THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

La 'Che' Montero

«Montero gritó, como La Pasionaria: ‘No pasarán’. Sólo le recuerdo a la ministra que así empezó Pablo Iglesias en Madrid y ha terminado poniendo un bar»

Opinión
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La ‘Che’ Montero

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Hasta la victoria, siempre» gritó María Jesús Montero como cierre de su primera intervención como candidata a la secretaría general del PSOE de Andalucía. La frase, que parecía dicha de improviso, pertenece a una carta que Che Guevara escribió a Fidel Castro, y que el cubano leyó ante sus conciudadanos en el Teatro Chaplin de La Habana.

El dedo índice de Pedro Sánchez, divino y sixtino como el que pintó Miguel Ángel, ha señalado a la sevillana para que rearme el partido y se enfrente, en 2026, a Juanma Moreno; el presidente que tiene un tatuaje en el brazo con el número de parlamentarios que le otorgaron la mayoría absoluta: 58. Con ese mismo dedo índice, por cierto, Pedro Sánchez lanzó lejos a Juan Espadas, como a una canica, haciendo fuerza con el pulgar para darle impulso. Democracia dactilar. Pluralismo índico.

Los que hace tres días aplaudían a Espadas y le pedían que no se fuera, hace dos aplaudían a Montero y le pedían que viniera. Ella salió a escena con gesto victorioso, sobreactuado, como queriendo recuperar en una sola tarde todo el tiempo perdido. Alejada de su tierra. Defendiendo cosas frente a los micrófonos que ningún andaluz entendería. 

«Yo no vuelvo a Andalucía porque nunca me marché», comenzó diciendo. La excusa siempre es delatora. Y desde ahí, sus palabras navegaron por un paisaje destartalado que parecía sacado de una película de Ken Loach. La descripción que hizo Montero de Andalucía fue muy extraña. Hablaba de jóvenes frustrados porque no podían estudiar, hablaba de las mujeres como un colectivo, como si las andaluzas aún tuvieran que pedirles permiso a sus maridos para abrirse una cuenta en el banco y anduvieran todo el día con bambito y alpargatas. Habló de cosas extrañísimas, con un maternalismo inquietante. Todo en blanco y negro, todo con olor a naftalina, una Andalucía con serrín en el suelo y mobylettes en la acera.

Habló hasta de una Andalucía libre y, aún hoy, mirando mis tobillos y mis muñecas, no sé a qué cadenas se refería. Era un mitin de otra época. De entrada en democracia. Como un remedo o una performance con motivo de los cincuenta años de la muerte de Franco. No puso el Libertad sin ira de Jarcha de milagro. Ahí tuvo mejor gusto, porque salió con el Andalucía de Medina Azahara. Todo sin autotune.

«En el PSOE había dos opciones: o adaptar el discurso a los tiempos o adaptar los tiempos al discurso. Y han elegido la segunda vía»

Montero es un regreso al pasado. Cuando no hay futuro, siempre viene bien la nostalgia. La memoria de aquellos años en los que barrían en las urnas. En el PSOE había dos opciones: o adaptar el discurso a los tiempos o adaptar los tiempos al discurso. Y han elegido la segunda vía. La de la tramoya, los decorados y el cartón piedra.

La Andalucía de la que hablaba Montero ya no existe. Pero el PSOE se empeña en resucitar a enemigos o seguir buscando amenazas. En un momento especialmente artificial de su intervención, de su soflama redentora, Montero gritó, como La Pasionaria: «No pasarán». Sólo le recuerdo a la ministra que así empezó Pablo Iglesias en Madrid y ha terminado poniendo un bar.

Entiendo que hay una parte del socialismo menos jaranero y más pragmático. Que aspira a lograr el poder desde posiciones de nuestro tiempo, desde políticas actuales, con una mirada mucho más ambiciosa y menos folclórica. Con menos efusiones y más papeles. Pero en Andalucía se ha impuesto el ayer. Los puños en alto y la batalla emocional. El grito, el arrebato y la hipérbole. Cuando la política deja de solucionar problemas y se dedica a inventárselos, suelen ganar los políticos, y suelen perder los ciudadanos.

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