THE OBJECTIVE
Antonio Caño

Lamento de un moderadito

«El centro es un espacio desierto hoy en España y en todo el mundo, es casi vergonzoso ser moderado. Y así van las cosas»

Opinión
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Lamento de un moderadito

Ilustración: Alejandra Svriz

Una colega bastante más joven con cuyas columnas disfruto casi siempre decía ayer con mucha gracia en la red social X, en la que he decidido permanecer porque ignoro las payasadas y desprecio las consignas, que «apelar al centro me sigue pareciendo exactamente lo mismo que encomendarse a Dios, a la virgen de Guadalupe, la Pachamama o los chinitos de la suerte, pensamiento mágico pelín sofisticado con dos gotitas de varón dandy, dos de tibia equidistancia condescendiente y dos de negroni».

No le falta razón a la admirada articulista, sobre todo si se refiere a apelar al centro político en España, donde ningún partido lo reclama en la actualidad como propuesta ideológica y donde el PSOE ha renunciado al pedazo que le correspondía por la izquierda y en el PP son cada vez menos quienes siguen creyendo que deben de conservar el trozo que tradicionalmente les ha tocado por la derecha. Tampoco un mundo donde triunfan quienes con más intransigencia y desfachatez defienden sus ideas parece hoy el escenario apropiado para apelar al centro.

Sin embargo, me parece entender que el comentario en cuestión no se refiere sólo a la existencia de un partido o de dirigentes de centro, sino a la posibilidad misma de reclamar a los políticos o los ciudadanos posiciones o conductas de centro, entendiendo eso como tolerancia y moderación. No me sorprende que, de entrada, estas dos palabras le suenen a muchos lectores anacrónicas e improductivas -«pensamiento mágico pelín justificado con dos gotitas de varón dandy»- porque, en realidad, lo son. Estuvieron muy de moda en otra etapa ya pasada de la historia de España, pero se abusó de ellas o se hizo un uso fraudulento -todavía muchos recordarán el célebre «talante» del inductor de todo el radicalismo y sectarismo actual- y mucha gente se sintió estafada y prefiere ahora dejarse de monsergas y acabar con el rival.

«Al centro y la moderación volveremos con seguridad algún día, aunque sea después de muchos fracasos y magulladuras»

Es comprensible si el rival es alguien de tan baja estofa moral como Pedro Sánchez. Pero el riesgo de eso es que, aunque cueste creerlo, semejante personaje ha convencido a muchos de los que le siguen que los que carecen de escrúpulos son sus críticos y que es imprescindible acabar con toda resistencia a Sánchez para asegurarse la justicia social, la paz y hasta la democracia, dicen. Y esa misión de tanta trascendencia no puede, por supuesto, aceptar límites ni perder el tiempo en fantasías centristas y moderaditas.

De modo que es posible que nos encontremos pronto, no sólo en España, en un cuerpo a cuerpo entre grandes causas radicalmente defendidas en el que gane el más fuerte. No lo digo cínicamente, ni siquiera con dolor. Ha habido muchas veces en la historia en la que ha sido preciso defender la postura correcta con la fuerza y detener al rival a toda costa. Lo digo únicamente a modo de recordatorio sobre cuál es el camino que suelen tomar los conflictos cuando las diferencias ideológicas se plantean como una cuestión de poder. Porque eso es lo que está en juego en estos momentos, el poder: si no mando yo, gobierna la ultraderecha; si queréis acabar con el wokismo y la progresía, tengo que mandar yo. No hay reparto posible del poder. Y esa era una de las gracias del desaparecido centro, que permitía compartir el poder, o al menos no condicionaba el poder de uno a la eliminación del otro. 

Recurriendo a un icono del que muchos han echado mano estos días, ya comprendo que no cabe el centro con Hitler. Pero hay que pensarse muy bien si y cuando existe un Hitler de suficiente magnitud como para acabar con el centro y la moderación, porque centro y moderación es lo que sustituyó a Hitler y al centro y la moderación volveremos con seguridad algún día, aunque sea después de muchos fracasos y magulladuras.

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