Antonio Maestre, pseudo-periodista acosador (1)
«El problema de los que pretenden dar lecciones es que nunca pueden sostener sobre sus hombros el peso de los tabúes que pretenden hacer cargar a los demás»

El periodista Antonio Maestre.
Después de que Antonio Maestre lanzase el micrófono de Vito Quiles, justificó su acción afirmando que Quiles es un fascista. Y ya se sabe que «al fascismo no se le discute, se le combate». Maestre imagina que un pijo derechista como Quiles es en realidad un escuadrista camisa-negra. Y cuando le tira el micrófono se imagina a sí mismo como un partisano antifascista en Stalingrado arrojando una granada contra un panzer. Hasta aquí, puro delirio. Pero Maestre añade otra justificación más razonable: «Quiles no es un periodista, es un pseudo-periodista acosador». Esto tiene parte de verdad. Quiles es uno de los promotores en España, junto con su socio Alvise, de perseguir por las calles a quien no piense como ellos, repetir machaconamente las preguntas más burdas, difundir fotografías de la vida privada de sus enemigos y señalarles públicamente para azuzar contra ellos a otros que sí sean fascistas.
Lamento que Maestre sufra todo esto, pero seguramente la mejor forma de combatir a esa gente sea respondiendo con inteligencia, como ha hecho David Broncano, o con humor como Gabriel Rufián. El recurso a la violencia es un fracaso, tanto personal como estratégico (les da lo que buscan). Si consideramos comprensible romperle el micro a un «pseudo-periodista acosador», el gran problema es que, por esa lógica, somos muchos los que tendríamos que visitar a Antonio Maestre para destrozar todos sus dispositivos electrónicos. Quien le siga habrá visto varios episodios de «pseudo-periodismo» basado en un estilo agresivo, descalificativos gruesos, señalamiento público y revelación de datos personales de sus rivales. Rivales que no siempre son fachas, sino también izquierdistas que disgusten a Maestre. Por ejemplo los de Podemos: valga como muestra la reciente acusación de Raúl Sánchez Cedillo a Maestre de «acosador hetero-ceporro» por sus mensajes amenazantes.
Pero quizás uno de los casos más sangrantes de Maestre como «pseudo-periodista acosador» fue el que sufrió Ana Iris Simón. La escritora saltó inesperadamente a la fama en 2021 tras el éxito de Feria, un libro que aspiraba a ser leído por poco más que sus familiares y amigos (a los que dedica el grueso de sus páginas) pero que canalizó importantes debates sociales: ¿somos la primera generación que vivirá peor que sus padres? ¿Se puede ser de izquierdas y amar tu país? ¿Nos la han colado con los mitos del progreso, el empoderamiento o la vida cosmopolita? Ello atrajo como carroñeros a los auto-proclamados «guardianes de la pureza ideológica de la izquierda» (capitaneados por Maestre), acostumbrados a cobrar por establecer qué temas son o no son políticamente correctos.
Hay un primer nivel de violencia en someter a un juicio público de pureza política (y que nadie les ha solicitado) a un libro sobre la familia de alguien, sus amigos y vecinos. Es esperpéntico leer a Maestre dedicarle un artículo donde pone en cuestión su propia auto-biografía para espetarle que «estudiaste la carrera a base de horas extras de tu padre y cuidados de tu madre y romantizaste tu infancia porque no viste la vida de mierda que han tenido». Además de una intromisión intolerable es una falsedad: hasta donde yo sé, Ana Iris trabajó para costearse sus estudios, fue su padre el que pidió una baja para encargarse de los cuidados y ninguno de sus progenitores cree haber tenido «una vida de mierda». Estas líneas provenían del mismo Maestre que se lamenta de que «la extrema derecha» invente bulos sobre sus padres.
El segundo nivel de violencia es el ataque que Maestre fue montando contra ella. El más viejo del manual y también el más dañino posible: «neofascista», «lepenista», «falangista», «reaccionaria» y vaya usted a saber cuántas cosas más. Era difícil colarlo en el caso de Ana Iris (de familia comunista, juventud 15-mayera y profesión progre en Vice). Las armas secretas de Maestre en esta misión de acoso y derribo eran tres. Primero: insultos como los ya mencionados y tantos otros peyorativos («sección femenina pop») de los que presumía públicamente sin la menor empatía hacia los daños que causa la difamación. Segundo: descontextualizar sus textos. Por ejemplo, a partir de una aislada cita literaria a Ramiro Ledesma (como las hay a Lorca o a Miguel Hernández), Maestre lanzaba la falsedad de que «Ana Iris tiene como referentes la obra de Ledesma Ramos y Primo de Rivera» (obra que, además, me consta que no ha leído). Tercero: el uso sistemático de las falacias de consecuencia y de relación (puro «pseudo-periodismo»).
«Mientras Maestre pontificaba sobre que ‘sentarse con un nazi te convierte en nazi’, compartía silla con auténticos fachas»
1) La falacia de consecuencia: si tu libro le gusta a un facha, eres facha. Maestre compartió en sus redes sociales una foto de Santiago Abascal con el libro Feria. Por lo que sea, ignoró una foto semejante del mismo libro en manos de Jorge Javier Vázquez (ídolo antifascista de Maestre). Aquella foto de Abascal, por cierto, la había publicado Casilda Arena Pan de Soraluce, rica heredera del expresidente de Bankinter, por lo que al compartirla y aplaudirla Maestre, se entiende (según su propia falacia) que Maestre es también casta. En ocasiones Maestre llevaba la falacia de consecuencia hasta dos grados de separación: a Ana Iris la mencionaba en un artículo Esteban Hernández (un rojo, hasta ahí bien), pero resulta que ese artículo le gustaba a Iván Espinosa de los Monteros (facha, mal, muy mal); pues ahí estaba Maestre para decir ¡veis, os dije lo de Ana Iris!
2) La falacia de relación: si tienes contacto con un facha, eres un facha. Como Ana Iris (a diferencia de Maestre) era requerida en canales de todas las tendencias y como además tenía a gala (también a diferencia de Maestre) acudir allá donde se la invitara, Antonio solo tenía que esperar como un depredador a verla «en el lugar equivocado en el momento equivocado» para probar definitivamente que era facha fachísima. Ocurrió cuando fue entrevistada por un canal de YouTube que Maestre señaló como «neo-fascista tradicional» (una acusación falsa, además de un concepto político contradictorio y disparatado). Para ridículo de Maestre, aquel mismo canal también había entrevistado a Iñaki López, presentador de… ¡las tertulias en que trabajaba Antonio Maestre! De Iñaki no dijo nada, porque una cosa es la lucha antifascista y otra cosa es arriesgar el bolsillo.
Y es que, mientras Maestre pontificaba sobre que «sentarse con un nazi te convierte en nazi», compartía silla con auténticos fachas como Inda. Esto lo hacía Maestre en La Sexta, propiedad de un grupo empresarial importante, tras haber trabajado para Ana Rosa (comadre del facherío) y mientras acudía a canales donde confesaba sus relaciones con «falangistas que me pasan información» y con los que se tienen «bastante cariño». Al final, el problema de todos los moralistas y puritanos que pretenden dar lecciones es que nunca pueden sostener sobre sus propios hombros el titánico peso de todos los tabúes y líneas rojas que pretenden hacer cargar a los demás.
Estos episodios (y tantos otros que por el momento se quedan en el tintero) serían patéticamente cómicos si no hubiesen formado parte de una larga campaña (entre 2021 y 2023) en la que un hombre con poder buscó destruir a una mujer joven en su momento más frágil (su último mes de embarazo y su primera maternidad), recurriendo a la calumnia y a la investigación de su vida. Ojalá Maestre haya cambiado o esté cambiando, ojalá un día pida disculpas sinceras y todo quede borrado (incluyendo este texto). Pero hasta que no haya hecho esa revisión propia, lo prudente sería que no tildase a otros de «pseudo-periodistas acosadores» ni legitimase la violencia contra quienes puedan caber en esa etiqueta.