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Tadeu

Charlie Hebdo, 10 años después

«La idea de que los dibujantes de Charlie Hebdo abandonaran su clandestinidad protegida para ejercer la sátira a cielo abierto provoca hoy escalofríos…»

Opinión
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Charlie Hebdo, 10 años después

Portada de 'Charlie Hebdo'. | TO

Se cumplen diez años del atentado yihadista contra Charlie Hebdo, cuando el mundo, entre lágrimas y pancartas, proclamó que era Charlie. Hoy sabemos que mentía. Solo Francia ha mantenido en parte la memoria que corresponde a sus muertos, y lo ha hecho con la seriedad del Estado. Manuel Valls, primer ministro entonces y ministro hoy (aquí el discurso de Valls en 2015 ante la Asamblea Nacional, puesta en pie), ha vuelto al Gobierno y, metafóricamente, al lugar de la matanza, aquel cuarto reducido donde aún flotaba el eco de lo indescriptible. Así lo narra: «Me proponen que suba a la redacción. Acepto. Actúo como lo haría un ministro del Interior. Quiero estar lo más cerca posible de los hechos. Entonces me dicen que los cadáveres todavía no han sido retirados. Decido ir, a pesar de todo, porque quiero arrostrar esa realidad. Subo. Entro en una habitación que me parece muy pequeña. El silencio es ensordecedor. Ahí están las marcas de tal violencia, indescriptibles».

Aquí el primer capítulo descargable del libro.

La democracia francesa ofrece una lección inusual: los políticos vuelven al poder sin sonrojarse por ocupar cargos inferiores. Eso es imposible en países donde el cargo no es servicio, sino pedestal. En España, un primer ministro jamás aceptaría volver como ministro o secretario de estado o director general. Pero eso no es lo único que separa a Francia del resto del mundo. Mientras allí se honra la memoria de Charlie, fuera reina el silencio del temor. Del terror.  Ni homenajes ni manifestaciones por Charlie. El miedo es más fuerte que el recuerdo.

Porque hoy el mundo no es Charlie. No lo fue nunca, tal vez. (Pero Rajoy desfiló en primera fila en París). Y la idea de que los dibujantes de Charlie Hebdo abandonaran su clandestinidad protegida para ejercer la sátira a cielo abierto provoca hoy escalofríos. Ellos, que desafían al integrismo islamista hoy con la misma obstinación que honran a sus compañeros asesinados, escriben y dibujan para una sociedad que ha decidido no molestar. No ofender, sobre todo no ofender a los musulmanes.

El mensaje del papa Francisco, dispuesto a repartir puñetazos en defensa de su santa madre, ha calado muy hondo. En el periodismo satírico español, especialmente: El Jueves, siempre servicial cuando hay que burlarse de los cristianos o judíos (nunca fue nada del otro jueves), decidió no publicar caricaturas del Innombrable bajo el lema sincero: «Nos hemos cagado». No fue solo miedo; fue su contribución al islamo-izquierdismo, que hoy avanza con paso firme y aplauso fácil. Y hoy toma la forma del antisionismo, una variante del antisemitismo.

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Mientras tanto, Charlie Hebdo lanza su  blasfemo número especial ‘Reírse de Dios’, seleccionando las mejores viñetas de entre 350 participantes (varios de países musulmanes, héroes de nuestro tiempo) al Concurso del mismo nombre. ¡Hasta Kurra & Tadeu participaron! 

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Porque la blasfemia no es capricho, sino un fundamento de la crítica. Y la crítica es consustancial a la democracia. El tema de la blasfemia es cardinal. ¡Y cardenal! El derecho a poder blasfemar, respecto de las religiones constituidas, pero también de otras formas de sectarismo pseudoreligioso, como el feminismo cisradical o el apocaliptismo climático (y también de los políticos que se comportan  tanta veces sectariamente), es la base misma de la democracia. La blasfemia es una forma extrema de crítica, simplemente. Y la crítica sin límites es la base, lo repito, de la democracia y la libertad. Por ello es tan importante proteger ese derecho a la discrepancia sin el cual desaparecen los mecanismos de contrapoder. Reírse de Dios y, hoy en día, sobre todo de Alá, hasta la blasfemia, permite luego reírse de los sátrapas islamistas. 

 Es un tópico, pero nada molesta más al poder que el humor. El humor… que anticipa su caída.

El derecho a blasfemar es, en definitiva, la garantía última contra el poder absoluto, sea religioso o político.   

Teresa Giménez Barbat (exdiputada y creadora de Euromind, la plataforma sobre ciencia y política más interesante & muy interesante que hubo en El Parlamento Europeo) preguntó sobre la blasfemia a la Comisión, cuando aún se podía preguntar en Europa sin que sonara a desafío; lo dejó claro en 2016 al interpelar a la Comisión sobre el derecho a la blasfemia. Hoy, su pregunta sigue vigente. Aunque cada vez más silenciada.

Leyes contra la blasfemia en Europa

22.1.2016

Pregunta con solicitud de respuesta escrita E-000485-16
a la Comisión 
Artículo 130 del Reglamento
María Teresa Giménez Barbat (ALDE) 

En todos los Estados miembros hay leyes nacionales relativas a la religión, con un debate político en torno a ellas que ha ido adquiriendo importancia.

En 2015, tanto Islandia como Noruega derogaron las leyes contra la blasfemia que contenían sus Códigos Penales siguiendo los pasos de los Países Bajos, que ya lo habían hecho en 2012. No obstante, en muchos países europeos la legislación sigue considerando punible la blasfemia o incluye leyes parecidas. Así, por ejemplo, el Código Penal español, en su artículo 525, tipifica como delito el «escarnio» de los sentimientos religiosos, los dogmas, las creencias o los ritos, lo que en la práctica, según la interpretación del juez, puede distar bien poco de una ley contra la blasfemia.

Aunque su aplicación sea poco frecuente, las leyes sobre los insultos de carácter religioso revisten gran peligrosidad, dado que pueden revestir con una pátina de legitimidad las leyes contra la blasfemia más estrictas que hay en otros países: cuando se critican los países carentes de democracia y libertad de expresión por castigar a los acusados de blasfemia, a veces con la pena capital, los políticos de estos países pueden aducir, y no sin razón, que en las democracias «occidentales» rigen leyes parecidas.

¿Cree la Comisión que, basándose en el artículo 83 del TFUE, sería conveniente que la blasfemia y actos similares dejaran de estar tipificados en Europa, habida cuenta de las posibles repercusiones de las leyes de este tipo en las acciones y políticas exteriores de la UE en materia de derechos humanos?

¿Cuáles son las medidas que está adoptando la Comisión en términos positivos para evitar la criminalización la blasfemia y de este modo proteger la libertad de expresión en los Estados miembros?

Respuesta de la Sra. Jourová en nombre de la Comisión

27.5.2016

Pregunta escrita

La Unión Europea no tiene ninguna base jurídica para legislar sobre la blasfemia.

Aunque la blasfemia sigue siendo un delito en una minoría de Estados miembros, rara vez se persigue en la práctica en los Estados europeos, según la Comisión de Venecia del Consejo de Europa. Cuando se planteen casos concretos, la Comisión confía en que los órganos jurisdiccionales de los Estados miembros cumplan plenamente sus obligaciones en materia de derechos humanos y en que los ciudadanos tengan la oportunidad de impugnar dichas leyes y prácticas por motivos de derechos humanos ante dichos órganos jurisdiccionales.

Por lo que se refiere a las relaciones exteriores, las Directrices de la UE sobre promoción y protección de la libertad de religión o creencias, así como las Directrices en materia de derechos humanos de la UE sobre la libertad de expresión en internet y fuera de internet[1], indican que las leyes contra la blasfemia «se aplican con frecuencia para perseguir, maltratar o intimidar a personas pertenecientes a religiones minoritarias o a otras minorías, y pueden tener graves efectos de inhibición de la libertad de expresión y de la libertad de religión o creencia. La UE recomienda la despenalización de esos delitos y aboga insistentemente contra el uso de la pena de muerte, el castigo físico o la privación de libertad como sanciones por blasfemia. La UE seguirá trabajando con y en apoyo de organizaciones que aboguen por la abolición de la legislación contra la blasfemia».

Coda 1) Golpismo maduro. La pusilanimidad del Gobierno sanchista, siempre presto a parapetarse tras las faldas de Ursula von der Woke, vuelve a exhibirse con lamentable descaro en su elusión de responsabilidades sobre el asunto venezolano. Ni nombres ni apellidos de los demócratas ganadores; la elipsis: el dictador Maduro ejecuta su golpe de Estado perpetuo mientras España apenas susurra vagas admoniciones desde la cómoda distancia diplomática europea. Sanciones. Sí, pero ¿han servido de algo?

Si España no es capaz de asumir un liderazgo claro en Europa frente a las crisis latinoamericanas, si persiste en esa diplomacia de la equidistancia cobarde, será inevitable el creciente desapego del continente americano hacia España. Medidas drásticas en favor de la libertad —como la concesión inmediata de la nacionalidad a los venezolanos residentes, pues son refugiados políticos— no son solo deseables, sino imperativas.

El recibimiento de Felipe VI a Edmundo González, con la discreción vergonzante de un acto clandestino, solo confirma lo evidente: la Corona no logra sacudirse el tutelaje gubernamental. Y eso, en una democracia que Sánchez envilece con renovado entusiasmo cada día, nos acerca poco a poco a una democracia no plena, fallida, ensimismada en el espejo de 1975, en su ser o no ser: retroceder 50 años, para qué.

Coda 2) Forajido Trump. No deja de tener su aquél que Trump sea el primer presidente americano que ejerza el cargo habiendo sido condenado, nada menos que por 34 delitos. Y la prueba de lo deteriorada que está esa democracia que lo permite, y que permite condenar sin que haya ninguna pena que cumplir. Un país en el que todo, en efecto, es posible. No es de extrañar que los groenlandeses se pregunten si acabarán convertidos en estadounidenses.

Coda 3) Estirando la cuerda. Sánchez está acorralado por todas partes y el PP y Vox se acercarían  a los 200 diputados. Quia. Mientras mantenga su mayoría de investidura (¿por qué no debería mantenerla?) aguantará, tirando de BOE, y del Banco de España, y del Tribunal Pumpidocional, que pondrá pie en pared cuando lleguen las sentencias, si es que llegan. El hombre fuerte del socialismo (un chisgarabís) en Europa resistirá. La oposición ha de asumirlo y actuar en consecuencia.

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