Ómnibus electoral
«No podemos pensar que el decreto haya sido un mal cálculo de Sánchez. El error ha sido tan descomunal que no es descabellado pensar en un adelanto electoral»

Pedro Sánchez, María Jesús Montero y Yolanda Díaz en el Congreso. | Europa Press
La maniobra del sanchismo es una versión cutre del chavismo. Primero comete una tropelía gubernamental, definida esta vez por un decreto ‘ómnibus’ imposible de justificar desde la honestidad, y luego lanza a los sindicatos oficialistas a manifestarse en las calles contra la oposición. El objetivo podría ser aprovechar el bloqueo institucional para crear un estado de opinión pública favorable y convocar elecciones. De ahí el empeño en ese decreto ómnibus chapucero.
El sanchismo cuenta de antemano con la desautorización a ojos de la derecha de los dos actores implicados en el plan. No le importa que el Gobierno sea retratado como una banda que legisla en beneficio propio abusando de su posición, al tiempo que exhibe un burdo chantaje emocional. Es demasiado transparente. Nadie que no esté secuestrado mentalmente por el sanchismo va a pensar que es bueno poner al mismo nivel el pago de los peajes a los nacionalistas, que la ayuda a los valencianos o la actualización de las pensiones.
Los sindicatos, el segundo actor, también está dispuesto a la inmolación. No viven de los afiliados, sino de un Estado en manos del Gobierno de la izquierda. Saben, además, que si la derecha llega al poder no va a hacer nada contra ellos, ni a retirarles un euro, sino todo lo contrario. El sanchismo cuenta con que UGT y CCOO están desacreditados para la clase media y trabajadora española. Vamos, que los españoles piensan que no sirven para nada.
No les falta razón. La degradación de UGT y CCOO en las últimas décadas ha sido considerable por su seguidismo del PSOE en el poder. A estas alturas podrían constituir la Organización Sindical Española, el sindicato vertical que estuvo al servicio del franquismo. Su utilidad es la misma: afianzar al Gobierno de izquierdas por encima del interés de los trabajadores. Quizá esto explique su declive en los centros de trabajo. Entre 2004 y 2024 UGT ha perdido 800.000 afiliados (según sus cuentas, seguramente imaginarias) y CCOO ni siquiera da los datos.
Esos sindicatos son sacrificables. Se les puede sacar a la calle a gritar consignas contra el PP, Vox y la «ultraderecha», y vivas a favor de Sánchez, Yolanda Díaz y la «mayoría progresista». Y da lo mismo que a continuación la derecha política y la prensa libre se rían y lo denuncien porque no faltaran medios amigos que saquen portadas con los líderes sindicalistas y sus pancartas. El sanchismo habrá conseguido así su campaña propagandística de «tensión» contra la derecha, con la imagen de la polarización social y el supuesto enfado de los «más vulnerables» con el PP.
«Si Sánchez quisiera una separación con los de Puigdemont de cara a las elecciones, no habría tema mejor que las pensiones»
La maniobra se ha hecho acompañar de un relato chusco, quizá uno de los más ridículos que hemos escuchado en estos últimos siete años. Sabían que con algo tan burdo la oposición iba a saltar. El PP necesitaba comunicar a la ciudadanía que no son culpables, que las cosas se podían haber hecho de otra manera, más legal y más democrática. Así lo han acometido los populares, muy bien además, y el sanchismo contaba con ello.
Lo alarmante del caso es que el PSOE persevere en su decreto ‘ómnibus’, y exija a Junts que rectifique y vote a favor. Esto es sospechoso. Si Sánchez quisiera demostrar una separación con los de Puigdemont de cara a las elecciones, no habría tema mejor que las pensiones. De hecho, la portavoz de Junts, Míriam Nogueras, ha salido diciendo que ellos también quieren subir la paga a los jubilados. Lógico: Puigdemont no quiere romper con Sánchez, que haya elecciones, y perder la baza de los siete diputados.
No podemos pensar que el decreto ómnibus ha sido un cálculo mal hecho por Sánchez, o que no tiene un plan B o una intención oculta. El error ha sido tan descomunal y Sánchez es tan poco de fiar que no es descabellado pensar en un adelanto electoral. Lo único que mueve al presidente es el poder, y colocarse para mantenerlo y renovarlo. Hace pocos días el Gobierno licitó de repente la papelería electoral pese a que no hay comicios a la vista. Descartando que sea para hacer un «favor» a algún «amigo» papelero, aunque todo es posible, eso solo se hace de cara a una convocatoria electoral.
El momento no sería malo del todo. El PP y Vox no están definitivamente preparados. Feijóo todavía está cogiendo carrerilla y Abascal está en su burbuja internacional. Además, Sánchez no va a sacar los presupuestos generales del Estado, y la legislatura se ha puesto imposible. El resto de políticas sanchistas están en un callejón sin salida. Por otro lado, es posible que las encuestas le hayan dicho que PP y Vox no llegan a una mayoría suficiente, y que es probable que Junts, que ha puesto contra las cuerdas a Sánchez, no sea tan necesario. ¿Por qué no arriesgarse? La única duda para la ejecución de este plan es si prefiere mantener su posición de privilegio, protegido por las Cortes, de cara a los juicios que tiene por delante.