THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Zuckerberg se separa de la industria de la censura

«Quienes han saltado, histéricos, en contra de este movimiento de Facebook, no quieren que los ciudadanos cuiden ellos solos del buen uso de las redes sociales»

Opinión
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Zuckerberg se separa de la industria de la censura

Un smartphone mostrando el vídeo subido por Mark Zuckerberg a sus redes en el que explica los cambios en la política de control de contenido de Meta. | Andre M. Chang (Zuma Press)

Estamos viendo la voladura, descontrolada, de la maquinaria de censura woke. La última explosión la ha provocado Mark Zuckerberg, CEO de Meta, matriz de Facebook e Instagram. Ha dicho que renuncia a los verificadores, así llamados, y seguirá el ejemplo de Twitter (me cuesta llamarlo X), que controla los excesos, las mentiras y las manipulaciones que se producen a diario en esa red con las llamadas «notas de la comunidad». Las notas no las escriben Ana Pastor o Clara Jiménez Cruz, Dios nos libre, sino los propios usuarios. 

Las «notas de la comunidad» en Twitter funcionan del siguiente modo: cualquier usuario puede registrarse como colaborador. Si el colaborador ve un tuit tramposo, puede escribir una nota que contextualice el contenido del post, o muestre que es falso. Y puede ofrecer información relevante. Esa nota sólo prospera si hay varios usuarios de distintas tendencias que la validen. No pueden ser todos tirios o todos troyanos; el refrendo a la nota tiene que proceder de usuarios con puntos de vista diversos. Y no es la red social la que decide qué notas se publican, sino que salen a la luz de forma automática, cuando se cumplen los requisitos. El autor de un post sobre el que recae una nota de la comunidad puede presentar sus alegaciones.

Las «notas» se nutren del conocimiento que hay disperso en la sociedad, como Wikipedia. No pasan por el proceso político, sino que es un proceso estrictamente social, facilitado por la tecnología. Está claro que quienes han saltado, histéricos, en contra de este movimiento de Facebook, no quieren que los ciudadanos cuiden ellos solos del buen uso de las redes sociales. Y es un movimiento importante. Aunque el propio Zuckerberg lucha a diario para hacer irrelevantes ambas redes sociales, lo cierto es que las dos siguen teniendo mucha vigencia. Facebook tiene 3.070 millones de usuarios activos, e Instagram supera los 2.000 millones.

He dicho maquinaria de censura woke, y quizás sea más correcto hablar de industria. He descrito en otro sitio, Disidentia, lo que vamos sabiendo de esa industria, que empieza a ser mucho. La Federación Mundial de Anunciantes creó un departamento (la Global Alliance for Responsible Media, GARM), cuya función es la de retirar la publicidad a los medios que asumen discursos inconvenientes. 

¿Quién decide qué discursos son inconvenientes? Si la GARM tiene sus dudas, siempre puede confiar, o pudo hacerlo hasta ahora, en el criterio del Tío Sam. El Gobierno Federal tiene voz en este entierro de voces críticas porque, según ha revelado la Foundation for Freedom Online, «está enviando miles de millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses a cuatro de las seis grandes agencias mundiales de publicidad, entre las que se encuentran algunos de los principales arquitectos de la censura en línea». La unidad de cuenta de los fondos federales destinados a comprar la voluntad de los anunciantes es el millar de millones de dólares. 

«Los verificadores han funcionado bastante bien. Censuraron las informaciones sobre el ordenador de Hunter Biden, ese serrallo plagado de todo tipo de corrupciones»

Aunque los anunciantes pueden retirar sus fondos directamente, con consecuencias muy reales, la industria de la censura necesita un brazo ejecutor. Y ese brazo son los famosos verificadores. Estas empresas actúan de perros guardianes del discurso progresista en los medios. Visten de lucha por la veracidad y objetividad de los medios lo que no es más que un control ideológico sesgado. ¿En qué medida está inclinado hacia la izquierda? Se pueden mencionar varios informes, pero me quedo con uno elaborado por la Misinformation Review, un medio simpático con estas empresas de control ideológico de los medios. 

Bjorn Lomborg muestra gráficamente cuál es el desnivel de estos profesionales de la censura, según el informe:

Los verificadores han funcionado bastante bien. Censuraron las informaciones sobre el ordenador de Hunter Biden, ese serrallo plagado de todo tipo de corrupciones. El contenido del portátil mostraba la corrupción en torno a la familia Biden, en un momento en que el vicepresidente optaba por evitar la reelección de Donald Trump. Las informaciones eran ciertas. Y los verificadores lograron expulsarlas de Facebook y Twitter.

THE OBJECTIVE ha tenido el acierto de recoger las razones de Zuckerberg para dar este paso. Después de reconocer que «hemos llegado a un punto en el que hay demasiados errores y demasiada censura», hace los dos grandes anuncios. El primero es que «vamos a deshacernos de los verificadores de datos y reemplazarlos con notas comunitarias similares a X». 

Acabar con la censura institucionalizada de los verificadores, y sustituirlo por las contribuciones de los propios usuarios es sólo parte del futuro recorrido de Facebook. La segunda línea de actuación va más allá de facilitar un control espontáneo y automático, descentralizado y despolitizado, de los contenidos. Zuckerberg se posiciona frente a la imposición ideológica y a favor de la autonomía de la sociedad: «Vamos a simplificar nuestras políticas de contenido y eliminar un montón de restricciones sobre temas como inmigración y género que están fuera de sintonía con el discurso dominante. Lo que comenzó como un movimiento para ser más inclusivos se ha utilizado cada vez más para silenciar opiniones y excluir a personas con ideas diferentes, y ha ido demasiado lejos. Así que quiero asegurarme de que las personas puedan compartir sus creencias y experiencias en nuestras plataformas».

«Este movimiento va a provocar una dura reacción por parte del politburó de la Comisión Europea»

También dice lo siguiente: «Ahora tenemos la oportunidad de restaurar la libertad de expresión, y estoy emocionado de aprovecharla». ¿Qué oportunidad es esa? Obviamente, la que le brinda el cambio de inquilino en la Casa Blanca. La industria de la censura, máximo exponente de la colaboración público-privada, se viene abajo. 

No sabemos qué pasará cuando un nuevo presidente demócrata llegue a presidente de los Estados Unidos. Lo que sí sabemos es que este movimiento va a provocar una dura reacción por parte del politburó de la Comisión Europea, y de no pocos gobiernos europeos. 

Aprovechemos esta libertad mientras dure.

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