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Carlos Padilla

Trump en cohete, Sánchez con pinganillo

«Nos creemos tan importantes, centro del universo, y no dejamos de ser una nación en decadencia en una Europa cada vez más dependiente de terceros»

Opinión
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Trump en cohete, Sánchez con pinganillo

El presidente de los EEUU, Donald Trump, saluda durante la interpretación del Himno Nacional el día de su investidura. | Kevin Lamarque (Zuma Press)

Mientras Trump, siempre en modo mitinero, pregonaba en el Capitolio su deseo de clavar la bandera estadounidense en Marte, con la inestimable ayuda del excéntrico multimillonario de Elon Musk, me reía desde el sofá. Y mis carcajadas, algo exageradas no se lo niego, vinieron cuando por mi mente se cruzó la comparativa entre un Trump que vendía un futuro fuera de las órbitas y una Españita, encabezada por su presidente, señor Sánchez, con el pinganillo en la oreja. Nos creemos tan importantes, centro del universo, y no dejamos de ser una nación en decadencia en una Europa cada vez más dependiente de terceros. 

La segunda venida de Donald Trump tiene aires de cambio de época. Un Trump incancelable que ha convencido fuertemente a los votantes norteamericanos, y más, un Trump por el que han caído rendidos los magnates todopoderosos que antes pasaban a su lado con cara mustia. Uno se compra un Ferrari no porque corra más, sino por muestra de poder, esa ostentación tan masculina. Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, que tienen pasta para usar un Ferrari –o un Tesla– al día, certificaron el poderío del 47 presidente de EEUU con su presencia en la ceremonia de investidura trumpiana. Y sirvieron de aviso para los navegantes, especialmente marinos europeos que no saben por donde les viene la ola.

Dijo Ramoncín en La Sexta, viéndolos a todos juntitos, que esto es el colapso de un imperio. Qué manera más rara de colapsar, pues. Más allá de lo que Trump y su séquito hagan, deshagan, y en ocasiones dañen, por ejemplo, a los productos españoles, debería servir este regreso para que alguien en la Unión Europea se dé por aludido. Mientras que aquí estamos entretenidos pegando los tapones a las botellas de plástico, nuestra capacidad tecnológica es una birria. Publicamos contenidos en redes sociales que vienen de fuera, mandamos correos en plataformas no europeas, utilizamos buscadores con sede en Silicon Valley, y estamos desnudos frente a la potencia tecnológica ya no solo de EEUU, sino también de China.

Hace poco más de una década, se podían encontrar entre las principales empresas del mundo compañías petroleras, algún que otro negocio textil, bancos, industrias farmacéuticas, y también compañías tecnológicas; ahora miren quiénes mandan, a qué negocio se dedican, en qué países tienen su sede. Microsoft, Apple, Google, Tesla, Nvidia, Meta… Vivimos en una revolución digital a pasos agigantados, y aquí le seguimos dando la espalda, como si tuviéramos que seguir viajando en la locomotora de vapor, y los yanquis ya hubieran pillado el Concorde. Es un fracaso que acabarán pagando aún más los europeos –y por ende los españoles– del futuro. La Unión estéril Europea, grandiosa para tantas cosas, benefactora de estabilidad, paz y prosperidad, en el software erró desde sus inicios. 

Ya puede seguir el ministro Albares deambulando por Bruselas suplicándole hasta a los conserjes para que el catalán sea lengua oficial, mientras que otros en Washington ponen la pasta para manejar aún más la inteligencia artificial, tener más control sobre cómo nos domina el algoritmo, e ir fabricando cohetes con los que la humanidad vuelva a creer en un futuro de retos comunes superados. El Apolo 11 de los milennials. Ojalá el miedo europeo a Trump sea provechoso para que alguien espabile, y podamos crear nuestro valle de ‘silicona’ (permítanme la broma), tener a nuestro Zuckerberg, si es posible un poco menos hipócrita… En un lema de fácil memorización, se trata de ‘Hacer Europa digitalmente capaz por primera vez’. Ursula, hágalo.

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