiendo, en Arabía Saudí, los famosos palcos VIP’s. Han de demostrar a la Liga que pueden conseguir o «anticipar» los millones de euros necesarios para cumplir con las reglas de solvencia que permitirían jugar a Dani Olmo. 

Mientras, el presidente barcelonista anda haciendo de director general, gestor financiero, seleccionador de talentos, jefe jurídico, de márketing…, porque tiene, según afirma, «el club en la cabeza». Mientras, la deuda del club, sumando el corto y el largo plazo, supera los 1.300 millones de euros. Con periodificaciones y provisiones, el pasivo llega a 1500 millones. Los auditores se curan en salud llenando las cuentas de salvedades.

Laporta juega a corto, desfila sobre el alambre. Los socios empiezan a dudar, pero siguen aprobando sospechosas partidas. El Barça, hoy, ya no es más que un club. Es un negoci. De los oscuros. 

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