THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Pueden llamarme racista

«Si por defender a las niñas y a las mujeres de las agresiones sexuales y los derechos del colectivo LGTBI me llaman racista, adelante»

Opinión
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Pueden llamarme racista

Velo islámico.

Las democracias liberales se sustentan en la igualdad de derechos de todos sus ciudadanos y en nuestra Constitución queda recogido de forma explícita en su artículo 14. Sin embargo, en España hay mujeres y niñas a las que se les obliga a ir tapadas de pies a cabeza y lejos de hacer algo para evitarlo, el Ministerio de Igualdad acaba de poner en marcha una campaña para legitimarlo bajo la acusación de racismo. Es decir, que el ente que debería velar por la igualdad de las mujeres se dedica a potenciar su discriminación con la excusa del antirracismo. Argumentan que es respeto a su cultura y a su tradición, pese a que no hay ningún país en el mundo que tenga como traje típico nada similar y que no es algo obligatorio del islam, como demuestra que ni la mujer ni las hermanas del rey de Marruecos aparecen jamás veladas y lo mismo podríamos decir de Rania, reina de Jordania.

Lo de ocultar a mujeres bajo telas tiene que ver con la sharía, una interpretación radical del Corán que incluye prácticas contrarias a los derechos humanos como la lapidación, la decapitación y los matrimonios forzosos. Salta a la vista que la sharía es incompatible con la democracia, pero se está aplicando en países europeos como el nuestro en el que, por ejemplo, se obliga a algunas jóvenes a casarse con familiares que encuentran así el pasaporte para vivir en Europa. Es muy fácil caer en la tentación de pensar que eso no nos afecta porque les pasa a personas de otros orígenes, pero más allá de estas mujeres merecen vivir en libertad y que el Estado de derecho debería regir para todos, es que las autóctonas también podemos acabar sufriendo la sharía como demuestra el horrible caso de Gran Bretaña.

Durante décadas, grupos de hombres musulmanes de origen paquistaní se han dedicado a violar a niñas inglesas y las víctimas se cuentan por miles. Estos pederastas no solo las violaban, sino que las sometían a todo tipo de maltratos, abusos y vejaciones. Una de las víctimas, por ejemplo, ha declarado que mientras la violaban le decían que «las mujeres blancas éramos putas y basura por no usar el velo». Y es que, según la sharía, los hombres musulmanes pueden tomar a mujeres infieles como esclavas sexuales. A eso hay que sumar que como Mahoma formalizó el matrimonio con Aisha cuando tenía seis añitos y lo consumó cuando tenía nueve, esos degenerados consideran perfectamente legítimo violar a crías blancas. Uno de los mayores errores de la cultura woke es endosar a cualquier occidental el adjetivo de «racista» sin que se les pase por sus cabecitas que el racismo pueda estar en otras culturas.

Y no hablemos ya del machismo, porque es evidente que las mujeres paquistaníes tampoco suelen correr mejor suerte: en ese país se «solucionó» la violación a una joven permitiendo que su hermano violara a la hermana del agresor. En España viven 100.000 paquistaníes, el 50% de ellos en Barcelona, y no digo que sean todos iguales, pero, por pura estadística, debemos de convivir con algunos de los que tienen esa visión del mundo, porque no creo que hayan ido a parar todos a Gran Bretaña y aquí no nos haya tocado ni uno. Y mi temor es: si allí se ha ocultado durante décadas, ¿no puede ocurrir aquí lo mismo?

Porque lo más terrorífico es que las personas que se atrevieron a denunciar vieron que no solo no les hacían caso, sino que las acusaba de racismo e incluso ellas o sus padres acabaron detenidos. Entre defender a niñas pobres y mantener la imagen de un exitoso país multicultural con su bolsa de votos de las personas de origen extranjero, los políticos –y con ellos, la policía, los servicios sociales y los medios de comunicación- optaron por lo segundo.

«En Barcelona, las agresiones sexuales han aumentado un 500% desde 2016»

Estamos hablando de miles de niñas violadas en manada, con atrocidades como introducirles una bomba en el ano antes de la penetración múltiple o casos de asesinatos e, incluso, de canibalismo, al servir la carne de una de ellas en kebabs. No tengo palabras ante el horror que han vivido decenas de miles de criaturas que sufrieron que su país las dejara totalmente desprotegidas ni el sentimiento de rabia e indignación de sus familias al comprobar que las autoridades se ponían de lado de estos salvajes. Además, es terrible que en una democracia tan antigua y consolidada como la británica haya 85 tribunales que se dedican a aplicar la sharía.

Siempre es más cómodo pensar que aquí esto no puede suceder, pero como decía antes, ya está pasando. Y no solo por el caso de las mujeres veladas o los matrimonios forzosos: en Barcelona, las agresiones sexuales han aumentado un 500% desde 2016 y el 91,67% de los violadores encarcelados en Cataluña son inmigrantes, según los datos ofrecidos por la Consejería de Justicia. También son de origen extranjero la mayoría de violadores en manada, una práctica de los países musulmanes que en árabe recibe el nombre de taharrush.

Y las mujeres no somos las únicas perjudicadas por la importación de mentalidades retrógradas: en un restaurante marroquí de Valencia expulsaron a cuatro jóvenes por llevar la bandera arcoiris y se negaron a servirles comidas y en el reglamento de una nueva discoteca en Torremolinos se especifica que no se admiten «maricones», aunque no he visto que se haya formado ningún escándalo por esto ni que ninguna asociación LGTBI se haya pronunciado al respecto como tampoco lo hicieron cuando asesinaron a una mujer trans –con la matraca que han dado con el tema- porque su asesino era un okupa magrebí. Yo sí que lo hago: me niego a que retrocedamos ni un solo paso en los derechos y libertades conseguidos. En nuestras manos está que no dejemos que nos los arrebaten y si por defender a las niñas y a las mujeres de las agresiones sexuales y los derechos del colectivo LGTBI me llaman racista, adelante.

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