THE OBJECTIVE
Marcos Ondarra

Zuckerberg y el fin del 'wokismo'

«Cuando ese momento llegue, no olvidemos quiénes eran los que empuñaron las antorchas de la nueva inquisición. Es memoria histórica»

Opinión
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Zuckerberg y el fin del ‘wokismo’

Ilustración de Alejandra Svriz

En el ambiente de la navegación se sabe que cuando las ratas se lanzan al mar es porque el naufragio es inminente, ya que esos roedores tienen un especial sentido para predecir este tipo de desastres. En el ambiente de la cultura woke, sucede lo mismo con los empresarios. En apenas una semana, Bob Iger y Mark Zuckerberg han saltado por la borda al vislumbrar el iceberg del pendulazo conservador.

El primero, CEO de Disney, ha anunciado que dejará de lado la moralina en sus productos audiovisuales para priorizar el entretenimiento; que se centrará en contar historias y no tanto en el adoctrinamiento de nuestros infantes en feminismo, anticolonialismo y poliamor; y que algunos se quedarán con las ganas de ver a Mickey Mouse explicarle a los «niñes» que hay 37 géneros (ninguno de ellos el cinematográfico).

Hacía años que Disney había renunciado a su propuesta inocente para convertirse en una plataforma de visibilización de los colectivos oprimidos (sic), que es el leitmotiv del wokismo. Desde Coco, su última gran película, la compañía sólo había hecho ruido por convertir a la pelirroja Ariel en una sirenita negra (perdón, racializada), por meter con calzador una relación (afro)lésbica en Lightyear y por darle por primera vez el rol protagonista a una persona «no binaria» en Elemental. El fracaso en crítica y taquilla de estas propuestas ha debido ayudar a Iger a reconsiderar su estrategia empresarial: «Nuestra prioridad debe ser entretener, no promover agendas».

Pero un caso aún más paradigmático es el del creador de Facebook. En un giro de timón de 180 grados, ha anunciado una serie de medidas para «restaurar la libertad de expresión» (cita literal) en las plataformas de Meta, que eliminarán las verificadoras y adoptarán notas comunitarias como X. Se acaba la censura ideológica en Facebook e Instagram, de marcada tendencia progresista desde hace una década.

Lean las declaraciones de Zuckerberg. No recuerdo un mea culpa entonado con tanta claridad. Las verificadoras habían impuesto, por la vía de la censura (presentada con una etiqueta que reza «bulo»), un relato muy determinado sobre la pandemia del coronavirus, el cambio climático y las consecuencias de la inmigración ilegal descontrolada. Entre otras cosas. Un relato, curiosamente, muy conveniente para aquellas personas que financiaban esas mismas verificadoras.

«Mark Zuckerberg ha entendido que el discurso progresista está en horas bajas y que su empeño en censurar cualquier relato alternativo ya no sale a cuenta»

Se habían convertido, como advertimos muchos y ha terminado por admitir hasta el propio Zuckerberg, en «árbitros [comprados, añado yo] de la verdad» con fines espurios que «han destruido más confianza de la que han creado». A confesión de parte, relevo de pruebas.

Haría falta ser muy inocente para creer que estamos ante una caída del guindo o una rectificación honesta de una persona comprometida con la libertad de expresión. Mark Zuckerberg ha entendido que el discurso progresista está en horas bajas y que su empeño en censurar cualquier relato alternativo ya no sale a cuenta. A las ganancias económicas de Elon Musk se suma su creciente influencia política. En Europa se está hablando del escándalo de Rotherham gracias a su publicación en X; una publicación, por cierto, inimaginable en Facebook o Instagram.

Asistimos al fin de lo que Ross Douthat llamó en 2018 «capitalismo woke» –«capitalismo moralista» para Miguel Ángel Quintana Paz-; un sistema en el que los altos ejecutivos empresariales supervisaron qué clase de moral (moralina) se predicaba. Y en el que muchos se hicieron de oro a costa de fingir preocupaciones que jamás tuvieron.

Casi todas las grandes empresas adoptaron programas DEI, siglas de Diversidad, Equidad e Inclusión. En 2021, los presupuestos de los departamentos de diversidad de las empresas Fortune rondaban de media los 1,5 millones de dólares anuales. En 2021, tras la muerte de George Floyd, el ciudadano afroamericano asesinado por un policía en Minneapolis, en plena ola de Black Lives Matter, las 50 mayores empresas cotizadas de EEUU y sus fundaciones comprometieron casi 59.500 millones de dólares para frenar la desigualdad racial.

En realidad, más del 90% de esa ingente suma se enfocaba a préstamos o inversiones de las que las firmas podían obtener beneficios, mientras que solo una pequeña fracción se dirigía a organizaciones que peleaban por reformar la justicia. Conviene leer la letra pequeña.

Ahora, Disney y Meta se unen a compañías como Nissan, Walmart o Ford, que hace meses dieron por terminadas sus políticas DEI para volver a centrarse en contratar empleados según sus méritos profesionales. Estamos ante un Efecto Streisand a lo grande: todos esos discursos que han sido sistemáticamente censurados o encubiertos están gozando de una aceptación y divulgación brutal. Y los mismos que los censuraron quieren gozar ahora de su liberalización.

Que los empresarios y sus compañías abandonen el wokismo es un signo de los tiempos que vienen, pero conviene rebajar la euforia, desmedida tras la dimisión del primer ministro canadiense Justin Trudeau. Del mismo modo que el movimiento woke llegó con retraso a nuestras fronteras, importado precisamente desde Estados Unidos y Canadá, tardará algo más en dejarnos. Cuando ese momento llegue, como nos ha enseñado la Historia, sus fieles seguidores renegarán de él. No olvidemos entonces quiénes eran los que empuñaron las antorchas de la nueva inquisición. Es memoria histórica.









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