Las ambiciones imperialistas de Trump
«En España, nos hemos quedado en que Trump es un botarate ignorante. Me temo que una vez más nuestras predicciones puedan ser erróneas»

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostiene una orden ejecutiva firmada en el despacho oval de la Casa Blanca. | Kevin Lamarque (Reuters)
Mi sabio esposo, Josep Piqué, visionario sobre el desorden mundial con el que nos adentrábamos en el siglo XXI, anticipó con premonición certera que “la geografía siempre está y la historia siempre vuelve”, por lo que ambas coordenadas deberían ser imprescindibles para interpretar los aconteceres de cada tiempo. La geografía que eternamente ha amenazado a los países cercanos a quienes tienen ensoñaciones imperialistas, nos ha dejado ejemplos palmarios con la Rusia de Putin, asestando la primera amputación a Ucrania con la anexión de Crimea y Sebastopol en 2014, luego en 2022 con la invasión y declaración de guerra total, ahora con las amenazas a los países limítrofes, quienes por cierto más están incrementando sus gastos en defensa, Polonia, países Bálticos o Finlandia. Una geografía que siempre está como también estamos viendo con la llegada de Donald Trump y sus primeras medidas.
La palabra autócrata, esa que define a una persona que ejerce por si sola la autoridad suprema en un Estado, tiene su origen precisamente en la Rusia imperial pues era el título, la distinción, con que se mencionaba al emperador. Hoy en que ya nadie discute que las democracias liberales atraviesan tiempos delicados, las pulsiones autocráticas son como un virus contagioso creciente en el mundo. “La historia siempre vuelve” – como dijo y escribió Piqué. Con la diferencia de que el descontento en la ciudadanía hoy se puede contagiar con velocidad y efectividad por las cloacas de las redes sociales, conduciendo rabia y furia contra los políticos y el establishment de tal modo que la ciudadanía reaccione llenando las urnas de votos de castigo y de protesta. La reciente elección de Donald Trump es menos de esperanza que de hartazgo con pulsiones de ruptura. Quienes en su día asaltaron el Capitolio reclamaban un emperador, un salvador que eliminara todo lo que detestaban, es decir: todo. Hoy Trump gobierna la Casa Blanca tocado por el dedo de Dios, tal y como él mismo confesó en su inauguración, para llevar a los Estados Unidos a una imaginaria Edad de Oro, el imperio más brillante de su historia.
Los Estados Unidos de América se constituyeron como nación a partir de la independencia de las 13 colonias, ninguna de las cuales tocaba el denominado, ya entonces, golfo de México. Este país de América del Norte y los ribereños centroamericanos sí bordeaban un mar cuya nominación hoy Trump ha prometido cambiar. Por decreto. Como un emperador o un zar. Su ambición imperialista es clara: él decide sobre la supuesta revolución geoestratégica, económica y cultural que pretende acometer, se supone que en este último caso cambiando los mapas con la ayuda de su nuevo amigo Sundai Pichai, director ejecutivo de Google. Así se entiende mejor la trazabilidad de las nuevas amistades, la ejecución de algunos de los decretos; el nuevo Golfo de América puede imponerse en el localizador global de un plumazo, tan fácil para eliminar un topónimo de más de 500 años.
A Donald Trump hay que leerle en su trazo grueso no en los detalles, porque el está en la luna no en el dedo que la apunta. Cuando él ansía el canal de Panamá o nominar a los Estados Unidos con el nombre de todo el continente, América, o ambiciona el Ártico y Groenlandia, o aplica aranceles más altos a sus vecinos del norte y del sur, Canadá y Méjico, lo que está haciendo es mandar señales de amenazas expansivas. Para su mundo anglosajón los países caribeños y por supuesto, Groenlandia, también son Norteamérica, luego habrá que estar atentos porque lo que parecen bravatas de ignorante son ambiciones estratégicas. Así debemos leer la eliminación de órdenes emitidas por Biden como la retirada de Cuba de la lista de países terroristas o la pausa a la prohibición de bloqueo a la red china TikTok. Guiños a la Rusia expansiva de Putin antes de sentarse a negociar Ucrania.
En su ceremonia de inauguración, Trump dio lugar de honor al CEO de TikTok Shou Zi Chew; también al hombre más rico de la India, Mukesh Ambani, presidente de Reliance Industries. Dos BRICS que él observa con atención, ¿Quién se ha quedado mirando el dedo y no ha visto la luna? ¿Quién ha creído que Trump no sabe lo que son los BRICS? A todos los ricos y poderosos que han donado millones de dólares para su investidura, Trump los conoce bien y los quiere cerca, seleccionados escrupulosamente para responder a su plan expansivo. Ahí ha tenido, hincando rodilla en primer plano, a quien le expulsó de Instagram y Facebook, el CEO de Meta, Marck Zuckerberg; a Jeff Bezos, fundador de Amazon con quien estuvo enfrentado y ahora su plataforma de vídeo ha transmitido la toma de posesión; a Sam Altman, el CEO de Open IA y a Tem Cook CEO de Apple, quienes van a programar mano a mano con el gobierno la inteligencia del presente y el futuro. Entre este elenco, por cierto, cabe destacar la presencia de un único español: Jaime Malet, CEO de Telam Partners, presidente de la Cámara de Comercio de España en Estados Unidos desde hace 25 años, un hombre muy apreciado por su buen hacer por las diferentes administraciones.
¿Qué hay detrás de estos movimientos de Trump? Seguramente la respuesta más sencilla estaría relacionada con la definición de lo que es un narcisista de libro, un ególatra cuya apreciación mental sobre sí mismo es de aires trastornados de superioridad. Solemos advertir que los presidentes de gobierno, de aquí y de allá, cuando repiten mandato, tienen la tendencia de escalar sus contactos porque los demás mortales se convierten a sus ojos en seres insignificantes; solo toleran genios que puedan estar a su altura. En ese nivel Trump puede situar a una colección de ricos que como él han sabido amasar fortuna y poder. El ejemplo más paradigmático es el de Elon Musk, el hombre más rico del mundo, director ejecutivo de Tesla y Space X, convertido en su alter ego con similares payasadas egocéntricas, pero con el objetivo de poner en el mapa del Universo a los Estados Unidos de la gran América. Juego de narcisistas con la necesidad de que el resto de la humanidad les adore como a dioses. Según escribo me viene a la cabeza la cita del genial y sarcástico Valle Inclán cuando definiéndose respondió: “España está dividido en dos grandes grupos: de un lado Valle-Inclán y, de otro, el resto de los españoles”, lo que aplicado al nuevo presidente estadounidense sería: “El mundo está dividido en dos grandes bloques: de un lado Trump, de otro, el resto de la humanidad”. Solo incluirá en su mundo, mientras su dedo lo permita, a su escasa camarilla de hombres fuertes, si bien podremos verle cautivado ante similares personajes a él mismo como Vladimir Putin. No sería la primera vez que ambos se arrullan.
“Hoy, cuando el eje del mundo se ha trasladado al Pacífico, el gobierno de Trump refuerza alianzas con Australia y Japón y apoya la Cumbre de Líderes del Quad que organiza la India”
Estos son los liderazgos que nos trae el nuevo mundo. Claro que se ha abierto una nueva era a partir de este 20 de enero de 2025. Vuelta a la verticalidad, a las decisiones unilaterales, a la firma de decretos de ordeno y mando, a la ignorancia de las Cámaras legislativas, del debate parlamentario, del respeto cívico y social, de la suplantación de la democracia. Los Estados Unidos de Trump dan carpetazo al que hemos denominado Vínculo Atlántico, iniciado con el plan Marshall que ayudó a la reconstrucción de Europa tras la II Guerra Mundial, y cuidó de su seguridad con el paraguas de la OTAN. Trump estalla contra Europa porque ya no nos necesita, y estrecha su radar porque la amenaza real ya no le llega desde Rusia con quien puede acordar partirse el Ártico o permitirse ensanchamientos geográficos mutuos. Hoy, definitivamente, Trump vuelve la vista al Pacífico, donde por cierto se asientan sus nuevos amigos poderosos de Silicon Valley. Mensaje clarísimo a China, a su pretendida hegemonía global, poseedora de TikTok, la red social de moda; de Alibaba, el gigante del comercio electrónico global; de Lenovo, el mayor vendedor de computadoras del mundo; de Tencent, el mayor fabricante de videojuegos igualmente del planeta; o de grandes empresas de smartphones. Los Estados Unidos con los que sueña Trump y a esa edad de oro se refiere, quieren volver a liderar la tecnología y la innovación como fue antes, cuando los chinos no creaban sino que únicamente copiaban. Ese es el mensaje trumpista desde la orilla del Pacifico, desde donde se divisa China.
Durante años los europeos hablamos del eje trasatlántico olvidando que los Estados Unidos tienen dos orillas. Por eso, hoy, cuando el eje del mundo se ha trasladado al Pacífico, el gobierno de Trump refuerza alianzas con Australia y Japón y apoya la Cumbre de Lideres del Quad que organiza la India. Este encuentro y el que mantendrá con Putin marcarán los primeros pasos de su hoja de ruta, dejando claro que los mares que le interesan son los que bañan a su enemigo real, la China que le disputa la hegemonía del mundo. Con Putin y la colaboración de Erdogan, presidente de Turquía, cerrará la guerra de Ucrania y para ojear a la Rusia territorialmente expansiva ya le bastan las alianzas sólidas y extraordinariamente estratégicas que ha renovado con Marruecos e Israel.
Es el fin de una era, la del multilateralismo que Trump ha querido destacar desdeñando grandes acuerdos multilaterales; de ahí la sorna en la firma de la salida de los Estados Unidos de los Acuerdos Climáticos de París y de la Organización Mundial de la Salud. La misma sorna con la que incluyó a España entre los países BRICS, yo opino que no por ignorancia pues viene aprendido a una segunda presidencia, sino más bien por desdén hacia nuestro país, por subrayar que nuestras simpatías hoy están en el eje de China y Rusia lo que tendrá para España severas consecuencias. La letra gruesa de Trump, las consecuencias, la amenaza, eso es lo importante, más allá de que los aranceles tengan un porcentaje final u otro.
Por eso, resulta sorprendente encontrarnos a una Europa tan despistada, intentando, a buenas horas, reaccionar ante nuestra previsible insignificancia. Sin tecnología, sin energía, sin industria, sin liderazgos… perforados como un queso gruyere con brexits, independentismos, nacionalismos, populismos y frentismo antieuropeo alentados por Rusia y el resabiado espía que fue Putin, desde hace años. Hay ya quien nos recomienda prepararnos mentalmente para asimilar que el final de la bicoca de la relevancia europea está cerca, que seremos si no lo remediamos un parque temático. Esto se ha oído mucho en Davos, con enorme crudeza en palabras del director general para Europa de Philip Morris Internacional, Massimo Andolina: “Europa camina sonámbula hacia una catástrofe”. Y ello porque no hemos culminado uniones estratégicas para ser autónomos, competitivos e innovadores. Una línea que ya señaló recientemente el informe Draghi cuando además advirtió que “Europa está regulando de una forma que ya no funciona”, regulación de la tecnología que ni siquiera fabricamos. Un buen ejemplo es el mercado de las telecomunicaciones en Europa con reglas y costes muy diferentes a las plataformas estadounidenses que no rinden cuentas ni legales ni económicas en nuestro continente y sin embargo transitan por las infraestructuras de nuestros operadores. Europa debe entender que las industria debe, pero sobre todo quiere, escalar, crecer en competitividad, pero para ello una fusión necesaria como la de MasOrange no debería haber costado dos años de incertidumbres y burocracias.
Aquí, en España, acostumbrados como estamos a leer impactos en titulares, nos hemos quedado en que Trump es un clown más bien cortito, un botarate ignorante. Me temo que una vez más nuestras predicciones puedan ser erróneas. Atención a un hombre que ha ganado por segunda vez las elecciones en el país más poderoso del mundo y que lo ha hecho con holgura, rodeado de quienes considera los más listos del mundo. En sus manos tienen el poder de la tecnología para ensanchar sus dominios y cambiar la geoestrategia, la economía y la cultura dominante hasta ahora, con relatos a placer. Metafóricamente él estaría mirando a la Luna, mientras los verdaderos tontos solo estemos viendo los dedos que la apuntan.