Un trágala poco democrático
«Sánchez está en minoría, no disuelve, ni negocia, ni siquiera informa, ni invita. Solo quiere un «trágala» de todos a su poder porque como Fernando VII se cree absoluto. Y no lo es»
![Un trágala poco democrático](https://theobjective.com/wp-content/uploads/2024/05/ELORZA-0605-SANCHEZ.jpg)
Ilustración: Alejandra Svriz.
No es Pedro Sánchez un político al que le hayan preocupado nunca los problemas éticos derivados de los problemas legales creados por él mismo con el fin de intentar solucionar sus problemas políticos para satisfacer su único mandamiento: seguir en el poder, sea como sea. Su trayectoria en el Gobierno es ya una colección histórica de los mejores casos que a este paso terminara en el epígrafe de populistas, «iliberales» y otras aberraciones democráticas.
Este libro de Pedro Sánchez, escrito y trabajado por él y su ego, pero también con la entusiasta y norcoreana ayuda de ministros y cargos socialistas cuyos nombramientos dependen de él, podría titularse ‘Cómo socavar desde dentro un Estado de derecho’. Un libro con capítulos tan negros y sufridos por los españoles como el de ‘Cómo superar el insomnio y gobernar con Podemos’, ‘Cómo hacer que los propios delincuentes borren los delitos del Código Penal’ o ‘Cómo transformar a los hijos de ETA en socios sumisos y bien alimentados’. Capítulos tristes que han ido acompañados de continuos intentos de volar la independencia del poder judicial o de su maestría en el arte de romper la igualdad de los españoles ante la ley, o el más antisocialista de todos que es el que defiende la sobrefinanciación a las regiones más ricas, pero con partidos independentistas con votos clave, en detrimento de las más pobres.
Arranca el año y Pedro Sánchez y su mente libre no se siente comprometida por esa nimiedad de la obligación constitucional de presentar propuesta de Presupuestos Generales antes del 31 de diciembre. Ya lo ha hecho antes. Es la segunda vez que no presenta nada en el Congreso. ¿Para qué? Negociar en el Congreso con luz y taquígrafos, piensa Sánchez, debe ser cosa de fascistas como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que a finales de diciembre tuvo que ceder en bastantes de sus posiciones con tal de cumplir la también obligada premisa en Italia de presentar Presupuestos antes de fin de año. Argumentan sus acólitos, los de Sánchez, que no lo han hecho porque siguen negociando fuera del Congreso para no pasar el apuro de perder en votación. Cierto es que lo negocian fuera. Concretamente en Suiza, no sabemos si con la presencia del pobre relator internacional que contrataron hace meses para este sainete, pero sí con escaso éxito. De momento.
Tampoco es raro que tengan miedo en la Moncloa a perder. Lo saben muy bien. Este Gobierno, que según el presidente se basaba en la mayoría progresista parlamentaria porque, y son palabras textuales de Sánchez, «somos más», perdió el año pasado la no despreciable cifra de 75 votaciones en el Congreso de los Diputados. Ese miedo a perder los Presupuestos es el que ha provocado que numerosas medidas fundamentales para la ciudadanía que deberían haber ido incluidas en ellos han tenido que ser presentadas corriendo en enero para que pudieran entrar en vigor como las ayudas a los afectados de la DANA o que no se congelasen como las revalorizaciones de las pensiones o las ayudas al transporte público. Lo llamó decreto ómnibus porque incorporaba hasta 80 medidas. Muchas sociales, otras no tanto, como el regalo de un palacete en París al PNV o la decisión de no prorrogar la bajada del IVA en determinados alimentos.
Todo observador entendería que un Gobierno en minoría, derrotado 75 veces en el Congreso, hubiera tenido el sentido común de negociar previamente con la oposición esas medidas. Con todos. No solo con sus «amigotes». Es previsible que en muchas obtuviera su apoyo si hubieran sido individualizadas y no agrupadas en un «trágala» imposible de aceptar por cualquier partido de la oposición en cualquier país democrático.
Porque lo más relevante de este nuevo libro que inicia Sánchez es ‘El trágala como daño democrático’. No estamos ante un «trágala» precisamente a favor de la Constitución, como fue el histórico de los liberales a los absolutistas. Más bien al contrario. Un «trágala» muy poco democrático. Estamos ante el líder de un partido que no ganó las elecciones y que exige al partido que sí las ganó que apoye todas sus medidas a ciegas, sin hablarlas ni negociarlas. Sánchez pone de rehenes a millones de ciudadanos, porque sus amigos «progresistas» del partido del prófugo Puigdemont, con el que negocian en Suiza, no les apoyan. De momento. Nos encontramos en una surrealista etapa en la que un Gobierno en minoría critica a la oposición por hacer oposición. Condenan al PP a la vez que evitan citar a Junts como si el miedo a decir en voz alta el nombre del partido del prófugo les fuera a condenar eternamente. Y puede ser. Está siendo. De momento.
El sinsentido prepotente socialista llega al extremo de que cuando PP y Junts afirman que si se trocea el «ómnibus» y se presentan decretos urgentes que vayan por separado con las pensiones, o el transporte, o las ayudas por la DANA, tendrán su voto asegurado, nuestro presidente prefiere mantener en el horno a millones de pensionistas, a millones de ciudadanos que viajan en transporte público y a decenas de miles de afectados por la DANA con tal de que el relato de fango que están creando imponga la idea de que es Feijóo el culpable, el único culpable. No hay valentía para culpar también a Junts. Ni para reconocer que no lo trocean porque no quieren.
Crean un bulo para tapar cosas tan simples como que no tienen votos para gobernar. No tienen homogeneidad en los chantajes que sufren por sus propios socios. Sufren la incoherencia del bulo. No son mayoría progresista. Y así se vio en otra de las derrotas sufridas por el Gobierno, la del gravamen a las energéticas. Sus socios PNV y Junts, por un lado, y su socio Podemos por el otro. Intentaron engañar a todos con un decreto a sabiendas de que no tenía futuro y sería derrotado. No les importa el ridículo de vender los intentos, que acaban en derrotas seguras, como avales de su seriedad en el cumplimiento de promesas imposibles.
No tienen valor para aceptar que en democracia, si no puedes sacar tus proyectos, no gobiernas, solo estás en el poder. Miente el Gobierno cuando dice que el PP se niega a todo. El mismo día que el Gobierno perdía el órdago de intentar sacar el «ómnibus», los populares apoyaban la reforma para una jubilación flexible, con incentivos a la jubilación parcial y demorada, que habían pactado sindicatos y patronal. Lo mismo pueden hacer con el resto de las cuestiones, pero la soberbia de Sánchez no acepta, no ya la realidad, ni el bien común, sino el simple sentido común.
Sánchez está rodeado. Rodeado de socios que le abandonan día sí y día también o le exigen chantajes cada vez más inaceptables o imposibles de cumplir o pagar. Rodeado también de escándalos de corrupción que afectan a su partido, a su gobierno y a su esposa y hermano. Rodeado de un grupo gigantesco de asesores y cargos donde nadie osa ni cuestionar nada. Rodeado de un partido que él ha podado de libertad y autocrítica hasta dejarlo en un bonsái lleno de ministros a los que nombrados virreyes territoriales socialistas para acallar cualquier duda en el partido.
Este nuevo tomo de la obra «sanchista» llega cuando ya hemos superado la dolorosa sorpresa de sus pisoteos del Estado de derecho, de la separación de poderes, de la independencia judicial, o de la igualdad de los españoles. Está en minoría, no disuelve, ni negocia, ni siquiera informa, ni invita. Solo quiere un «trágala» de todos a su poder porque como Fernando VII se cree absoluto. Y no lo es. Ni mucho menos.