La edad del tedio
«Nuestro sistema es un péndulo. Cuanto más se aleje del centro, más peligroso se vuelve. En los extremos sólo sobreviven las políticas inútiles, la demagogia»

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
No es la edad dorada, es la edad del tedio. Pasó el tiempo de las revoluciones, de la dignidad y del sacrificio. Reina el aburrimiento. Los activistas escriben encendidamente sus proclamas sentados en el wáter. Queremos que el mundo se parezca a nosotros. Que tenga nuestros miedos y nuestros prejuicios. No queremos una sociedad mejor, queremos una sociedad donde ser una plácida parte del todo. No queremos distinguirnos, queremos homogeneizarnos. Pringles paprika, Netflix, metros atestados, suscripción a Spotify, franquicias de sushi. Que nos gusten y nos disgusten más o menos las mismas cosas que a los demás. El mundo avanza.
«Las tardes en que me siento incapaz de ser inteligente finjo que me aburro», escribió Efraín Huerta. No entiendo el trumpismo español. Yo sigo creyendo en Europa. Debajo del viejo museo hay literatura y hay pundonor. Es la mirada lo que se ha enturbiado. Sólo cuando uno ha ido tres a veces a Roma empieza a fijarse en la suciedad de su suelo o en los andamios. Las primeras veces son espléndidas, cegadoras. A fuerza de repetir, a fuerza de vivir lo vivido, empezamos a ver las costuras. Somos una sociedad harta de todo. No es la era de la indignación, es la era del sobrestímulo.
Donald Trump, su pandilla de multimillonarios, su nuevo equipo, dan una visión terrible y pueril de su propio país. No tienen la gravedad ni el peso de la historia sobre sus espaldas. El señor que paseó por el Capitolio descamisado y con un gorro de bisonte es como un trasunto de todos ellos. Esa perplejidad, esa sonrisa infantil de quien hace una travesura, la permanente llamada de atención. Es una rebeldía pasiva, hueca, preadolescente. No es un modelo exportable a España. La deriva presidencialista en nuestro país es el peor camino posible.
Nuestro sistema es un péndulo. Cuanto más se aleje del centro, más peligroso se vuelve. Cuando más amplíe su arco en su balanceo, más cerca de los populismos, de las ineficacias y de la pérdida de identidad. Pasó en este país con Podemos. Se alejó tanto el péndulo del centro disputado entre PSOE y PP, que al otro extremo tenemos ya a Alvise Pérez. En los extremos sólo sobreviven las políticas inútiles, la demagogia. Por definición: lo excéntrico. Soluciones bobaliconas a problemas complejos. Vídeos de un minuto para explicar el funcionamiento de cualquier cosa. Votar extremismos no nos convierte en ciudadanos rompedores e incómodos, sino en peones antisistema. Hasta que los líderes antisistema logran cobrar del sistema. Y entonces todo volverá al principio.
“La edad del tedio debe combatirse desde la política clásica. La del debate y la de la discrepancia”
La edad del tedio debe combatirse desde la política clásica. La del debate, la de la hondura argumental y la de la discrepancia. Una política melancólica que para cubrirse el cuello tenga que desnudar los pies. Que PSOE y PP hayan elegido la vía del impacto mediático y se hayan dejado asesorar por publicistas en lugar de intelectuales es parte del problema. Casas de paja. Cuando el lobo del populismo sopla, todo se viene abajo.
Europa vive sus propias contradicciones y la crisis económica volverá a abrir grietas por donde se colarán alternativas políticas desconcertantes. Pero puesto a agarrarme a una ramita del acantilado, prefiero hacerlo a los viejos partidos clásicos, con su pesada carga, con sus dudas, con sus miserias, que a la ferocidad infantil del populismo americano y al reflejo que pueda tener en nuestro continente. Hipersensibilidad, macarrismo y vacío.
Para limpiar una casa no es necesario quemarla. Y hay quien prefiere la gasolina a ponerse de rodillas y darle al estropajo. La edad dorada es la del esfuerzo, la de la expiación y la de las revoluciones íntimas. Lo otro es ruido, confeti y fugacidad.