THE OBJECTIVE
Jasiel-Paris Álvarez

A mí también me violó Íñigo Errejón

«Millones de hombres han sido violados jurídicamente con leyes que destruyen su presunción de inocencia y les desamparan ante injusticias»

Opinión
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A mí también me violó Íñigo Errejón

Íñigo Errejón en el Congreso de los Diputados. | Europa Press

Ya parece que en Madrid uno no es nadie si no tiene su propio testimonio de haber sido víctima de Errejón. Como mínimo hay que conocer a «alguien que conoce a alguien» o que «ya se había enterado de algo». Desde que comenzó en redes sociales el goteo de acusaciones anónimas, se han sumado desde famosillas de tercera (entre ellas la actriz Elisa Mouliaá) hasta la mismísima Aída Nizar (ex-Gran Hermano), confirmando el carácter tele-basuriento de este episodio nacional. Y todo como resultado de la «caza de brujas» que contra Errejón lanzó Cristina Fallarás, que dice ser «hija de las brujas que no pudisteis quemar» pero más bien parece hija de los inquisidores que prendían la hoguera en la plaza pública.

Pues bien, me sumo a este esperpéntico #MeToo. Lo cierto es que Errejón también me violó a mí. Repetidas veces, además. Eso sí, en la primera acepción de la palabra: «quebrar una promesa» (incluyendo una promesa política). No será tan grave como una violación sexual, pero quizás tenga más seriedad que algunas de las acusaciones contra él que hemos leído: que si la «violencia telemática» de no responder al móvil, que si el «abuso verbal» de que no preguntó a una lo que le gusta en la cama, que si la «agresión simbólica» de dejar el dinero en la mesilla y no en mano, que si el «maltrato psicológico» de no preocuparse por la hija de la otra…

Ahí va mi testimonio: a mí y a tantos otros nos violó -políticamente- Errejón cuando sustituyó la crítica al bipartidismo del primer Podemos por la idolatría al PSOE que desde entonces se ha practicado en el espacio del actual Sumar. La segunda violación: cuando renunció a formar una izquierda patriótica capaz de decir «España», para acabar bautizando como «Más País» a un partido que alineó con los antiespañoles de provincias y de Bruselas. Por tercera vez nos violó cuando cambió la idea nacional-popular (pueblo y justicia social, de inspiración peronista) por el paquete de ideas woke (minorities y diversity, de inspiración angla). 

Pero la cuarta violación, la más gorda, fue cuando dio el cambiazo del «espíritu 15-M» al «espíritu 8-M». Las plazas se habían quedado vacías y se apostó por llenar las calles de morado. Pero mientras que el 15-M decía «somos el 99% contra el 1%», el 8-M trajo la guerra de sexos feminista: «somos el 50% contra el otro 50%». Se pasó de unir a la mayor parte de españoles contra “la casta política” a sembrar la discordia -como defiende la Fallarás- «contra el compañero, el vecino, el padre, el hijo o el hermano». Si alguien definió la jungla del libre mercado como “la guerra de todos contra todos”, nadie ha sido más neo-liberal que el feminismo y su «todxs contra tod@s».

Recuerdo a la presentadora de un acto del primer Podemos burlándose de la neolengua feminista de «todos y todas» (el «todes» todavía ni se contemplaba). Recuerdo en el 15-M el rechazo abierto a las consignas feministas por ser «divisivas». Por eso digo que fue una violación gorda la de cambiarnos a los «indignados» por las «empoderadas». No quedó nada de lo que se decía en 2011, aquello de «somos los de abajo y vamos a por los de arriba». Las marchas del género a partir de 2018 ya no iban a por los de arriba (salvo para pedirles cuotas y colocar a sus dirigentes). A por quienes iban es a por cualquier «juan-antonio» e iban a por un tal «Manolo» al que le exigían «hazte la cena solo», donde antaño se exigía a la troika la cancelación de la deuda externa.

Errejón fue uno de los grandes autores intelectuales de aquella violación. Él empezó a defender que se había quedado vieja la unidad popular en torno a la clase social, las necesidades materiales, o las críticas al capitalismo e imperialismo. En su lugar, la forma de «construir pueblo» debía ser algún malabarismo entre diferentes luchas parciales y fraccionarias, a menudo marginales y/o enfrentadas entre sí, como el feminismo y el LGBT, el ecologismo y la cosa antirracista-decolonial. Estas causas languidecen hoy por medio mundo, enterrando a una izquierda que solo sobrevive allá donde se atreve a volver al obrerismo y rechazar la zarandaja «ecofeminista» que fue la apuesta estrella de Errejón, supuestamente «el listo de Podemos».

Una anécdota: recuerdo que el propio Errejón, con quien yo tenía buena relación, me borró de sus redes sociales el día en que critiqué el entusiasmo con que su expareja, Rita Maestre, daba la bienvenida a Madrid a la cumbre de la OTAN en 2022. La Alianza Atlántica, que había sido la bestia negra contra la que la izquierda tanto había protestado en los 80, ahora les parecía poco menos que un club feminista para luchar contra el patriarcado putinista y la homofobia islámica. Me sentó como un tiro. Pero peor debió sentarle a Errejón el tiro de gracia por la espalda que finalmente le asestó la propia Rita Maestre, dedicando una hora en Salvados a tacharle de depredador machista. Rita no paga traidores.

Por concluir mi acusación: en los pasados años Errejón ha participado de una auténtica violación masiva junto con toda la manada política feminista. Millones de hombres han sido violados jurídicamente con leyes que destruyen su presunción de inocencia y les desamparan ante injusticias que van desde la violencia vicaria ejercida por mujeres hasta el fenómeno de las denuncias falsas (supuestamente inexistentes). Y violados políticamente por un discurso que les sitúa como potenciales enemigos. Pero también millones de mujeres han sido violadas, violadas socialmente en su libertad de oponerse al feminismo sin ser tratadas como traidoras (como la propia compañera de Errejón, Loreto Arenillas, purgada ahora bajo la acusación de cómplice del patriarcado).

Tan indiscriminada ha sido esta violación que al final Errejón ha acabado violándose a sí mismo, con sus propios compañeros de manada pisoteando su presunción de inocencia. Ahora le tratan a él de «negacionista» -como él mismo hacía- por decir que la denuncia de Mouliaá es falsa. Le someten al escrutinio acosador que inevitablemente debía derivar de su consigna «todo lo personal es político». Le acusan de distintos abusos y agresiones, confusamente entremezclados como hicieron ellos refriendo el código penal. Lanzan contra él bulos sobre «sumisión química» como los rumores de «pinchazos» que diseminó el terrorismo feminista -porque terrorismo es sembrar el terror-. Le tiran a la cabeza el supremacismo de la víctima («¡hermana, yo sí te creo!») y el reduccionismo ciego del consentimiento («¡solo sí es sí!»). Contemplamos el brutal espectáculo de la revolución morada devorando a sus hijos.

En ocasiones toca pagar un error teórico con la propia cabeza. Posiblemente le pasará factura a todo el ya maltrecho espacio «a la izquierda del PSOE» que ha tenido a Errejón como su principal hilo conductor (Podemos, las izquierdas autonomistas estilo Más Madrid y lo que quede de Sumar). Todo este sector apostó estratégicamente por el feminismo como bálsamo y le ha servido de veneno. Pero en lugar de escupirlo de la boca, redoblan su apuesta y dan otro trago hasta apurar el frasco. Hacen ver que lo de Errejón no ha sido tal derrota para ellos, sino un sacrificio que en aras de la victoria final entregan gozosamente en el altar de un dios feminista sediento de sangre. Celebran públicamente haber liquidado la presunción de inocencia y se examinan unos a otros en busca de «colaboracionistas», indagando «quién sabía algo y no dijo nada» o «quién pudo haber hecho algo más», como si estuviesen depurando responsabilidades del mismísimo Holocausto concluida la Segunda Guerra Mundial.

Pero para mí lo más terrible sería que el propio Errejón no sea capaz de renegar del feminismo que le envenenó. Es algo habitual: quien ha invertido mucho en una mentira prefiere morir en ella antes que salirse a tiempo y enfrentar el shock de haberlo dado todo a un engaño. Es por eso que un anciano amigo mío sigue creyendo en el contubernio judeo-masónico de su infancia, es por eso que un tío mío lo perdió todo insistiendo en una estafa piramidal y es por eso que mi suegro engaño tras engaño sigue votando al PSOE.

El gran riesgo es que Errejón anhele ahora «deconstruirse», «revisar sus privilegios» y redoblar su asistencia a «chocho-charlas», con esperanza de recuperar un día la pureza feminista; empeño vano porque el puritanismo nunca perdona. Quizás sueña con «otro feminismo», encarnado por los cinco o seis feministas que le han apoyado, que son una anomalía tal como Oskar Schindler y los otros nazis que se dedicaron a salvar judíos. Quizás quiera resolver «la contradicción entre persona y personaje» -como escribió en su comunicado- condenando a la maltrecha persona para intentar salvar al querido personaje feminista. Creyéndose un pobre hombre que no supo estar a la altura de un ideal magnífico. Conformándose con reconocer sus pequeños pecadillos privados en lugar de enfrentarse al violador político masivo que el feminismo hizo de él. Nada de esto servirá hasta que no se enfrente al «personaje» y, señalando con el dedo al reflejo de su pasado, le diga «el violador eres tú».

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