El hermano de Sánchez es mi hermano
«De pronto estaba ahí el presidente, en una versión algo más lerda, más estólida, más blanda. Una versión sin voluntad de poder, ni maliciada por el poder»
No he querido ver, pero he visto la declaración del hermano del presidente Sánchez ante la jueza de Badajoz. No la he querido ver porque las filtraciones judiciales son, pese a su frecuencia en España, impresentables y deberían impedirse o perseguirse. Pero una vez que ha estado a la vista la he visto, con un interés profesional no incompatible con el morbo.
Me ha fascinado el espectáculo; el espectáculo del hermano menor de Pedro Sánchez, David Sánchez, tan parecido a su hermano mayor que sirve para investigar (física y psicológicamente) a este, pese a que el investigado (judicial) es el otro y por eso ha ido a declarar.
Estas comparaciones por semejanza, con desenfoque o sustracción, son instructivísimas. Dicen mucho aunque no se acierte a formularlo. Hay como un trastorno ontológico, algo inquietantemente carnavalesco. Más que de esas personas en concreto, hablan de todas las personas: del hecho mismo de ser persona, quizá. (Ya se sabe: persona es máscara.)
Yo asistí a un ejemplo que me dejó turulato (¡a veces en mis columnas se cuelan palabras de Rosa Montero!). Un amigo mío salió un tiempo con una chica que era absolutamente celosa: ella pensaba que cualquiera se lo podría quitar. Mi amigo era un tirillas no muy agraciado físicamente, pero ella sentía que todas lo deseaban. Rompieron pronto y años después conocí al sustituto, aquel con el que ella se había casado y tenido hijos finalmente. Era como un vaciado deserotizado de mi amigo: como una versión de cartón, más bajito, más escuchimizado, menos inteligente, aún más feo. Mirarlo era fascinante, con mi amigo en mente.
Con David Sánchez me ha pasado también. Pero aquí era más sutil el eco, ocasionado por un ligero desenfoque y no por una gran sustracción como en el ejemplo de antes. De pronto estaba ahí el presidente, en una versión algo más lerda, más estólida, más huevona, más blanda. Una versión sin voluntad de poder, ni maliciada por el poder. De un cinismo, podríamos decir, inocentón. O sea, no realmente un cinismo, sino una aspiración acomodaticia a la vida buena y fácil que las circunstancias regalan. Era como Pedro Sánchez interpretando un papel; y el mencionado desenfoque permitía ver mejor a Pedro Sánchez.
«Y naturalmente el enchufe, el enchufe (¡librarte de unas oposiciones!) para un puesto vacío (¡vivir sin trabajar!)»
Pero no quisiera embalarme con mi antisanchismo. Así que aparco a Pedro y me quedo con David. Mientras lo estudiaba me he dicho: «¡Hipócrita Montano, el hermano de Sánchez es tu hermano!».
Cuántas coincidencias, en verdad. Su amor por la música, su amor por Portugal. ¡El haberse casado con una japonesa! Algo que la vida no me ha puesto delante pero que hubiera agradecido (aunque ahora me están haciendo tilín las surcoreanas). Y naturalmente el enchufe, el enchufe (¡librarte de unas oposiciones!) para un puesto vacío (¡vivir sin trabajar!). Encima, la pasión por la fonética nominalista: ese pseudónimo David Azagra, tan espléndido.
El hermano menor es un tipo fantástico que se ha consagrado al arte y a la vida. Con la suerte de que le ha venido dado aquello a lo que todo ser humano debe aspirar legítimamente: no dar ni golpe. La Justicia, ay, no debe detenerse. Pero esto no me impide contemplar a ese personaje trágico que soy yo mismo o hubiera podido serlo, con un hermano mandón.
Ahora la sucia política, las viles intrigas, le alteran la vida que había alcanzado este buen hombre. La vida que yo hubiese firmado que fuese la mía. A pesar de la incomodidad de esos telediarios en que, con mi mismo cuerpo y mi misma voz, aparece un presidente (¡mi hermano!) que lleva la vida que yo no querría llevar ni loco.